"Los afanes de una vida"
Artículos en los semanarios jaqueses
"La Unión" y “El Pirineo Aragonés

JUAN LACASA LACASA

 

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LA EUROPA ÍNTIMA Y SENTIMENTAL

28/02/1980

Un instinto viajero hacia las Naciones de nuestro Continente, unas coyunturas empresariales también, nos han hecho ir, en cincuenta años, desde la remota juventud estudiantil a las canas septuagenarias, a los países europeos, con un atractivo especial hacia las tierras germánicas centrales, Alemania, Suiza, Austria. Hay allí otro mundo hondamente distinto del latino, del arco mediterráneo de la propia España, Francia e Italia.

Pero muchas veces las ocasiones nos daban una visión llamaremos oficial de los ambientes y personas, organizaciones nacionales o mundiales, salas de conferencias, despachos, intereses, políticas, discursos, junto al recorrido en rápida política de las ciudades cargadas de tradición, Munich, Frankfort, Nuremberg, Hamburgo, Münster, Tübingen, en Alemania, Viena y Salzburgo en Austria, Berna, Zurich, Basilea en Suiza. Y hasta superábamos esa área alemánica con subidas escandinavas a Kopenhague, Gotemburgo o Estocolmo, amén del Londres británico.

Otras circunstancias, las menos, nos permitían ver un poco, como levantando unos pliegues del telón familiar, las vidas y los sentires de esos hombres y mujeres más en el ambiente de lo diario y personal. Inolvidable quedaba nuestra Navidad de 1930 en la Selva Negra, en un pequeño burgo estudiantil llamado Calw, patria por cierto del novelista premio Nobel Herman Hesse. El Director de la Residencia presidía el rito navideño, impresionante en su levita, alto y macizo, leyendo en su biblia protestante, junto al árbol henchido de candelas, el Evangelio del Nacimiento de Jesús. Escuchábamos por primera vez en su idioma de origen Noche de Dios, noche de Paz. Había regalos, las muchachas del servicio se sentaban aquella tarde invernal con nosotros. El 31 de Diciembre, en una estación de nieve, veíamos a la juventud del país salir a la blanca noche estrellada y lanzar cohetes y dar gritos de bienvenida al nuevo año. Todo eso era más bello, más llegador al alma, que el espectáculo de calles, ciudades y museos.

Ahora, 1980, otra ocasión nos ha sido dada de vivir, aún más cerca, más en parientes y próximos, un ceremonial de bodas. Había un joven jaqués, formado en Deusto, pasado por América del Norte, José María Lacasa Aso, que al trabajar tres años en Ginebra y volver decenas de veces más, había encontrado felizmente el amor.

Ella era una jovencita de Berna, Melanie Wanger, culta, inquieta y viajera también. Llegó la decisión del matrimonio, hubo papeleo de mixta religión con los permisos reglamentarios y este Febrero asistíamos unos veinte españoles, padres, hermanos, otros afines al novio, a las ceremonias emotivas.

Invadíamos el piso bernés de los padres de la muchacha y entrábamos de golpe en sus vidas, desentumeciendo un poco la vieja fraseología en que nos iniciara Miral. Sabíamos de aquellas personas, los padres de origen polaco y ruso, salidos de sus Países del Este por circunstancias de las guerras. El padre, ya suizo, funcionario gubernamental en la capital helvética, había encontrado a su esposa en Grecia, en una misión de la Cruz Roja en la Guerra Mundial II. Eran otro matrimonio mixto, protestante evangélico él, ortodoxa griega la madre de Melanie. Una misma fe cristiana, un ecumenismo directo, forzoso y grato, nos enlazaba a todos.

Asistíamos en Berna los españoles a una misa en iglesia católica dicha por el Jefe de la Misión de España, sacerdote de la diócesis de Albacete que atiende a 6.000 españoles emigrantes en Berna. Luego, la ceremonia de la boda era celebrada por él en las afueras de Berna, tomando el consentimiento de los novios y actuando junto a él en una iglesia evangélica el pastor protestante vinculado a la familia de la novia. Había órgano, mucho canto litúrgico en alemán, a la derecha los españoles, a la izquierda los suizos. La novia iba de blanco y el novio de etiqueta, todo solemne, cordial. Sabíamos con eso mucho más de lo suizo y lo europeo del momento que en veinte reuniones internacionales.

El ágape traía nuevas sorpresas, en un “Gasthof” próximo a la iglesia. Surgían otros españoles, un médico granadino casado también con griega ortodoxa encontrada en el ambiente suizo y activísimo en los medios de los emigrantes españoles. Compañeros de José María el novio que habían llegado de Ginebra, de Amsterdam o de París. Todo acababa en paz, unitivamente, europeamente, cristianamente.

La despedida tenía un agridulce sabor. La novia lloraba sollozante al tomar el avión hacia su nueva patria española y dejar la nativa. Nosotros volvíamos fieles al Canfranc y Pau nos parecía ya nuestra casa. Habíamos entendido a Europa en su alma, en lo íntimo del corazón, en lo personal y entrañable.

JUAN LACASA LACASA

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