Madrina del esquiador
Calza los skis, madrina,
vámonos al monte blanco
a que nos den en la cara
el sol y el aire de marzo.
La primavera que viene
me va a traer de regalo
esta silueta morena
y este reír de tus labios.
Madrina, quiero mirarte
con mis ojos de muchacho:
ser amigos sin amor
y cogernos de las manos
y al bajar por las laderas
mirar al cielo cantando.
Ya no quiero ser más serio
ni ser más hombre “sensato”
ni ser más hombre de letras,
ni tener más rostro pálido.
Ser moreno, como tú,
de una morenez de campo
y tener piernas ligeras
y tener el pecho ancho
y tener olor de montes
y ser un mozo gallardo.
Tú has encendido la llama
en el hogar de mis años
y me has rayado en el alma
como la estela de un barco.
Cuando se acabe la guerra,
la guerra que a ti me trajo,
ojala no se me acabe
mi alegría de soldado.
Al marcharme, agitarás
la bandera de tus brazos;
No cerrarás la ventana,
mujer, que el camino es largo
y he de verte desde aquella
última vuelta del prado.
A mi corazón llegaste
como una flecha hasta el blanco,
déjame que te recuerde
sin cartas y sin retratos,
déjame que te recuerde
que al recordarte, descanso
y refréscame las horas
maduras que van llegando.
¡Déjame llevarte dentro
como un juvenil milagro!
28/12/1939
J.L.L.
La ingenua y yo
Serás el banderín de mi ventura
entre el fragor de lucha violenta,
y en medio del batir de la tormenta,
serás la estrella de mi noche oscura.
Quiero tu calma, busco la segura
quietud que tu mirada transparenta;
y al vencer el afán que me impacienta,
me quedará tu luz, tu gracia pura.
Anfora de mi sed de peregrino,
te llevaré al costado en el camino
y lámpara serás, que tiembla y arde,
haciendo claridad mi negro duelo,
cuando me oculte el sol de cada tarde
la nubecilla de oro de tu pelo.
24/07/1943
J.L.L.
Manolete
La estatua de tu fama se rellena
con tu propia presencia, desmayada,
al pisar, presidiendo el tres de espadas,
el desierto redondo de la arena.
Volando justo, tu capote frena
del toro la carrera desbocada;
y, templando el furor de la arrancada,
el temblor de la plaza se serena.
Caliéntase tu mármol con el fuego
del lomo curvo y alto de la fiera,
que el rayo del estoque desmorona.
Brama su voz desesperada y luego
ella cae, con nostalgias de pradera,
y la nube de aplausos te corona.
14/08/1943
J.L.L.
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