"Los afanes de una vida"
Artículos en los semanarios jaqueses
"La Unión" y “El Pirineo Aragonés

JUAN LACASA LACASA

 

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BARCELONA, CATALUÑA, ESPAÑA

14/08/1992

Desde el rincón pirenaico altoaragonés hemos podido gozar ampliamente del espectáculo universal de estas semanas. A las largas dosis de pantalla televisiva añadimos la directa vigencia en la ciudad mediterránea, pasando tres jornadas de deliberada dimensión en el ambiente olímpico.

Pesaba en nuestro ánimo el recuerdo de lo vivido allá, Exposición de 1929, con el ataque hacia Montjuich y la gran novedad de los juegos de agua y luces diseñados por el mágico Carlos Buigas Sans, que a sus treinta años resultó un poeta que rimaba esos materiales y jugaba con ellos en sutiles malabarismos coloristas y sonoros.

Los elementos tradicionalmente acumulados, los grandes trazos de Ensanche Cerdá, con la inmensa cuadrícula y larguísima Diagonal, Plaza de Cataluña, Ramblas populares y vivaces, persisten desde luego. Pero otras áreas se han potenciado y nuevos perímetros como el Cinturón de cuarenta kilómetros con decenas de salidas hacen fluir el tráfico penetrador sin agobios, con ligereza y facilidad del hombre superando el medio sin ser vencido por la masificación.

De este bien hacer en lo material, coordinando medios, se apreciaba una saludable victoria del transporte público sobre el particular, con un jugar de autobuses. Metro renovadísimo, funicular, escaleras mecánicas que nos hacían subir sin esfuerzo desde el llano de la Exposición a la montaña aplanada por el verdor del Estadio y el graderío de cemento con 65.000 asientos nos situaba como privilegiados espectadores de las grandes hazañas atléticas.

No es posible aludir deporte por deporte y figura por figura, española o foránea, todo con su peculiar manera, su encanto y su carácter. Digamos nuestra preferencia por las pruebas de velocidad pura, con los 100 metros lisos o las vallas. Eran los hombres en su mayoría como haces de ébano cortadores del aire en huracanadas salidas vertiginosas o la bandada de las negras corredoras cual fugaces desbocadas gacelas.

La vibración de los campeones se transmitía al graderío con la angustia de cada metro y cada décima de segundo, con la tensión añadida por la información instantánea sobre cada prueba, con los récords a batir o el historial esquemático de cada atleta. Era noble el rito civil, de toque casi religioso, en el ceremonial de las medallas en el podio y el sonar de los himnos nacionales de los vencedores con unánime público en pie.

Extremo contraste en las modalidades deportivas ofrecía la final mundial de tenis de mesa femenino, con las dos jugadoras de la República Popular China, frente al lanzamiento de peso, por ejemplo. Era un gramo de aire en la pelota de celuloide creadora de una inverosímil geometría, dominada por las leves atletas peso mosca. El waterpolo mostraba el esfuerzo flotador natatorio y el balón alternaba sus pausas sobre el agua y los fulminantes lanzamientos que hacía temblar las porterías.

Todo era cómodo y atractivo en cada instalación y en el Estadio, todo era concordia y cosmopolita hermanamiento. Sólo el dolor de saber que la guerra aún mancha rincones del planeta ponía sombras en el gozo universal.

Tras tanto asombroso acontecer, se pensaba en los hombres, mejor en los equipos de muchos hombres, que han hecho posible la puesta en pie del brillantísimo espectáculo. Algunos, forzosamente, resultaban decisivos protagonistas. El presidente Samaranch como un ministro universal del deporte; el alcalde Maragall como primer ciudadano barcelonés y Pujol en otra escala con la preocupación regionalista.

Pero por encima de esos nombres, del buscado equilibrio al dosificar palabras, himnos y banderas, estaba el Rey de España, omnipresente la Reina materna junto al hijo abanderado y las infantas lagrimeantes. El símbolo de la unidad superaba localismos. La Corona rubricaba todo, asumía valores y mataba disgregaciones. Integrábamos en la Historia el triunfo de nuestros deportistas.

Desde este Aragón, pobre en lo material y rico en valores españolizantes, va nuestro saludo y nuestra alegría compartida hacia la Cataluña vecina y parte indiscutible y constitucional de la patria española.

JUAN LACASA LACASA

 

 

 

 

 

 

 

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