"Los afanes de una vida"
Artículos en los semanarios jaqueses
"La Unión" y “El Pirineo Aragonés

JUAN LACASA LACASA

 

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 JORGE PUYÓ NAVARRO, UN MONUMENTO HUMANO ARAGONÉS

21/12/1990

Triste es grabar esta cruz tipográfica y dejarla en el calendario de bajas definitivas, 15 de Diciembre de 1990. Junto al nombre de la persona impar, del amigo, del compañero de idealismos altoaragonés y universitarios, del ansotano por esencia. Jorge Puyó, descansa en paz.

Nacía en un año español triste, 1898, y acaso esa fecha de derrota pudo sellarle en sus maneras y su hacer, entrando en las filas de lo que llaman regeneracionismo o también pesimismo entusiasta, sapiencia de los males colectivos y ganas y acción para remediarlos con la pluma y con el hacer. Su lugar, el paisaje idílico del Pirineo, El Valle ansotano enmarcado en los grises de las crestas altas, en los azules de Estanés y próximos los verdes mágicos de aguas Tuertas, todo tras el embudo fantasmagórico, de piedras gesticulantes, de la Foz de Biniés, como un grabado romántico de Gustavo Doré.

Y Jorge empezó a servir a su tierra con un oficio milenario, el pastoril, el trashumante, el ganadero. Aun alcanzó muchos decenios de apogeo de las cabañas del lanar, con 40.000 cabezas en el Valle frente a las decaídas 8.000 de ahora, estabuladas próximas, alternando los piensos conservados con la fresca y cimera hierba de los veranos. Y el largo andar de la Montaña a la Ribera del Ebro le dotaría de tiempo, de inacabables horas para ensimismarse, para quedar como embebido y saturado de tierra materna, con incansable andar por caminos de antigua traza, como un gesto de afirmación de ancestrales maneras, como un rito en que era oficiante permanente.

En ese servicio a lo propio y autóctono encontró en el traje de sus abuelos, de remotos predecesores el exponente de esas lealtades. Frente al traje común universal, el inameno completo del europeo que dijo Ortega y Gasset, adoptó el culto al traje pueblerino, con pátina de milenio y resonancias inmemorables. Sobre su cuerpo, el complicado indumento no sonaba a máscara ni a disfraz, sino a dignidad y señorío. Y así vivió y murió y ha sido amortajado, como María Mendiara no mucho antes con el hábito de las ansotanas, como muy bien recordó en la fúnebre homilía el párroco Lapetra. La estampa esbelta de Jorge quedó así presta a servir de gran símbolo en la portada de libros pirenaicos y pastoriles, ejemplo de prestancia y magencia en el decir de Fernando Solsona Motrel.

En reiteradísimas jornadas universitarias, en el escenario miraliano de la Residencia de Jaca, decíamos a veces que Veremundo Méndez, Jorge Puyó y yo mismo nos sentíamos los tres mosqueteros de los Cursos. Y D’Artagnan pudiera ser Sancho Izquierdo o alguno de los Rectores sucesivos. Se clarean las filas pero sigue la fidelidad. La memoria de Jorge es una parte substancial de nuestra noble tradición culta.

JUAN LACASA LACASA

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