"Los afanes de una vida"
Artículos en los semanarios jaqueses
"La Unión" y “El Pirineo Aragonés

JUAN LACASA LACASA

 

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VEREMUNDO MÉNDEZ, ERUDITO LOCAL

11/01/1979

Desde la gran urbe al ínfimo burgo, pasando por tantos grados de cultura y de ambiente, hay unos mundos dispares y heterogéneos, con la nota común de lo humano pero con matices contradictorios y discrepantes. Ya no es lo material, de comunicaciones, perfección de servicios, el mundo de lo económico que se estira desde lo industrial a lo rústico, desde lo último y sofisticado a lo primitivo. Es mucho más el mundo de las preocupaciones en las cabezas y en las almas, las escalas de valores, las motivaciones y las razones de obrar.

Y en medio de esas diferencias, paréceme que para dignificar a los pueblos, para añadir pluses, más de información que de inteligencia natural, es bueno, imprescindible y hasta providencial que junto a los sanos pero rudos, frente a los Sanchos de la vida diaria, aparezcan Quijotes que exalten los grandes temas, las preocupaciones inmateriales. Yo pienso en la soledad magnífica de esas almas, muchas veces incomprendidas, que en villas y aldeas de nuestros valles montañeses mantienen un tono de vida que se eleva sobre lo cotidiano, que resulta modélico y paradigmático. Esos médicos, maestros, secretarios y otros profesionales, por no hablar de los sacerdotes, que son el mundo intelectual de los pequeños núcleos, de los aislados y diminutos.

Me enorgullezco de haber tratado largos decenios, de haber merecido la amistad, de Veremundo Méndez, el cheso de la fabla desaparecido hace un decenio y al que enterramos una tarde decembrina frente a las montañas grises que empezaban a blanquear. Veremundo era más que un profesional concreto, más que un hombre culto y leído, mas que cordial admirador de otros hombres a lo Domingo Miral y sus congéneres universitarios. Era la personalización del alma chesa, porque junto al sentir de los suyos alcanzó a unir la expresión lingüística más auténtica, a traducir en modismos, en formas gramaticales que yo creo llegaba a inventar, la autenticidad de las vetas de su pueblo que a través de él se hacían vivas y permanentes, se salvaban de la destrucción y de la muerte.

Corresponde a los expertos valorar la amplísima obra escrita de Veremundo, sistematizarla, comentarla, enmarcarla frente a las fablas aragonesas que desde mi modestia y sencillo criterio creo dispares. Pero sin más complicaciones filológicas nos queda a sus amigos y a cuantos le conocieron la seguridad de que por la pluma de Veremundo fluía lo verdaderamente cheso, lo altoaragonés más castizo.

Nos unió también a él el amor a la Universidad. Cada año nos juntaba la memoria de D. Domingo, en el día del Recuerdo, frente al busto de la Residencia, en trilogía con el impertérrito ansotano Jorge Puyó, y desgranábamos nuestras frases de amor al Maestro. Veremundo lo hacía con su verso romanceado y bello, que transpiraba cariño al profesor muerto y al amigo. Hay allí un tesoro de expresiones para entender de donde venía Miral y por qué hizo lo que hizo. Quede sencillamente esta evocación de Veremundo Méndez, cuya estampa física no se nos borra y cuya alma pervive en su verso campesino y erudito.

JUAN LACASA LACASA

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