"Los afanes de una vida"
Artículos en los semanarios jaqueses
"La Unión" y “El Pirineo Aragonés

JUAN LACASA LACASA

 

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SEMANA SANTA EN JACA

29/03/1985

Está la pequeña ciudad al pie de los blancos y grises del Norte pirenaico aun nevado y de marrón de rocas aglomeradas y con recia fronda de pinares del levantado Oroel. Se aleja el invierno con su aparato de hielos y alburas y asoma balbuciente y temerosa de retrocesos otra nueva edición de primavera.

Bajo un cielo que quiere más claridad, más horas soleadas en madrugadas y atardeceres, se asienta el burgo con el casco, en torno al cual es ya casi imposible reconocer el evaporado perfil de las murallas. Pero aún subsisten viejas calles estrechas, alguna vía de Arco, pasadizos, pequeñas ruas evocadoras, el dibujo medieval de lo precatedralicio, la Plaza del Mercado junto al gran monumento románico del siglo XI, un eco árabe de pura filología en el Zocotín, y el adosamiento en el XVI del enorme pentágono de la Ciudadela.

Ese es el marco físico de la Semana Santa jacetana. Todo se hace en una media distancia entre lo rural y lo urbano, no lejos del campo que despierta, con esas vías sin excesivo ancho para que las procesiones anden a la medida, con gente en las aceras y en los balcones, sin vacíos, con una densidad lograda entre el escenario y el espectáculo y la ceremonia. Puede recordarse aun la evocación de las Semanas Santas pueblerinas del gran navarro José María Iribarren cantor del solemne recogimiento, de la ancha e imponente desolación que trae la significación religiosa de las celebraciones, con una melancolía subyugante, gozando en el tedio y la largura de la tarde de Viernes Santo, viviendo mejor que en las ciudades las emociones que suscita la liturgia, con un sentir cristiano profundo y enternecedor, con un patetismo de entierro, en el aire un pasmo de tristura. Puede asomar lo ingenuo, lo humilde y aun lo absurdo, pero queda un tesoro de fe de siglos y un aroma piadoso que conmueve las almas.

La Pasión del Redentor se escenifica, el pueblo se hace actor masivo y multitudinario y marco y representación encajan perfectos. Viene a las mientes el ensayo orteguiano “Meditación del marco”. La Procesión es como un agujero de idealidad perforado en la muda realidad, el desfile de la muerte de Cristo envía hacia nosotros bocanadas en ensueño, vahos de leyenda, en que la Fe, los textos bíblicos y los hondos sentires populares son difíciles de separar y de medirse, pero que en definitiva son motores de acciones y de conductas, llenadores de unas almas que acaso por sorpresa encuentran que todavía hay espíritu en una sociedad de consumismo.

La Iglesia milenaria, la diocesana Jaca, la de Santa Orosia, la de Indalecio, Voto y Félix y otros varones vinculados a San Juan de la Peña, sus prelados, sus fuerzas, sus autoridades, su pueblo, en el año de gracia de 1985 cumplen una vez más, con una gozosa inercia conservadora de valores permanentes que se afirman entre la modernidad, las vivencias de la cristiana Redención, a casi dos mil años de su lejana realidad ahora evocada.

JUAN LACASA LACASA

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