"Los afanes de una vida"
Artículos en los semanarios jaqueses
"La Unión" y “El Pirineo Aragonés

JUAN LACASA LACASA

 

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MEDITACIÓN CATEDRALICIA GINEBRINA

26/06/1976

Dios me ha dado vivir en ésta primavera tres mundos europeos. Bruselas, Abril, burocracia y política del Mercado Común. Mayo, la Viena de encanto inmarchitable, música, palacios, estatuas, jardines, cordialidad y una espléndida presencia española, con evocaciones de María Cristina y Alfonso XII en la Embajada nuestra que regenta Laureano López Rodó, restaurador acertadísimo de ella y hacia quien se eleva mi gratitud por su acogida generosa. Junio, en fin, en Ginebra, otra vez el ambiente universal, tenso, inquietante, polarizado, de la Conferencia de Trabajo.

Entre esas vivencias, quiero fijar aquí, lograda al azar, una en esa Ginebra de la Reforma y la neutralidad. He coincidido, me he mezclado, inmerso en profundidad, en la contemplación de un esfuerzo magnífico, el de la renovación ambiciosa de la Catedral de San Pedro, protestante, en el viejo burgo de la izquierda de Lehman, lugar donde hay rastro de culto cristiano desde el siglo V. Con todos los medios, eruditos, artísticos, técnicos y económicos se ha decidido la inversión de 300 millones de pesetas, en obras de años, incluso con largo cierre al uso del significativo monumento.

Alarde de ayuda oficial de la Ciudad, Cantón y Estado Federal. Pero para los últimos 50 millones se ha recurrido directísimamente al pueblo. 5.000 personas han trabajado un año para lanzar en los días 11 a 13 de Junio, una colosal fiesta callejera, donde he visto desde las beatas a los hipis, desde los burgueses de cuello duro a los más sudorosos descamisados. Kermesse, desfiles, mercado, verbena, demostración, y sobre todo convivencia de 250.000 asistentes a esa feria de San Pedro, que se han gastado los 50 millones buscados, de beneficio práctico pues casi todo era aportación gratuita y generosa. Venta de libros nuevos, discos dedicados, piezas de arte o japonés kimono, cerveza, española sangría, libros de lance, salchichas y pasteles y los objetos de madera encerada y con el sello esquemático de la Catedral, desde el reloj de sol a la bandeja de los quesos, con el tronco y las ramas de un gigantesco y centenario olmo derribado por viejo y enfermo junto a la Catedral. En música, desde Charles Aznavour a la Orquesta de Cámara de Lausana o los Niños Cantores de Helsinki. Todo Ginebra ayudó, la Iglesia Católica encabezó los donativos y se congratuló del esfuerzo, ligado 1.200 años, desde Constantino a la Reforma, al monumento a renovar.

 

Al borde del festejo, la meditación sobre el fondo de la empresa. Generaciones de creyentes a impulsos de su fe, elevaron siglos las Catedrales, oraciones pétreas a la mayor gloria de Dios. Este nos hizo continuadores de su obra creadora. Pero ¿tiene hoy sentido levantar aún catedrales? Parece que el hombre de ahora levantase Babel presente, un templo monstruoso de cinco flechas: guerras, polución, agotamientos, hambre, maquinismo inhumano. Espiritualmente ¿no sería mejor tender la horizontal de cinco puentes salvadores hacia el otro milenio ya cercano? Puentes entre las razas y entre las creencias, el de los saciados hacia los hambrientos, el de los privilegiados hacia los oprimidos, el de los activos hacia los resignados o quietos.

Vivimos en dos planos, espiritual y material, ambos nos llevan al conocer y a la acción. Los antepasados quisieron con verticales torres mensajeras de su fe, hacerse oír a Dios, aproximarse a Él, querer entenderle. Hay que guardar, como conciencia milenaria, esos impulsos hechos naves y silencios que querían vencer la tensión entre el cielo y la tierra. Hoy la tensión puede ser, el tremendo dilema, el de la destrucción del mundo o la búsqueda de la aquiescencia divina al rumbo de este enorme poder que asusta al hombre, hallando un modo superior de vida. Jean Fourastié, ingeniero y economista francés, pienso que creyente sincero, ha dicho del hombre de ahora que camina en un barco rápido y potente, pero sin brújula ni destino, buscador frenético del confort y el placer. Hay que volver desde la nueva ciencia siempre insuficiente, a la Revelación y al testimonio sobrenatural. ¡Que lejos de la sociedad de hoy ese testimonio de los Santos, que no están de moda, y que son los hombres en que lo natural y lo sobrenatural encuentra su equilibrio! La religión del tercer milenio no podrá discrepar del mensaje evangélico que señala el camino, la verdad y la vida.

Yo me marchaba de la fiesta ginebrina pensando si aquella multitud, en su alegría fácil, no hacía sino jugar otra partida de la sociedad consumista, entregando sus francos para la Catedral que puede ir quedando renovada para siglos, pero guardada acaso ya como un templo griego, museal y frío, sin decir bastante a las almas, que para elevarse a lo Infinito necesitan algo más que las notas mozartianas de aquellos conciertos, junto a las que habrá que encender la sencilla oración del corazón, nuevo material definitivo para las catedrales de siempre.

JUAN LACASA LACASA

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