"Los afanes de una vida"
Artículos en los semanarios jaqueses
"La Unión" y “El Pirineo Aragonés

JUAN LACASA LACASA

 

<<volver

LO QUE QUISE DECIR EN SAN JUAN DE LA PEÑA

15/07/1982

Al final de esta comida amistosa ha habido en la mesa que preside un disenso cordial sobre quien expresase brevemente el sentir de la reunión. Y me ha correspondido por la simple razón de ser el menor en merecimientos, pero no el último en entusiasmos.

Ante todo, decir gratitud profundísima a los Prelados de las Diócesis aragonesas que han sabido, con su significativa presencia, personalizar a la Iglesia en las tres provincias del viejo Reino. Vienen aquí respondiendo a una llamada histórica, a un milenario permanecer de la fe, a una tradición que se potencia en este marco de Naturaleza, Historia y Arte.

Por una fuerza centrípeta y atractiva hacia nosotros, los Obispos que nos acompañan nos llegan desde una España integrada y una, desde la lejanía de las Islas Afortunadas como el Doctor Yanes, Arzobispo de Zaragoza, que ha cumplido un quinquenio en la diócesis de San Valero, o desde el luminoso Finisterre y la bruma de Santiago con el Doctor Bua tan reciente Obispo de Tarazona. O, reiterando un navarrismo trenzado en lo aragonés, con el Doctor Osés, de la Diócesis de San Lorenzo, que parecería repite aquí y ahora el papel que hace novecientos años correspondiera a Sancho el Mayor de Navarra, en aquel continuo crear, separar y volver a reunir reinos pirenaicos, haciendo en definitiva a España. O trayéndonos seriedad vizcaína templada y abierta por sus raíces mediterráneas con el querido y respetado Obispo de Jaca, Doctor Belda. O, en fin, al aragonés de nacimiento, Doctor Iguacen, pasado por Huesca y Barbastro y ahora en Teruel. A don Damián yo me atrevo a decirle que a veces he pensado, quizás porque lo escuché a él mismo, que lo veo recoleto aquí en San Juan, tras cumplir su edad de retiro episcopal y yo le acompañaría gozoso si enviudase, lo que no deseo. Y los dos nos pasearíamos por esta pradera y estos bosques, sintiendo un ortodoxo panteísmo, encontrando a Dios en todas partes y hasta diciendo agustinianamente “Fecisti nos ad te Dues et inquietum est cor nostrum donec requiescat in Te”.

Después, repetir una y otra ocasión nuestra respuesta al requerimiento que nos hace en cada visita la roca sagrada de San Juan en la reconditez geológica del Monasterio Viejo. No es posible entrar y permanecer en él sin caer en meditación y en evocaciones. El poeta del Ebro, caspolino, Ginés de Albareda, decía en las cuevas de Manacor que, después de escuchar el palpitar calcáreo de la gruta, imaginaba que aquel techo subterráneo transminaba esencias de pasados hombres y apreciaba “ese sentir en gotas desprendidas por las estalactitas de mi ensueño las afiladas sangres de otras vidas”. Así revivimos en la iglesia y en los panteones de aquí, baja la piedra que vuela, la huella permanente de nuestros abuelos del siglo XI.

Y otro poeta, Agustín de Foxá, parecía, desde las catacumbas de San Calixto en Roma, adivinar nuestra floración de hace un milenio, cuando la potencia expansiva de lo cristiano hacía poblar lo que es ahora más o menos la Diócesis de Jaca con hasta trescientos lugares sagrados, aunque hoy haya acaso una mitad amortados y junto a sus piedras derruidas crece la hiedra y florece el amarillo jaramago. Se repite aquí esa adivinación catacumbista de Foxá: “Estos que fueron comulgando a Cristo debajo de la espiga y sus raíces... quien dirá a estas semillas que algún día reventará la tierra coronada de cúpulas altísimas decoradas de frescos y campanas... “

Lancemos un recuerdo de amistad, de solidaridad y de esperanzas en visitas y en permanencias aquí, hacia los Benedictinos, admirables intérpretes del “ora et labora”. Los de la Castilla de Silos, los de la Navarra de Leyre, los de la Cataluña de Montserrat y de Poblet.

Y por último, con pocas palabras pero ellas “ex abundancia cordis”, gritar la gratitud, volcada y explosiva, a cuantos habéis venido, desde nuestros corazones altoaragoneses.

JUAN LACASA LACASA

subir^^
siguiente
>>