"Los afanes de una vida"
Artículos en los semanarios jaqueses
"La Unión" y “El Pirineo Aragonés

JUAN LACASA LACASA

 

<<volver

ORTEGA Y GASSET Y ARAGÓN

12/01/1984

Solo el carácter universitario de la pequeña ciudad jaquesa en que aparece este semanario hace que nos atrevamos a terciar en la conmemoración del Centenario del nacimiento, Mayo 1883, del primer pensador español del siglo XX, un día visitante de Jaca y otros lugares nuestros o próximos, Ordesa, Panticosa, Leyre, Cauterets, que dejan huella en su inmensa obra, en la que tanto domina un ansia de amar y conocer a la España real. Al irse acabando el 1983 conmemorativo aparecen todavía textos y recuerdos. Sea este tan modesto y pequeño, uno más muy sentido.

Hemos rastreado citas y conceptos de lo aragonés en sus obras completas, en la exposición que visitamos en el Retiro madrileño en primavera y en páginas esenciales recientes, el gran volumen “Imágenes de una vida” de su hija Soledad Ortega Spottorno, en el “Ortega y Gasset mi padre” de su hijo Miguel, aparecido estas fechas, en el guión “Ortega y su tiempo” anejo a la exposición y en la Revista de Occidente de Mayo último también, en que aparece entre otros un artículo, sobre el Ortega viajero, de la Condesa de Yebes, Carmen Muñoz Rocatallada, hija de los Condes de la Viñaza y con raíces chesas bien guardadas, que ha tenido la atención de responder a alguna pregunta nuestra.

Es Ortega un buscador apasionado de las esencias de lo español. Y en tal empresa han de aparecer, forzosamente, alguna vez, lo aragonés y un personalizador de esto, nuestro Fernando el Católico. En España invertebrada, 1921, subraya cómo solo Castilla y Aragón mostraban sensibilidad Internacional, Aragón hacia el Mediterráneo, en el alborear de la Edad Moderna, y cómo la genial vulpeja aragonesa, así califica al Rey Católico, entendió que había que integrar su Reino en una unidad superior, lo español. Habla a la vez de una España unida y en orden y conciben con Isabel el primer Estado Moderno y la idea de la razón de Estado, incluyen ideas tan fundamentales como el hombre funcionario y una forma de Ejército que sirva más para ganar batallas que para pasear pendones. En el momento crucial de 1931, con ensayos autonómicos balbucientes y ahora en más seria y quiera Dios que lograda experimentación, cita don José a Aragón entre las diez grandes comarcas a potenciar como fuentes de hispanidad. No nos dedica su alta elegancia literaria como a su nativa Castilla, Cantabria, Asturias o Andalucía, pero tampoco nos olvida.

Hay una primera aparición orteguiana, en persona, en el Zaragoza de 1908, el conmemorador de los Sitios, en un Congreso de Ciencias en que, aun no catedrático de Metafísica, habla de Descartes y el método trascendental. Y desde 1925 a 1949, sobre todo en los cientos de fotografías reunidos, y publicados ahora, aparece Ortega sobre fondos de paisajes aragoneses. Está en Teruel en 1925, como bien escribe su acompañante la Condesa de Yebes, ante Alcañiz en 1927, en 1932 en Ordesa, según pródigas imágenes de grupos de familias y amigos, hasta una última aparición en Panticosa en 1949, única que registramos tras la guerra española, acompañado del matrimonio Emilio García Gómez el gran arabista por fortuna viviente y visitador hace decenios del Fonz oscense tierra de su maestro Codera.

Pero es un viaje de 1930 el que nos ha preocupado y del que obtenemos algunas huellas. De una parte nos consta haberle visto, con una emoción de joven español que ya conocía algo de sus obras y escritos en la Prensa, en el verano de 1930 en Hecho, acompañado por Miral, en ocasión en que visitó la Residencia Universitaria de Jaca, de flamante estreno un año antes, 1929. En nuestro libro sobre los Cursos de Verano aludimos a aquel encuentro por azar y a algunos detalles que se guardan por tradición oral. No visitó, como hizo Unamuno, poco después, San Juan de la Peña, donde escribió sobre jabalíes místicos, los benedictinos, o sobre las tormentas que cruzaban por encima de la roca, pero Ortega elogió los atardeceres jaqueses, entonces visibles espectacularmente desde una Residencia solitaria en emplazamiento casi campesino y no urbano. Miguel Ortega Spottorno, su hijo mayor, habla ahora de un viaje, nos parece el mismo del verano del 30, en que han veraneado en el Pirineo catalán, y se refiere a los Mallos de Riglos, recoge una foto casi baturra con labradores de Fraga y señala también a Caspe en el recorrido.

Gran poder evocador de ambiente literario y humano que Ortega fue creando en su torno tienen los nombres de amigos y contemporáneos suyos frecuentes visitantes de lo universitario jaqués en aquellos años: El citado Unamuno, el también filósofo Manuel García Morente al que recordamos en la calle Mayor de Jaca también con Miral, conferenciante en el Teatro Unión Jaquesa con citas generosas de sus compañeros de profesión de todas las tendencias y los jóvenes Zubiri y Gaos, el teorizante de la Hispanidad Ramiro de Maeztu, la pedagoga María de Maeztu, u otros ya más lejanos como Baroja, que viene a Jaca tras el episodio Galán, o el aragonés Santiago Ramón y Cajal.

Como perimetrando lo nuestro, Ortega habla de Leyre, 1925, en ideas de los Castillos, y evoca el Monasterio y Castillo, tosco, primitivo, de bóvedas enanas y torpes, con arcadas que parecían querer ajustarse a un casco godo. Y, sobre todo en pirenaico, firma en 1927 un canto a Cauterets, el Alpe y la Sierra y habla de los románticos que van o fueron allí a apacentarse de sublimidad. Yo he dicho alguna vez que hubiera deseado este espléndido ensayo cantado ante nuestros Collarada, el Alpe y la Sierra, Oroel, en permanente diálogo plástico. Imaginamos que Ortega hacía esos viajes a Francia del Sur con ocasión de sus veraneos en el País Vasco español y a veces en Biarritz y demás lugares de la Costa francesa.

Hemos querido recordar al maestro de tantas generaciones españolas en sus relaciones con lo aragonés. Nada hemos encontrado del Ortega político contemporáneo mezclado a lo nuestro. Su hijo Miguel recoge literal el reproche que José Antonio Primo de Rivera le hace cuando don José, severo consigo mismo, se retira desencantado. No era su silencio, sino su voz profética y de mando la que se necesitaba.

Un apunte final. ¿Por qué no recordar en 1984, en los ambientes cultos del verano jaqués, la gran figura de Ortega? Corporaciones y entidades que aquí vienen y funcionan tienen la palabra.

JUAN LACASA LACASA

subir^^
siguiente
>>