"Los afanes de una vida"
Artículos en los semanarios jaqueses
"La Unión" y “El Pirineo Aragonés

JUAN LACASA LACASA

 

<<volver

DON ÁNGEL HIDALGO EN LA HISTORIA JAQUESA

29/03/1984

La sede episcopal jacetana, cabeza de amplia circunscripción territorial, que rebasa, por el Este hacia un poco de Sobrarbe, por el Oeste hacia tierras de Norte zaragozano y por el Sur hacia lo alto de Cinco Villas, al partido judicial, es la huella histórica de tierras comandadas por prelados aquí activos, con gran peso en el siglo XI, con reaparición en el XVI y con continuidad desde entonces, al margen de avatares y contradictorias orientaciones, como la aun actual dependencia de la Archidiócesis de Pamplona, con lógico y previsto retorno a lo aragonés y zaragozano.

Esa institución es servida, a lo largo de centurias, por decenas de nombres, recogidos en la serie pictórica del Palacio Episcopal con al menos esquema cronológico y algunas notas de su pasar y hacer. De los más recientes, los del último siglo, son diez desde Don Ramón Fernández Lafita, único de la tierra jaquesa misma, tenemos impresión viva y personal o recogida de nuestros mayores que los conocieran.

La vida es un juego y contraste, a veces una lucha, de caracteres, nos gusta repetir. No es que el hombre sea el sistema, pero el sistema está servido e interpretado por hombres, que lo matizan y dibujan, lo perfilan, lo reciben y lo han de entregar y el sistema, en fin, es una amalgama de acciones sucesivas e integradas.

En esos diez prelados jaqueses, hay algo de extremos en lo personal. La manera extrovertida de Castro Alonso, de Bueno Monreal, o la misma exaltación oratoria de Frutos Valiente, puede oponerse a los estilos más sosegados, quietos, vigilantes y preferentemente pastorales de Villar y Sanz o Hidalgo Ibáñez. Más en la lejanía pero aún con notas y recuerdos, la actividad literaria de López Peláez o los nombres agustinianos de López Mendoza o el Padre Valdés en el cambiante de las centurias, Y ya casi de hoy, la manera intelectual de Don Juan Ángel Belda.

Recordamos perfectamente al Don Ángel Hidalgo de hace más de treinta años. Habíamos ido a Vitoria, en el otoño de 1950, a acompañar a Don José María Bueno Monreal. Y acudimos a Sigüenza en la primavera de 1951 a conocer al Dr. Hidalgo. En todos esos nombres y esas tierras había una mezcla de lo aragonés, lo riojano y castellano, todas tierras afines y de mucha raíz unitaria española, incluso en lo alavés. Don Ángel se había vinculado en Sigüenza a las preocupaciones del Dr. Alonso Muñoyerro y habían sido ambos muy activos en restauraciones y reconstrucciones parroquiales tras los dolores de la guerra.

La larga permanencia en Jaca de Don Ángel Hidalgo había de coincidir con un hecho universal trascendentalísimo, el Concilio Vaticano II. Al regreso de las larguísimas sesiones romanas con más de dos mil pastores de la Iglesia Universal, nos contaba Don Ángel sus impresiones. Desde su estricta mentalidad tradicional firmísima comprendía perfectamente la necesidad de formular la doctrina revelada en lenguaje y estilos acomodados a la mentalidad moderna, vertiendo el vino viejo en odres nuevos, y pedía a los fieles comprensión y asociación y puesta en práctica con fidelidad de las nuevas enseñanzas. Y a la vez, pastoralmente, conocedor en aquel amplísimo panorama universal de la extrema desigualdad en la distribución de bienes, pedía también, solidaridad en el reparto de cargas y esfuerzos, con la lógica mayor aportación de los poderosos. Asimilaba, en fin, la doctrina y lo práctico, la permanencia de la fe y las adaptaciones del manto temporal en una Iglesia cada vez más amplia y más consciente de los problemas universales.

Ya diocesanamente, Don Ángel tuvo asimismo plena conciencia de las transformaciones demográficas de nuestro medio, del noble y a la vez grave peso del legado arquitectónico y artístico que guardábamos, de las dificultades de su conservación. Y con el Museo de Pinturas Románicas supo añadir al gris catedralicio de la piedra del siglo XI, a los sillares y las naves de Ramiro I y Sancho Ramírez, la sorpresa y el colorido milenario de esos planos cromáticos que se estaban evaporando y que quedaron captados en nueva fijación, con aliento para vivir otras centurias.

A su actividad de decenios aquí añadió en largo existir años de discreto retiro en la tierra nativa de La Rioja, sin olvidar nunca a Jaca, congratulándose de encuentros y visitas con jacetanos. Y ha querido, en definitiva, quedar para siempre entre nosotros, con sus cenizas integradas en el solar catedralicio. El viejo axioma de así es la vida así será la muerte se ha cumplido en él, sin estridencias, callada, sosegadamente. Su pasar es viejo recuerdo y a la vez parte viva de la historia jaquesa.

JUAN LACASA LACASA

 

subir^^
siguiente
>>