"Los afanes de una vida"
Artículos en los semanarios jaqueses
"La Unión" y “El Pirineo Aragonés

JUAN LACASA LACASA

 

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EN LA MUERTE DE GRACE KELLY

23/09/1982

Agustín de Foxá, un gran olvidado, sabía decir genialmente el contraste de vivir y el morir, la vida y la belleza fugaces, la guadaña inexorable. Muchas vuelve en su cantar, así: “Perdemos nuestro tiempo, como si no estuviera la tumba en el final”. “Y pensar que después que yo me muera, aún surgirán mañanas luminosas, que bajo el cielo azul la primavera, indiferente a mi mansión postrera, encarnará en la seda de las rosas”.

No es posible aquí orillar tópicos ni delimitar sueños, mitos, cuentos de hadas, leyendas, frente al acontecer, vida real, pasado histórico. En la muerta de raíz irlandesa, americana y monegasca, europea de ida y vuelta, pasada por una América que es una Europa dinamizada y febril, hay una mezcla de vida burguesa, de bohemia, lujo, fama y esplendor cinematográficos sin pasarse del límite, de aproximación a la realeza o al menos al alto vuelo aristocrático, con elegancia y decoro que depuraba la ganga fría y amoral de un mundo al que dignificaba, en un suceder en que lo cierto y lo imaginado se entretejen.

El mecanizado siglo XX ha creado esos espacios que se escapan de lo literario, mundos en que domina lo visual, la dinámica de las figuras y de las formas que dijo Ortega, alejándose del ámbito de las ideas. Así el deporte espectáculo y sobre todo el cine y su actual domesticidad y a domicilio traídos por la televisión. Comenzó aquel en gris, acromático y sus estrellas, dijo Gerardo Diego, eran como flores de ceniza. Se puso a hablar y se hizo colorista. A su servicio fue naciendo el “star system”, los héroes, hombres y mujeres que servían sus gestos, mucho de sus rostros, algo de sus almas, al acecho indecente de millones de ojos.

Cuando todo eso periclitaba un poco en el sexto decenio del XX, embajadora de los platós y de las salas de USA, vino la rubia ahora muerta. Su nombre se enlazaba a los grandes galanes, pastos de revistas y de barata literatura no edificante. Parece que un día Pío XII tenía que recibir a Gary Cooper, creo que en su final católico sincero. Y aquel Papa cosmopolita, políglota y casi omnisciente dicen que preguntó ¿quien es Gary Cooper? Con él había aparecido Grace, y con Clark Gable, Sinatra, James Stewart, Granger o Bing Crosby.Se alejó de los brazos de ellos y entró en un palacio de azúcar, en una especie de Andorra coronada y no pirenaica sino mediterránea y oceanográfica.

Traía una belleza con ojos azules, a veces glacial y aún distante, pero con un fuego interior que derretía el momentáneo hielo, monocorde y a la vez sentimentalmente rica, meteoro de larga melena rubia. Se hacía princesa de su casa después de haberlo sido en el cine. Vivía con todos los sacramentos algo de su película “El Cisne”, entre el amor y el deber, en que en el terceto de ella, él y el otro éste último era un Louis Jourdan perfectamente en actor europeo, del digno modesto víctima en la trama fingida pero dramática.

Los decenios la iban alejando de lo que fue teatral y la centraban en las diarias realidades. Hacía a la perfección las “public relations” del Principado. Su mundo rosa tenía una nube negra y como ha dicho Carlos Sentís, sus hijas pudieran descender aceleradamente las escaleras que ella tan dignamente subió.

Ha caído víctima de lo que Marañón llamó la enfermedad del porvenir, el accidente. Todo el mecanismo se ha puesto en marcha otra vez, como en las nupcias que ya cumplieron bodas de plata. Parecía en los noticiarios que el pequeño mundo de Raniero y compañía, que vimos muy por dentro en los años setenta, conviviendo con este Grimaldi III en reducida reunión de empresarios que acogía, se autentificaba y se hacía más veraz, y sincero, más para todos, escapándose de bailes, salones, playas, yates, rallys, y casinos y penetrando con la pena en la Catedral de San Nicolás, para que el cuerpo muerto se haga cenizas y recuerdo en mármol, en brusco corte de fama y popularidad hacia lo trágico y definitivo. Esta segunda muerte, tras aquella artística, es la verdad, lo último, el telón, el desvanecerse de la chica de oro, mito blanco del cine de los 50, y también de la digna Princesa, dulce, reposada y serena. Como también se ha dicho, cada día muere una quimera y el olimpo del cine se queda sin dioses.

Más allá del perfil ligero y atrayente, del recuerdo hecho tantas veces imagen de la joven o la madura dama, está el humano pasar, la ley para todos, el más allá de los cristianos y los creyentes. Hay que ponerse a rezar y a ver lo sobre humano, la película inmortal, que estamos seguros que para Grace Kelly habrá tenido un “happy end”.

JUAN LACASA LACASA

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