"Los afanes de una vida"
Artículos en los semanarios jaqueses
"La Unión" y “El Pirineo Aragonés

JUAN LACASA LACASA

 

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EL AJEDREZ, UN MUNDO APASIONANTE: LA OLIMPIADA, POR DENTRO.

VEINTE ESPAÑOLES EN SALÓNICA. RUSIA, SIN SUS DOS GRANDES FIGURAS

14/12/1984

Heraldo de Aragón 6/12/1984

El ajedrez es aparentemente un juego, pero su complejidad, su fecundidad inagotable, su mezcla de factores físico y psíquicos, su expresión de lucha de caracteres y personalidades, lo elevan a otras categorías, arte, ciencia, deporte. Y a la vez es ya una corriente de universal cultura, con organización mundial, con cientos de revistas especializadas y, sobre todo, con una masa de literatura colosal, en continuo crecimiento. Del ajedrez se han escrito más libros que de todos los demás juegos juntos. En la Biblioteca Real de La Haya, que hemos visitado con detalle, hay más de quince mil volúmenes ajedrecísticos, con un registro perfecto de nombres, épocas, materia, idiomas, naciones, que permite localizar cualquier tema o cuestión.

España tiene una peculiar situación en el ajedrez, pues la penetración de éste en Europa, tras legendarios orígenes en la India hacia el siglo VI de nuestra era, se hizo por los árabes que lo trajeron a nuestro suelo, a la vez que también alcanzaba otras zonas mediterráneas como Sicilia o el sur italiano. Hay una obra bien conocida, de Alfonso X el Sabio, en Sevilla, 1283, “El libro de ajedrez, dados y tablas”, que se conserva en la biblioteca de El Escorial, y que es acaso el mayor monumento literario en la materia de toda la Edad Media. Y en la corte de Felipe II, en momentos imperiales de España, brilló el jugador y tratadista Ruy López, que todavía da su nombre a una manera de abrir la partida.

Para algunos puede ser una hermosa e instructiva ocasión de turismo, pues el acontecer ajedrecístico se distribuye ahora por todo el mundo. Se trata de encajarse un poco, siguiéndolas al día al menos, en las actividades de la FIDE, Federación Mundial de Ajedrez en lengua francesa, y unirse a una verdadera farándula universal, de los cinco continentes, que cada dos años, los pares, celebra modernamente olimpiadas de juego. Quien firma ha asistido, desde 1958, a seis de estas ocasiones, en Munich, Lugano, Niza, Malta, Lucerna y ahora Salónica, la capital de Macedonia en el norte de Grecia. Pueden resultar así conocidos y familiares jugadores, dirigentes, periodistas, editores de libros, fabricantes ahora de máquinas electrónicas que juegan, amén de filatelia, emblemas, revistas, posters y pegatinas o insignias, con los eternos temas del tablero, las fichas, las efigies de los campeones.

Frente al turismo clásico hacia Europa, desde la dulce y próxima Francia a las tierras escandinavas, el mundo germánico de Alemania, Austria o Suiza, el Benelux, y las Islas Británicas, Grecia nos resultaba una novedad realmente alucinante, por el peso glorioso de su tradición filosófica y arqueológica, como una profundización más allá de lo italiano y lo latino, como un buscar el avión Madrid-Atenas el fondo del Mediterráneo y asomarse al menos a la cercanía asiática. Y en unos diez días hemos querido penetrar en su espíritu y en sus ingentes huellas de monumentos, en su paisaje, en sus museos, dedicando los atardeceres de pronta noche otoñal a la olimpiada de ajedrez que ha tenido lugar en Salónica del 18 de noviembre al 5 de diciembre.

Grecia es como una cuarta parte que España en lo físico, con 130.000 kilómetros contra 500.000 nosotros, o con 9 millones de habitantes contra más de 36 España, o mucho menos que nosotros con seis millones de turistas al año, más de la mitad de ellos por el aire. Pero esa península, en cierto modo genial, como la más al Este de tres hermanas, Iberia, Italia, el sur de los Balcanes, discrepa tremendamente de nuestra cierta redondez de piel de toro, dispersa ella en recortadas costas entrantes, golfos o mares interiores, en más de 400 islas en el Jónico y en el Egeo, con muchos miles de kilómetros de playas y acantilados, con esa cercanía y esa tensión milenaria frente a lo turco y un lindar ahora con los países de Este, Albania, Yugoslavia y Bulgaria, como límite de lo occidental y atlantista.

Hace 60 años, 1924, en París, unos idealistas, en los días en que el gol de Vallana a Zamora nos eliminaba de aquel fútbol olímpico, inventaban la FIDE, Federación Internacional de Ajedrez. Entre aquellos pioneros estaba un zaragozano, el doctor Rey Ardid, que tiene reconocida oficial esta condición con la consabida gloriosa medalla y que, sano octogenario, mira con orgullo aquellas jornadas de remota juventud. Hasta la guerra de 1939 hubo nueve pruebas, con participación más bien europea. España estuvo casi como colista en algunas de ellas. Reaparece todo esto, ya que con gran pujanza, en 1950, y desde entonces cada dos años no se ha fallado nunca, con presencia en la Europa del Este y del Oeste, pero también en Buenos Aires o en La Habana.

Y crece el número de naciones presentes, masivamente tras la descolonización, ya con gente de los cinco continentes. Hay, forzosamente, grandes diferencias de volumen y categoría deportiva. La Rusia soviética tiene 3,5 millones de ajedrecistas censados y acapara triunfos individuales y por equipos y hasta se enfrenta ella sola contra el resto del mundo y le gana con escaso margen. Países microscópicos, como Andorra, Mónaco y otros de Europa, o nuevos en América, en África y en Asia, tienen unos cientos de jugadores y escasa organización. Coincidimos con el equipo hispanohablante de Honduras, cuyos componentes se pagaban el lejano desplazamiento desde Centroamérica a Salónica.

Grecia aspira actualmente a resultar sede permanente de los Juegos Olímpicos y también en el ajedrez ha concretado con hechos este noble deseo. La tarde del domingo 18 de noviembre seguimos por la televisión griega, en Atenas, el brillante ceremonial de apertura de la XXVI Olimpiada de Ajedrez, en el Palacio de los Deportes de Salónica, ante 5.000 espectadores, con discursos del alcalde de la ciudad, el ministro griego de Juventud y el Deporte y el presidente del mundial de ajedrez, el filipino Campomanes. Había estricto ritual olímpico, con himnos y gran orquesta dirigida por el compositor griego Mikis Theodorakis, olivo traído por una joven atleta que ponía fin a los relevos desde Olimpia y grandes palabras de fraternidad mundial, hospitalidad bajo la advocación de Zeus, padre de los dioses y evocación de las milenarias glorias. Salónica celebra el próximo 1985 el 2.300 aniversario de su fundación. Es una ciudad clave en los caminos de Occidente a Oriente y compite hoy con Atenas, como Barcelona con Madrid, en su sensibilidad ante los problemas mundiales. Una tarde, en un repleto anfiteatro de su Facultad Universitaria de Letras, tuvimos ocasión de escuchar al diputado “verde” alemán Otto Silly, el inflexible interrogador parlamentario de Rainer Barzel, que dio muestra de fino humor al recoger la broma de que a su partido lo llaman el melón, verde por fuera y rojo por dentro, pero subrayando él la nota de dulzura de esa elíptica fruta.

Representando a este diario aragonés, conseguimos ser recibidos y atendidos largamente por el director griego de la olimpiada de ajedrez, señor Lannis Maris que nos habló de costes muy altos del alojamiento unas semanas de los 88 equipos de hombres y los 51 de mujeres en la excelente hotelería de Salónica, así como de la preparación material de la sala de juego en uno de los pabellones de la Feria de Muestras, de unos 6.000 metros de superficie, enmoquetados totalmente para la ocasión, en gris para el público y en verde para los jugadores, en disposición perfecta, con un silencio impresionante por parte de los espectadores.

Es peculiar el sistema de enfrentamiento de los equipos de cuatro hombres, con dos reservas o banquillo, y de tres mujeres, con una reserva. Se trata de una combinación de liga y copa por la imposibilidad de todos contra todos. La jornada inicial empareja sistemáticamente a buenos y malos, digamos, con arreglo a categorías matemáticas que clasifican a miles de jugadores en el mundo por sus resultados sucesivos. En la primera tarde hubo 23 encuentros que terminaron por 4 a 0. Pero ya en las sucesivas se iban emparejando los de iguales resultados y se ocasiona una estratificación equitativa, como si a lo largo de la prueba se establecieran categorías A, B o C y similares. España viene ocupando posiciones mejor que intermedias. En las jornadas centrales de las 14 tardes de Salónica alcanzó algunas veces el llamado podio o lugar preferente del gran salón, donde actuaban los diez primeros equipos. No podemos descender aquí a nombrar jugadores ni menos a actuaciones individuales. El equipo ruso, sin sus dos grandes figuras, el campeón mundial Karpov y su oponente Kasparov, enzarzados en Moscú en batalla de tres meses, no estaban presentes.

Unos 20 españoles andábamos en aquel mundo del ajedrez. Destacaba la figura de Román Torán, el émulo en su tiempo de Arturo Pomar y ahora dirigente de primera fila como presidente para Europa de la FIDE y al frente de una sede europea de ella en Madrid que facilita el trabajo del filipino Campomanes, presidente mundial. Imborrable ha de resultarnos el recuerdo de estas jornadas, acogidos con una permanente sonrisa, su mejor materia prima turística, por un pueblo lleno de simpatía y con la visión de la estatua ecuestre de Alejandro Magno en el paseo marítimo de Salónica, avizorando Oriente como nuestro Colón, desde La Rábida, hacia Occidente.

JUAN LACASA LACASA

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