Juan Lacasa Lacasa

 

<<anterior

 

 

 

Madrina del esquiador

 

    Calza los skis, madrina,

vámonos al monte blanco

a que nos den en la cara

el sol y el aire de marzo.

La primavera que viene

me va a traer de regalo

esta silueta morena

y este reír de tus labios.

Madrina, quiero mirarte

con mis ojos de muchacho:

ser amigos sin amor

y cogernos de las manos

y al bajar por las laderas

mirar al cielo cantando.

Ya no quiero ser más serio

ni ser más hombre “sensato”

ni ser más hombre de letras,

ni tener más rostro pálido.

Ser moreno, como tú,

de una morenez de campo

y tener piernas ligeras

y tener el pecho ancho

y tener olor de montes

y ser un mozo gallardo.

Tú has encendido la llama

en el hogar de mis años

y me has rayado en el alma

como la estela de un barco.

Cuando se acabe la guerra,

la guerra que a ti me trajo,

ojala no se me acabe

mi alegría de soldado.

Al marcharme, agitarás

la bandera de tus brazos;

No cerrarás la ventana,

mujer, que el camino es largo

y he de verte desde aquella

última vuelta del prado.

A mi corazón llegaste

como una flecha hasta el blanco,

déjame que te recuerde

sin cartas y sin retratos,

déjame que te recuerde

que al recordarte, descanso

y refréscame las horas

maduras que van llegando.

¡Déjame llevarte dentro

como un juvenil milagro!

 

28/12/1939

J.L.L.

 

 

 

 

 

La ingenua y yo

Serás el banderín de mi ventura

entre el fragor de lucha violenta,

y en medio del batir de la tormenta,

serás la estrella de mi noche oscura.

 

Quiero tu calma, busco la segura

quietud que tu mirada transparenta;

y al vencer el afán que me impacienta,

me quedará tu luz, tu gracia pura.

 

Anfora de mi sed de peregrino,

te llevaré al costado en el camino

y lámpara serás, que tiembla y arde,

 

haciendo claridad mi negro duelo,

cuando me oculte el sol de cada tarde

la nubecilla de oro de tu pelo.

 

24/07/1943

J.L.L.

 

 

 

 

Manolete

La estatua de tu fama se rellena

con tu propia presencia, desmayada,

al pisar, presidiendo el tres de espadas,

el desierto redondo de la arena.

 

Volando justo, tu capote frena

del toro la carrera desbocada;

y, templando el furor de la arrancada,

el temblor de la plaza se serena.

 

 Caliéntase tu mármol con el fuego

del lomo curvo y alto de la fiera,

que el rayo del estoque desmorona.

 

Brama su voz desesperada y luego

ella cae, con nostalgias de pradera,

y la nube de aplausos te corona.

 

14/08/1943

J.L.L.


www.juanlacasalacasa.es

subir^^
siguiente>>