"Los afanes de una vida"
Artículos en los semanarios jaqueses
"La Unión" y “El Pirineo Aragonés

JUAN LACASA LACASA

 

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UN OBISPO CON MICRÓFONO Y FOLIOS

04/04/1997

Feligrés jacetano quien firma, se atreve a decir, a la vez con máximo respeto y ancha confianza, algo sobre un acontecimiento de estas semanas, que no puede pasar sin eco y referencia en las columnas de la prensa local jacetana.

Don José María Conget, el Obispo de Jaca, ha dado a la imprenta un densísimo volumen de cerca de 500 páginas, que nos resulta guía espiritual, manual para el creyente, libro serio y diríamos que oportuno. Esto último porque junto a tanta literatura política, de mero esparcimiento y también de frivolidad el texto de nuestro Prelado habla nada menos que de lo eterno y transcendente, de las verdades hondas del Cristianismo, y resulta un remanso frente a lo superficial y lo ligero.

Cuando avanzamos en su lectura, se va nuestro pensamiento a la persona que ha recogido sus homilías y nos da ocasión de hablar del hombre, del Obispo y de su libro.

Los hombres son un abanico inmenso de talantes, de modos de ser, de sentir y de obrar. La vida, repetimos mucho, es una lucha de caracteres. Conocer a Don José María es sentirse frente a un hombre receptivo, a la vez escuchador paciente y jugoso dialogante, que se abre confiado y que tiene la palabra y el tono justo para la ocasión. No hace esfuerzo ni necesita fingir cordialidades o confianzas porque siempre se queda en la línea precisa, que es a la vez la del superior religioso y la del amigo, desde el primer momento de contacto.

Racialmente diríamos que es alegre como un mozo sanferminero, misional como el Javier de sus preferencias y con notas navarro aragonesas en que hay ecos de valles pirenaicos, más callados que vocingleros y a la vez jocundos y cantarines como los ribereños del Ebro.

Para hablar del Prelado hay una vara de medir, que es simplemente pensar en algunos de sus antecesores inmediatos, los que hemos llegado a conocer en vida larga. Antolín López Peláez, a comienzos del siglo XX, fue un erudito lanzador incansable de libros adecuados al ambiente de su tiempo, preferentemente sobre la prensa, voz elocuente en el Senado. Don Manuel de Castro Alonso, gran señor castellano que llegó a regir el Arzobispado de Burgos en momentos peculiares de España. Don Francisco Frutos Valiente fue un fogoso orador levantino que trasplantado a la Salamanca unamunesca volvió un día de Santa Orosia y con las reliquias de la Santa en sus manos acuñó una frase que quedó en nuestra memoria: “Desde lejana tierra de Castilla el amor me trae”.

 

Don José María Bueno Monreal fue un aragonés diplomático llamado a funciones complejas en Vitoria y en Sevilla y había de alcanzar el cardenalato. Don Ángel Hidalgo Ibáñez fue un silencioso de larga y fecunda gestión, que quiso quedar entre nosotros en carne mortal en la capilla de San Miguel de la Catedral.

Don José María Conget ha entendido la manera eficaz de ser Obispo con conciencia del momento de la Humanidad. Lo mismo visita una ermita perdida en los riscos de la Val Ancha que viaja a la India y los conflictivos países centroafricanos y se hace ocasional misionero tercermundista. En su atuendo se le ve con la misma dignidad con la boina de navarro que con la mitra y el báculo tallado en orfebrería.

Hablemos en fin del libro. Se titula “Semillas al viento” y recoge más de 150 homilías que ha ido pronunciando y, sobre todo, publicando, ordenadas por tiempos litúrgicos, de adviento a Navidad y Epifanía, de Cuaresma a Pascua y a tiempo ordinario.

La base del libro, en perfecta dimensión de cada tema son las citas bíblicas. Es para ser leído con pausa y aprovechamiento moral. El título dice perfectamente la intención del autor. Señala Ortega que la obligación del intelectual es dar al viento su verdad. Don José María repite el gesto elegantísimo del sembrador y espera que no caiga en la cizaña. Don José María escribe como habla, virtud atribuida también al filósofo madrileño de nuestras preferencias.

Editor del gran libro ha sido el Monasterio Virgen de Monlora, que tanto debe a nuestro Obispo. Hay unas notas biográficas que resumen su paso por el seminario pamplonés, sus cargos nacionales en Madrid y finalmente su paso fecundo por las parroquias de San Fermín y San Miguel en Pamplona.

Hay un prólogo en profundidad por su compañero de andanzas José María Cabodevilla, autor de tantos libros de espiritualidad, desde el tiempo del seminario hasta las decenas de horas de avión compartidas en sus viajes extracontinentales de misionero para el Tercer Mundo.

Mucho nos quedaría por decir de la obra y del autor. Pero basta ya para que al cerrar esta nota quede el respeto y la gratitud de todos los jaqueses hacia quien les rige y el deseo y la certeza de que la semilla dará óptimos frutos y se multiplicará con la rubia esbeltez de las espigas.

JUAN LACASA LACASA

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