"Los afanes de una vida"
Artículos en los semanarios jaqueses
"La Unión" y “El Pirineo Aragonés

JUAN LACASA LACASA

 

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LA PERENNE LECCIÓN DE DON DOMINGO

18/04/1942

Fue aquello en el viejo teatro “Variedades” y creo que hacia 1926. No puede recordarlo la juventud de hoy. Un señor serio, que hablaba rotundamente, exponía su ideal de “Universidad de Jaca” a un pueblo jacetano sin inquietudes, que vivía la paz octaviana de la Dictadura. Y antes de dos años, aquel edificio y aquellas cátedras soñadas eran algo tangible y tan nuestro, ya, como el paisaje y el casco urbano.

Miral asombraba, ante todo, por su voluntad. Es muy fácil decir que el hombre llega a donde quiere y que es el dueño de las cosas, que la voluntad es arma sin calibre y de alcance ilimitado. Pero solo triunfan con ella los que saben someter a la suya las voluntades ajenas, y para eso han necesitado, antes, vencerse a sí mismos, entregar su ser a una idea o una misión.

La voluntad de Miral sólo se explica por su entendimiento. Quería porque creía. Nada más exacto que este pensamiento de que “la razón de ser de la fe es aportar la certidumbre. ¿De qué sirve el credo que se puede discutir?”.

Miral pensaba seriamente y su arquitectura mental tendía a la afirmación, a la claridad de los principios y a los esquemas duros y sin variantes de la verdad. Nada tan ajeno a él como el modo de ser del intelectual “ensayista” que, de propósito, revolotea en torno de los temas e intenta giros elegantes, sin decidirse nunca a clavar, como una bandera, un sí definitivo.

Estilo el de Don Domingo que alguien, ligeramente, tacharía “de seminario”, dándonos con esta palabra, sin quererlo, la clave de su vida. Porque Miral camina, en el mundo y en la cátedra, desde el arte y la forma, desde su amor clásico a la expresión, por la filosofía a la teología y a la moral. Todo su pensamiento fue método y disciplina, rigor y últimas consecuencias.

Era universitario “per se” y como último fin; pudo con dignidad llamarse “maestro”, sin que este alto nombre fuera, tras su apellido, como marco brillante orientable tantas veces a las suculentas minutas del foro o de la clínica, o más sencillamente a los primeros escalones administrativos. Fue catedrático todas las horas de su vida.

Seguro con su dogma, porque la verdad es una y no varía, nadie más amplio que él, sin embargo, para la verdad ajena pretendida. Si cualquiera le tachó de intransigente, olvidaba sin duda que en la residencia convivieron sin chocar religiones y razas y que aquella tribuna universitaria sirvió igual a Unamuno que a Maeztu, a Ovejero que a Sancho Izquierdo.

Y Miral, razonador y realizador, supo soñar también continuamente. “El arte de envejecer es el arte de conservar alguna esperanza”. Don Domingo ampliaba en ondas concéntricas el alcance de sus ilusiones y ha vivido últimamente como una llama que se iba a la altura, que tendía a lo lejano y a lo difícil, ardiendo sin miedo a apagarse en cualquier momento y como si no hubiera de apagarse nunca.

Su sueño aquel primero de que la Universidad de Jaca fuera para Europa la voz de España, se refractó, en estos años nuevos, en otro ideal. Quería que en Jaca los universitarios españoles se conocieran y se amasen, que preparasen aquí, en la tierra altoaragonesa, un molde nuevo, duro e inflexible para la juventud. Y aquí tenemos probablemente el secreto de la eterna lozanía de Miral. Quiso a los jóvenes líricamente, con ternura enmascarada de severidad, como único fin de su vida, en la que se fue quedando solo, con sus libros y sus pensamientos. Junto a su cadáver, cerrado al compás de su cerebro, habrá quedado un volumen con la hoja doblada, para seguir leyendo mañana.

Y se ha marchado a la Verdad y a la Luz. Estamos seguros de ello. Sabemos más que aquellos discípulos de Giner de los Ríos que, dudando, dijeron a su muerte con Machado: “...sólo sabemos que se nos fue por una senda clara”. Y en vez de gritar sosamente como ellos, con fondo laico, triste y progresista aquel “yunques sonad, enmudeced campanas”, queremos que las campanas que doblan por Don Domingo queden sonando siempre en nuestro corazón y le graben indeleblemente la perenne lección de su vida.

JUAN LACASA LACASA

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