"Los afanes de una vida"
Artículos en los semanarios jaqueses
"La Unión" y “El Pirineo Aragonés

JUAN LACASA LACASA

 

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DON JUAN ÁNGEL BELDA, PRELADO DE NUESTRO TIEMPO

08/09/1983

Una larga vida y una vinculación a lo jaqués todo y a lo cristiano nos permite evocar, en esta ocasión de relevo del Pastor, los nombres de Prelados jaqueses en este siglo, casi desde su comienzo. En la bruma del recuerdo infantil anda la entrada, a la antigua usanza procesional, bajo arcos triunfales, de Don Manuel de Castro Alonso, 1916, que pasaría a Segovia y luego al Arzobispado de Burgos y reposa bajo la flecha gótica de su Catedral, que es un grito de Castilla al azul. Don Francisco Frutos Valiente, orador arrebatado y florido, que llegó desde su tierra murciana para seguir a la Salamanca unamunesca y morir allí, tras ver arder el Seminario de la Calle del Carmen y promover el actual con rapidísimo esfuerzo. Don Juan Villar y Sanz, que venía de la Diócesis de Granada, aunque de origen aragonés y hubo de vivir en Jaca los aconteceres de 1930 y 1936, para seguir a Lérida, donde ya le acompañábamos en el otoño del 43. Don José María Bueno Monreal, zaragozano, de rápida carrera eclesiástica, que entró aquí en 1946 y siguió a Vitoria en 1950 para continuar a Sevilla con el Cardenal Segura, ser pronto Arzobispo titular y Cardenal, y al que deseamos salud. Don Ángel Hidalgo Ibáñez, riojano de Nájera, que desde Sigüenza vino a Jaca para larga gestión y dejarnos en gran recuerdo artístico el Museo de Pinturas Románicas. Finalmente, Don Juan Ángel Belda Dardiñá, con estancia de un quinquenio y honda vinculación a lo nuestro.

La vida es un contraste de caracteres, gustamos repetir. Cada hombre, en un puesto o misión, da rápidamente la talla de su alma, de sus concepciones y su hacer. Hemos gozado de la amistad de Don Juan Ángel, seguido su pensamiento en tantas ocasiones oratorias y nos atrevemos a resumir en respetuosísimo y a la vez cordial juicio, lo que creemos esencial de su persona.

Hay en ella a la vez, tradición y modernidad, notas permanentes de lo más valioso en lo cristiano y apertura y puesta al día con lo mejor de las orientaciones del Concilio Vaticano II. Hombre de oración y de fe, de plenísima confianza en Dios y pedidor a éste de fortaleza y paciencia, propugnador del diálogo y la convivencia evangélica con creyentes y no creyentes, con practicantes y fríos.

Seguimos su homilía de León y en ella vertió imágenes y conceptos que reiteraban lo que muchas veces le habíamos oído en Jaca. Pedía a sus nuevos diocesanos comunidad jerárquica, carismática y corresponsable, esfuerzo por hacer realidad los buenos deseos, mantenimiento de la solera cristiana, renovación sin extremismos ayudados por el análisis social, respeto a la libertad de conciencia y a la autonomía de las instituciones civiles.

Les decía sobre todo que es absurdo caminar de espaldas, mirando el pasado, cuando lo que corresponde es, sin dejar éste que nos condiciona, mirar el presente y el futuro. Nosotros estamos seguros que el eco de estas palabras ha sido inmediato y se expresó y tuvo respuesta en la multitudinaria y cálida adhesión de que fue objeto.

El marco gótico, en esfuerzo de supervivencia frente al mal de la piedra, de las naves de la “Pulcra leonina”, se vio lleno de un rito solemne y a la vez popular. En el presbiterio, quince mitrados acompañantes del celebrante, con la más alta representación de la Conferencia Episcopal española con su Presidente y Secretario General, los titulares de Arzobispados de Zaragoza y Pamplona, los de las Diócesis aragonesas todas. Un clero de ambas Diócesis, León y Jaca, cuya dimensión procesional llenaba a rebosar la vía sacra catedralicia. Las autoridades todas, sin especial empaque corporativo pero sinceras y cordiales en su presencia y adhesión. Nos parecía todo eso una iglesia efectivamente renovada y al día, con su enorme presencia y poder institucional, por encima de crisis de vocaciones y aun de disidencias o rebeldías, con su milenaria y prometidamente eterna vitalidad.

Los jaqueses que acompañamos al Prelado hallábamos, en nuestro rápido pasar, una huella indeleble y siempre viva de aquella línea que hace siglos unió las tierras pirenaicas nuestras y las de Castilla y León hasta Galicia por el Camino de Santiago. En la renovadísima iglesia de Nuestra Señora del Camino el arte de ayer y el de última hora hacía presentes leyendas, recuerdos y memorias de algo que nos vinculó unas a otras a las tierras reconquistadoras españolas y a las maneras europeas también, con las románicas piedras como hitos de un camino entre mares y montañas.

Se ha marchado el hombre de fe y de oración, el intelectual universitario, el lector al día y el Pastor de acción y apostolado. Tenga él la seguridad de que hemos de recordarle y rezar por él y a la vez le pedimos lo haga por su Jaca no transitoria sino vinculada ya de por vida a su persona. Y Dios ha de darnos continuador, que seguirá las huellas de esos prelados jaqueses que al principio evocábamos.

JUAN LACASA LACASA

 

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