"Los afanes de una vida"
Artículos en los semanarios jaqueses
"La Unión" y “El Pirineo Aragonés

JUAN LACASA LACASA

 

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LOS MONJES, ESOS INÚTILES

14/06/1984

Nuestro entusiasmo por San Juan de la Peña, por su inmensa tradición benedictina, nos lleva a admirar y a amar la tarea de los monjes de ahora, los que en Silos, en Poblet o en Leyre han logrado maravillas restauradoras que querríamos para nuestros Monasterios.

Entre esos religiosos hay tipos humanos extraordinarios. Todo lo que sentíamos ante ellos nos lo hemos hallado concreto y genialmente dicho por el Padre Agustín Altisent, cisterciense de Poblet. Un texto suyo en “La Vanguardia” de Barcelona, en 1980, ha merecido hace poco el premio periodístico Ramón Godó en su XX edición. Lo encabeza las mismas palabras de este comentario. Esperamos que para gozo de nuestros lectores sea oportuno resumir lo esencial. Dice el Padre Altisent, abreviado por nosotros:

Escribo en la víspera de cumplirse 40 años de un hecho insignificante: El 24 de Noviembre de 1940, 4 monjes cistercienses italianos vinieron a Poblet, sin comunidad desde 1835. Ni sabían donde dormirían aquella noche, en una aventura tras la cual estaba el impulso de lo invisible.

Pronto vinieron vocaciones, se acercaron instituciones y amigos. Resultó ser una obra de Dios que ha consolidado la vida monástica en Poblet. Este aniversario me hace reflexionar sobre los monjes.

En la Edad Media salvaron la cultura occidental y transmitieron los fondos permanentes de la tradición. Fueron en Occidente los que enseñaron técnicas agrícolas y no solo salvaron la fe sino lo más elemental y urgente. Difundieron el modelo romano en la alimentación y por su influjo el pan estuvo más presente. El cultivo de la viña se extendió hasta el Norte de Europa porque el vino era necesario para la Eucaristía y la regla de San Benito permitía beberlo en las comidas con moderación. También amaron y saborearon la cultura clásica.

Pero nada de ello es lo más importante en la obra de los monjes de Occidente. Los bellos Monasterios, los hermosos claustros no son más que subproductos de lo que realmente importa en la vida monástica, que es el lujo del abandono a Dios en la plegaria y en la totalidad de la vida, eso que parece inútil e irracional en una sociedad como la nuestra.

La lección de los monjes es incomprensible, no tiene justificación humana. Un Monasterio es un lugar donde unos hombres han entrado de por vida para ser un pedazo de cosa de Dios. Los monjes somos hombres como los demás. ¿Somos mejores? ¿Somos más santos? No importa, lo que sentimos es que hay alguien que nos mira con una infinita ternura.

No son los Monasterios ni los monjes eruditos o agricultores los que dan sentido a la vida monástica. Para saber lo que ésta es hay que partir de la fe, en la plegaria, en la entrega, sin espera de contrapartidas, en las manos de Dios. Pero todo eso con la certeza de que la eternidad empezará a cantar secretamente en nuestro corazón.

Hasta aquí el Padre Altisent. Ante esta poderosa expresión de fe, de superior voluntad espiritual, de mística exaltación, de oponer materia y espíritu y de jerarquización de valores, se es capaz, en medio de temidos apocalipsis, de reafirmarnos en la esperanza, al pensar que entre Dios y los gregarios, erráticos y desconcertados hombres de hoy hay algunos que saben y dicen bellamente las verdades absolutas y son los mediadores cerca de lo divino para que no solo ellos sino también todos nosotros sepamos hallar los caminos de lo válido y lo absoluto.

JUAN LACASA LACASA

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