"Los afanes de una vida"
Artículos en los semanarios jaqueses
"La Unión" y “El Pirineo Aragonés

JUAN LACASA LACASA

 

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RECUERDO DE LOS GUARDAS DE SAN JUAN DE LA PEÑA

19/10/1990

El día 8 del actual mes, en el moderno Hospital de Jaca, ha entregado su alma a dios un hombre de apariencia no importante y que sin embargo, para los que amamos a San Juan de la Peña, resulta significativo. Se trata del Guarda, jubilado en 1984, Juan Sarasa Sabater, hijo de su antecesor en el cargo Juan Sarasa Benedé. Entre ambos llenan decenios de celosa presencia en los monumentos Viejo y Nuevo, en el románico y en el barroco, en la hondura de la cueva sobre el barranco de Gótolas y en la soleada llanura de San Indalecio, con la perpetua alfombra verde que un escrupuloso tapicero no deja jamás perderse, en la elegante frase del arquitecto Chueca, y la silente y misteriosa sombra de los pinares.

Nos gusta imaginar alguna trayectoria temporal del imponderable San Juan, sagrado símbolo aragonesista, desde que en 1835 los criterios secularizadores de la época trajeron para los Benedictinos, con raíces desde el siglo XI, la Desamortización y la Exclaustración. Pudiera hablarse como de tres medios siglos, 1835 a 1885, a 1935 y a nuestros días.

Al primer medio siglo lo llamaríamos el de los viajeros románticos. Así el pintor y litógrafo barcelonés Francisco Javier Parcerisa, que firmaba en 6 de Octubre de 1844 su estampa del Monasterio Viejo, o el político y literato también catalán Víctor Balaguer que en un libro cerrado en Abril de 1896 se refiere a sus remotos recuerdos de llegada a San Juan allá por 1847 ó 1850. Hay en ellos, en sus trazos y en sus palabras, un contemplar asombrados la singular joya medieval, un canto a sus bellezas naturales y artísticas, un casi complacerse en la grandeza de las desconsoladas ruinas que avanza, muy de época, como el inmenso Bécquer en Veruela. Balaguer, en su alta edad, llega a barruntar el primer comienzo restaurador y nombra esperanzado a Magdalena.

Los lamentos de medio siglo cuajan al fin en intentos concretos de acción. La segunda media centuria, 1885 a 1935, víspera ésta de la guerra española, no tarda en inaugurarse con los esperados restauradores. El primero, pocos años más tarde, el nombrado Ricardo Magdalena, que dejó sus preocupaciones zaragozanas para venir, movido por Madrid, a dictaminar y operar. Un momento importantísimo, ajeno a los trabajos pero prometedor para ellos, será Septiembre de 1903, con la visita del jovencísimo rey Alfonso XIII y el que ha quedado clásico saludo de Juan Moneva y Puyol: “permita V.M. que os rinda homenaje de súbdito, en nombre del Ateneo de Zaragoza, mientras estas ruinas os saludan como ellas pueden hacerlo, de Majestad a Majestad”. Seguirán en intervenciones espaciadas la muy criticada de Francisco Lamolla, la de Bruno Farina ya recogida circunstanciadamente en el reciente Museo del propio Monasterio Viejo, y sobre todo la sobresaliente de Francisco Iñiguez Almech, al que alcanzamos a tratar en su alto cargo de Madrid hacia los años 50 y hablar con él de Jaca a Pamplona ya casi en despedida poco antes de su muerte.

Finaría esa etapa así mismo con el acabamiento de la carretera por Bernués en 1930 y la celebración de unos Días de Aragón, cinco veces, 1931 a 1935, solemnes y a la vez populares, con políticos a lo Manuel Marraco Ramón o universitarios como Domingo Miral y López y el permanente interés de don Ricardo del Arco.

El último medio siglo sobrado, desde la Guerra Española, es ya vivido plenamente por nosotros. Se había constituido un patronato en 1935 por el esfuerzo del Dean de Zaragoza Santiago Guallar, parlamentario derechista en las Cortes de la República. Y en la postguerra tras el 39, en 1949 y 1950, con mediación del Obispo de Jaca Dr. Bueno Monreal, aparece la Hermandad de Caballeros, regida por Sancho Izquierdo continuado hasta el presente por José Joaquín Sancho Dronda. En las obras, por singular fortuna, se venía haciendo presente el arquitecto madrileño Fernando Chueca Goitia. En 1959 fue la vuelta por un día del Santo Grial, acompañado por el Jefe del Estado General Francisco Franco. Apúrase el final de la etapa centralista madrileña y cuando surgen las Autonomías y se transfiere parte de lo cultural a la Diputación General de Aragón, se está preparado para seguir la labor, ahora con los arquitectos Ramón Bescós Domínguez y Antonio Martínez Galán. En los años 70 y 80 se traza y perfecciona el acceso por Santa Cruz y es multitudinaria la visita.

Todo este acontecer, todo este rumor oficial y privado, de palabras, acciones, logros y malogramientos, se hace mientras en la soledad de San Juan habitan solitarios continuadores de la memoria benedictina. A los Abades y Priores, a los sencillos monjes y a sus auxiliares en tareas y oficios, suceden los Guardas, con magros estipendios de Madrid.

En este semanario jaqués quedan algunas huellas de estos modestos sanjuanistas. El mentado Víctor Balaguer alude a todavía un monje guardador. En 1897 el Ministerio de Fomento señalaba 397 pesetas anuales al encargado de la custodia de los Monasterios. En 1912, la Subsecretaría, pensamos que de nuevo de Fomento, repone en sus antiguos destinos, que sufren eclipses, al sacerdote José López Aznar como Guardián y a don Damián Valmediano como Conserje. Algún otro nombre se borra en nuestros vagos recuerdos de infancia y ya acaso a los años 20 aparece la pequeña dinastía, de muchos decenios, de los Sarasa mentados. Estas presencias, con habitaciones en la Casa Forestal y también en ruinosas estancias donde la actual Hospedería, se duplican venturosamente con el acompañamiento de Guardas Forestales. De siempre el Cuerpo de Ingenieros de Montes había aplicado su interés y sus sanos criterios defendiendo la no privatización del maravilloso pinar, preparando para esta contemporaneidad el espléndido marco arbóreo, guardando caminos y cuidando el Mirador. Dejemos el nombre de Gumersindo Toyas como último Forestal con residencia allí.

Hoy actúa, con plenitud de preparación y eficacia, por la Diputación General, el joven y entusiasta José Luis Solano Rozas, se está renovando por completo la Casa Forestal y se supera la atención a los visitantes. La muerte de Juan Sarasa Sabater ha cerrado un ciclo. Su último servicio a la causa de los Monasterios puede ser el habernos suscitado estos recuerdos.

JUAN LACASA LACASA

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