Juan Lacasa Lacasa

 

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            Naturaleza amada

Mi corazón se enamoró del mundo,

mis verdes años iban a la tierra,

mi cuerpo comulgaba con las cosas,

mis ojos aprendían la belleza. 

Subí frente al albor de madrugadas

de la montaña las torcidas sendas,

logré el final quebrado de las cimas

sumé una lejanía de siluetas. 

Caminé bajo el palio de los bosques,

pisé la muelle alfombra de hojas secas,

habité en el palacio de las ramas,

sentí el viento gemir en la arboleda. 

Ollé la nieve, clámide del monte,

y acaricié su curva con mis huellas,

medí su larga sábana en silencio,

descendí locamente sus laderas. 

Quise el mar sin confín, su sordo grito,

la espuma de sus olas en la arena,

temí la incertidumbre de su abismo

y me aterró el despliegue de su fuerza.

Descubrí el gris y rosa de la aurora,

vi la tarde muriendo y su tristeza,

busqué al sol, roja lámpara del día,

me dio la luna su blancura muerta. 

Amé a Dios en las rocas, en el aire,

en el ave y la flor, en las praderas,

lo noté junto a mí entre los gusanos,

y lo adoré lejano en las estrellas.

 

J.L.L.

 

 

 

 

 

Amor a la mujer

Viniste exacta, justa, sin saberlo,

sin esperar en ti la destinada.

Regalaba mis horas tu presencia,

mis años una aurora iluminaba. 

Aquel maduro amor me hacía niño,

aquellos ojos eran puerta alzada

a mundos antes nada sospechados,

a la tibia concordia de las almas. 

La juventud, errante de inquietudes,

estaba allí de nuevo convocada.

Todo era transparente, todavía

el corazón cantaba en la esperanza. 

Una proclamación de la alegría,

un sonoro clarín, una llamada,

una promesa, un renovarlo todo,

un esperar perfectas las mañanas. 

¡Cómo era azul mi sueño, como era

de primavera y mayo tu mirada!

Yo olvidaba la carne, recogiendo

tu pureza más intima e intacta. 

El Escultor de nubes y de flores

te trazó para mi más delicada.

Me dejó en la dulzura de tus manos

la dimensión precisa de la gracia.

 

J.L.L.

 

 

 

 

 

Hijos del amor

Dios cuidaba el jardín de vuestras almas,

capullos que el Amor alumbraría,

estabais en la nada, presentidos,

ajenos al abrazo y la sonrisa. 

Padres, amantes, forjador impulso

en tronco de la madre bendecida,

virgen que dio su cuerpo a la esperanza

porque Dios lo colmara de primicias. 

Ahora estáis junto a mi, hierba que sube

y voy alimentando de caricias,

Sois carne nuestra que levante el tiempo

con la rubia esbeltez de las espigas. 

De la casa habéis roto los silencios.

Vuestros gritos exaltan las crecidas

raíces de mi ayer que ya es mañana,

cosecha de mi estirpe, savia viva. 

En vuestros ojos quedarán mis huellas

y también serán vuestras mis heridas.

Para vosotros sea yo más puro,

por vosotros mis aguas corran limpias.

Mis ojos cerrareis, seréis etapa

más larga que la nuestra fenecida.

Recogeréis la antorcha de mi brazo

y guardaréis sus llamas encendidas. 

Hijos de Dios y nuestros, clara entrega

que a hombre y mujer amantes se prodiga,

Sois mi logro, mi bien, mis seguidores,

mi amor hecho mañana, sois mis vidas.

 

 

23/05/1964

J.L.L.

 

 


www.juanlacasalacasa.es

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