"Los afanes de una vida"
Artículos en los semanarios jaqueses
"La Unión" y “El Pirineo Aragonés

JUAN LACASA LACASA

 

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EL DESCANSO DE UN REY, EL DESCANSO DE ESPAÑA

24/01/1980

La llanada madrileña a lo manchego puede mirar hacia su norte y elevarse a los perfiles azulados y velazqueños de la serranía. Es como un ejercicio de serenidad, de subida a lo permanente, para meditación de filósofos o para tumba de Reyes.

Y allí El Escorial. El mejor Ortega se ha conmovido entre temblores mundanos y espirituales y lo ha definido insuperablemente. El Escorial es nuestra gran piedra lírica. El hosco invierno combate con el testuz granítico del Monasterio y le sigue una primavera rauda, instantánea y excesiva. Nubes encrespadas en telones verticales pueblan el cielo de un entusiasmo barroco. Nubes de triunfo y de gloria para después de la muerte. El Monasterio es como una inmensa proa hostil que amenaza con su grandeza geométrica la literal superficialidad de lo madrileño.

Nuestra remota juventud anidó allá unos años que ahora nos parecen simbólicos. Una generación, llamémosla la del 30 al 36, vivía sus primeras inquietudes españolas. Basta el nombre de Dionisio Ridruejo, vivaz, poeta, arrebatado, para filiar el grupo. Hasta allí llegaba la flor y nata de la política. Vimos a los hombres de la Dictadura, a Yanguas o Aunós, con José Calvo Sotelo, y sabíamos que había sido también Manuel Azaña estudiante antes que nosotros, en las mismas aulas.

Un Febrero de 1930 veíamos por última vez vivo a D. Miguel Primo de Rivera, ya Presidente dimitido, con el General José Sanjurjo. Y semanas solo después contemplábamos el tren que llevaba su cadáver de París a Madrid. Pero sobre todo, en Febrero de 1929, asistíamos al entierro de la Reina Dª. María Cristina de Austria, la madre de Alfonso XIII. Este ceremonial colorista que ahora nos ha dado la pantalla televisiva, lo seguimos paso a paso hace más de cincuenta años para enterrar a la sin par Regente, modelo de dignidad y de calma ante las desventuras españolas del 98.

El traslado de los despojos de Alfonso XIII, desde la iglesia romana de Montserrat, donde también rezamos por él, nos parece que cierra un enorme ciclo de tensiones que lo engloban todo. 12 de Diciembre aquí, 1º. de Abril, 14 de Abril, 19 de Julio, 20 de Noviembre duplicado, fechas y fechas que quedaron clavadas en nosotros con sus bandazos, sus contradicciones, sus esperanzas y sus tristezas. Nos sentimos testigos de medio siglo español decisivo. Cada uno de esos días serviría para divagar en muchos artículos.

Desde el fondo de nuestro corazón, al ver unidos por la Historia y el Destino, digamos mejor por la Providencia, a cuatro generaciones de regia estirpe, Alfonso, Juan, Juan Carlos, Felipe, que van desde remotos ayeres a mañanas que los decenios traerán, deseamos que la paz y el reposo de las cenizas de Alfonso XIII, llevadas por el mar y por los cielos desde la Roma ecuménica a esa entraña de lo español que es El Escorial, sea un símbolo que no pueda engañarnos de una España tranquila, segura, sobre todo unida, que supere crisis de orden, donde haya fraterno diálogo sin metralletas, hermandad de regiones y países sin secesionismos suicidas, donde todos encuentren el trabajo y el justo equilibrio social.

Cuando nubes amenazantes cubren a veces el cielo mundial, querríamos que el recuerdo de este muerto, de todos los muertos españoles, de toda época, de toda ocasión, de toda bandera, sirviera para integrarnos para hacernos unos, para apretarnos sobre este suelo y sobre el que nacimos y en el que queremos reposar cuando nos va llamando Dios. La Patria es la tierra y los muertos, dijo alguien. Y otro afirmó que la Patria es un plebiscito permanente. Que ese plebiscito sea para España el de la paz recobrada, el de la cristiana convivencia de la enorme familia de sus hijos.

JUAN LACASA LACASA

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