Juan Lacasa Lacasa

 

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"Los afanes de una vida"
Artículos en los semanarios jaqueses
"La Unión" y “El Pirineo Aragonés

JUAN LACASA LACASA

 

ANTE EL LIBRO DE SARA PÉREZ PAVÉS

17/05/1984

El último domingo de abril nos daba ocasión esta autora para un atardecer poético, una hora de ensueño, una entrada en su libro “El óxido del tiempo” y un evocar otras poetisas en lo jacetano más un bullir de versos de los grandes líricos seducidos como ella por el tema cósmico del mar.

Lejanía de un siglo. Una joven sevillana, Concepción de Estevarena y Gallardo, firma aquí una decena de poemas de su libro “Últimas flores” en el invierno 1875-1876. Reposa en nuestro cementerio. Tomás Buesa y yo mismo la recordábamos a los cien años de su muerte. Algo posterior en el tiempo al impar Bécquer, éste 1836-1871 y ella 1854-1876, sus temas, fruto de la época y de su enfermedad, rezuman dolor:

Cuantos sueños de gloria y de fortuna,
cuantas horas de afán y de tristeza,
por mí han pasado y se han fundido en una
eterna aspiración a la belleza.

Otra poetisa jaquesa, Susana Lacasa, escribe en los primeros años del siglo algunos poemas que querríamos reunir antes  que el tiempo lo haga imposible. Afincada en Carmen 6, deja huella en este semanario y sus descendientes se han ido alejando a lo zaragozano, o madrileño y otros lugares. Anecdóticamente, su esposo José González fue el Alcalde de la ciudad, hacia 1910, que trajo desde Oroel el agua de San Salvador. 

Como flor de la tierra serrablesa, Angelita de Lerés nos da hace poco su librito “De Amanecer a Ocaso”, con notas campesinas, de paisaje y familiares. Hay lejanos sones de Gabriel y Galán y otros más altos del  meditador Machado en la tierra Soriana.

Llegamos a Sara. Su libro nos fue traído por ella misma y dos compañeras que completaron las Tres Gracias en la mesa de la reunión. Rosa Serrano, con nombre de flor colorista y aromada; Ángela Abós, con ecos celestes en el suyo, y la propia Sara, fecunda en su madurez como la bíblica esposa de Abraham.

Dos notas destacan en los casi treinta poemas de su libro. Una, la presencia del mar, cantábrico y gris más que de azules mediterráneos y un pesimismo ante el mundo mecanicista de hoy y con casi cósmicos temores de destrucción.

Su reiterada marina nos llevaba a evocar muchos logros de lo poético contemporáneo. Uno de amplia policromía en Manuel Machado:

Era un suspiro lánguido y sonoro
la voz del mar aquella tarde, el día,
no queriendo morir, con garras de oro
de los acantilados se prendía... 

para terminar meditativo:

Para mí y este cuerpo dolorido,
para mi pobre alma atormentada,
el mar, el mar, el mar apetecido,
el mar, el mar y no pensar en nada.

En su hermano Antonio ante la muerte de la esposa joven:

Señor, ya me arrancaste lo que yo más quería,
oye otra vez Dios mío mi corazón clamar,
tu voluntad se hizo, Señor, contra la mía,
Señor, ya estamos solos mi corazón y el mar.

Una impresión santanderina de Gerardo Diego:

De puntillas el faro atalayaba

tanta otoñal inmensidad sonora,

él solo vio acercarse a la invasora

nórdica bruma hasta la costa brava.

O el Atlántico del canario Tomás Morales:

El mar es como un viejo camarada de infancia

al que me siento unido por un salvaje amor.

Yo respiré de niño su salobre fragancia

y aún llevo en mis oídos su bárbaro fragor.

Todo eso nos recordó Sara. Volviendo a ella, adjetiva al mar certera y directa:

Cambiante, eterno, inmenso el mar

O lo sabe llamar con sustantivos:

Despensa, cuna, cementerio, abismo

o humanamente,

La mar está presente en tu mirar de acero 

o entregándole propio mensaje:

En la mar, en la niebla, en el nordeste,

se quedarán, se quedan mis palabras.

Y entrando en ese pesimismo aludido:

A la orilla del mar, playa de octubre,

sola de amor, de soledad, de desencanto

Hay algún cromo playero: “marineras azules y sombreros con cintas, niñeras de uniforme, cubos, palas...” que recuerdan al Foxá fácil y nostálgico de “Un coche de caballos” o “Un niño provinciano”

Gran contrapunto a todo eso, en fin de cuentas naturaleza y sensibilidad ante ella, un enfoque urbano, consumista, del mundo de hoy:

Solo sé que el presente ya me duele

porque nada me ayuda a la esperanza

no hay mañana posible ni existe hoy placentero

Hay que acabar. Queremos que Sara Pérez Pavés reincida en su empresa poética y que, junto a su tan logrado sentir de la naturaleza y del paisaje, recoja, puede hacerlo, nuevos cantos de vida y esperanza como los del título de Rubén Darío.

JUAN LACASA LACASA

 

 

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