"Los afanes de una vida"
Artículos en los semanarios jaqueses
"La Unión" y “El Pirineo Aragonés

JUAN LACASA LACASA

 

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JACETANIA UNA EXALTADA ALMA PIRENAICA

11/08/1989

Flota entre brumas y a la vez se afirma en certezas nuestro remoto ayer. El colectivo recordar es seleccionar vivencias de larga andadura, venerarlas, hacerlas mitos. Jacetania es un trasfondo de milenios, es el telón retrospectivo al final de cien generaciones hacia atrás.

Vascones al Oeste, Aquitanos al Norte, ilergetas al Sur, Cerretanos y otros hacia la costa mediterránea, son el límite y el encuadre de nuestros remotísimos abuelos jacetanos. Aquellos hombres distan más de mil años previos a lo que un día será lo aragonés, pero caracterizan nuestro solar, nos dan nombre, nos bautizan.

Caro Baroja ha visto genialmente, desde el mirador de San Juan de la Peña esa realidad, que no le asusta encontrarla unida a la Leyenda y habla del Jaca ibérico que acuñase moneda. Aunque falle tras lo romano la documentación visigótica, irá afirmándose el hidrónimo Aragón y habrá un sistema orográfico e hidrográfico revelador de una antigua unidad histórica. Son unos valles mucho más aislados que los del Pirineo Occidental y Oriental. San Eulogio de Córdoba en la mitad de siglo IX, da fe de esas realidades y es como una luz clara en la penumbra espesa de los siglos oscuros.

Por aquel tiempo anda también lo que sabemos los jaqueses de nuestro Conde Aznar y de sus hazañas. No importa mucho que el color vivísimo, la primaveral alegría estallante del Primer Viernes de Mayo lleve al dudoso año 758 el inicio de la ruidosa conmemoración. Podríamos decir en la duda de siglos a estimar: ¿Qué son cien años para la vida de una estrella?

El siglo XI es ya seguridad, concreción, historia circunstanciada y documental, aunque la alta erudición afine ápices de decenios sobre el surgir de la fábrica catedralicia o ponga en duda la realidad del Concilio de 1063. Esos Reyes aragoneses, Ramiro I, Sancho Ramírez, Pedro I, los de un Aragón de 600 kilómetros, como una Andorra de hoy, son los nuestros, los jaqueses y jacetanos, los de antes de las conquistas de Huesca y Zaragoza, los de los Obispos hermanos de los Reyes y los compartidores de tierras y dominios con los Abades de San Juan.

Las tumbas reales de ese Monasterio son tan jaquesas como los nichos del cementerio del XIX y el XX, el de hoy, son la Jacetania que ha alumbrado Aragón, el que llegará a Valencia, a Mallorca, a Nápoles, a Sicilia y a Grecia, ya en la Corona compartida con los Condados Catalanes y las renovaciones dinásticas hasta ser tronco fundamental de lo español.

Hasta aquí la memoria de nuestra Jacetania saltando por los hitos seculares. Esa memoria nos embriaga y diríamos orgullosos con Manuel Machado: De mi alta aristocracia dudar jamás se pudo. No se compran, se heredan elegancia y blasón. Pero usemos con prudencia otra facultad del alma jacetana, el entendimiento. Recordemos a Lorca que dijera aquello: La luz del entendimiento me hace ser muy comedido.

Hay que entender con modestia lo que fuimos y lo que somos, también lo que podremos ser, lo que serán nuestros hijos prolongados otro milenio. Ante todo somos un bastión pirenaico, la montaña vertical y mayestática, la solemne soledad que buscan las águilas, la presencia abrumadora de los montes que dan un sentido religioso a la Naturaleza y levantan nuestra facultad poética e inventiva, olas petrificadas, formidables arrugas, que nos producen una casi divina embriaguez al percibir el remoto Aragón del Ebro desde nuestras cimas, con palabras del teórico del paisaje y su estética Sánchez de Muniain.

El jaqués es un amador de las cumbres, de las rocas grises y la nieve que las esmalta, de espesa fronda misteriosa que finge palacios vegetales o como enormes flautas que hace sonar el viento. Cada jaqués mira al cielo y siente sus montañas como escalón para llegar a él. Quiere que se haga suya la estupenda fuerza, también sonora, del agua y sea a la vez energía y ensueño poético, para que rujan los torrentes en las centrales sin que enmudezcan los surtidores en las tazas de mármol, como dijera el pirenaico catalán José María Fontana. Que la acción se haga fecundidad y sentimiento y vibren las máquinas sin mecanizar el latido de los corazones.

El jacetano debe entender también que somos pocos y deberíamos ser muchos más. Y si además de pocos no somos ricos, el bien de todos solo ha de darlo nuestro esfuerzo, nuestra ambición, nuestra audacia, nuestro ¡No Importa! si se nos dice locos por levantar Palacios, el del Saber en la Universidad, el del Músculo en el del Hielo, el de la Convivencia en el de Congresos. O que soñemos, como con un juguete mágico y polícromo, enlazador de los cinco aros olímpicos a izar en las banderas sobre el blancor de nuestra nieve. O que cada dos años canten aquí miles de voces la concordia mundial de su Folklore.

En fin, el alma jaquesa debe ser sobre todo una potente voluntad, un Yo Quiero, un Podremos. Voluntad, arma antigua, es preciso luchar, donde ha habido laureles ha tenido que haber voluntad, así nos canta en el alma un estribillo que escuchamos en un lejano día de juventud.

Memoria de nuestro ayer nobilísimo, entendimiento de nuestra circunstancia de este instante, voluntad como un arma invencible que penetre en el futuro. Y enriquecer todos los matices de nuestro ser inmaterial que sutilmente analizara el maestro Ortega, Vitalidad, Alma, Espíritu. Injertar en lo material que logremos un plus de alma, muchos quilates de lo mejor que en el hombre ha puesto Dios. Seamos los Jacetanos, volvamos al principio, una exaltada alma pirenaica, enorme, cordial, abrazadora, imperecedera.

JUAN LACASA LACASA

 

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