"Los afanes de una vida"
Artículos en los semanarios jaqueses
"La Unión" y “El Pirineo Aragonés

JUAN LACASA LACASA

 

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EUROPA Y SUS FANTASMAS

23/06/1973

Es buena esta orilla fronteriza nuestra para auscultar de vez en cuando el acontecer europeo, considerar sus logros y sus fallos, sus esfuerzos por adaptarse a un mundo en cambio intensísimo y a la vez sus malogramientos y extravagancias.

En Marzo, Mayo y Junio he podido visitar París, Holanda en plenitud con Amsterdam, Rotterdam y La Haya y ahora, ambiente ya habitual, la Ginebra internacionalísima, en el escaparate universal de la Conferencia de Trabajo, en largas semanas entre la turbamulta de 1.200 delegados de más de cien países.

En París tuve una preocupación esencial: “no ir” a ver la renombrada y por lo oído repugnante película “El último tango”, o sea hacer lo contrario que tantos compatriotas que, al parecer, organizan un turismo entre el snobismo y la pornografía. Me pareció que si Marlon Brando se había dado el gusto de no aceptar un Oscar en la Meca del cine, yo podía a mi vez no aceptar la oferta desvergonzada del machucho galán. En cambio, acudí otra vez, la enésima, a ver en el Louvre la Victoria de Samotracia, la Gioconda y la Venus de Milo, prefiriendo lo clásico y permanente a lo procaz y fugitivo.

En Holanda, en un viaje superrápido, en poco más de cuatro horas de París a La Haya, en mis preferidos trenes europeos que ruedan a más de 150 a la hora con confort inigualable, me entusiasmó otra vez el país del agua, el milagro del terreno robado al océano, la magia de los niveles hidráulicos apurados al milímetro, y la perfección creciente de autopistas y enlaces interurbanos, haciendo del pequeño territorio un empaste conurbanizador, es decir de integración perfecta de núcleos que se extienden y tienden a unirse armónicamente. La velocidad de mi viaje me impidió allí acudir a dos metas deseadas y malogradas, otro vistazo a la Ronda de Noche de Rembrandt y la visita que quería reiterar a la mejor biblioteca de ajedrez de Europa, la suma de seis mil volúmenes de juego intelectual con perfectos registros e índices, obra de mecenas unidos y de la constancia del Estado holandés en su Biblioteca Real o Nacional. Una lectura de un futurólogo francés me llenó de espanto, por el exceso de perfección.

 

Dice un autor reciente que Holanda está amenazada, no sé si para 1980 o para el fin de siglo, con ver ocupado hasta el 28 % de su superficie por las bandas de autopistas y por toda clase de vías, en esencia las automovílisticas. Es como un morir de las praderas bajo el asfalto.

Finalmente, Ginebra y el gran paisaje alpino de Suiza. La temática allí sigue siendo la internacionalización de todo, la proliferación de organismos que afrontan los problemas mundiales oscilando a veces entre la prudencia y la más lanzada demagogia. Hombres de USA, de la URSS, judíos y árabes, amarillos y negros, anglófonos, gente africana de perfecta dicción francesa, hispanoparlantes de Fidel, de Allende y de Perón, entre la inquietud de unos y la fe de otros, los japoneses penetrantísimos y vivaces, los propios españoles de esta hora disputando aún entre el reconocimiento de nuestros logros materiales que nadie se atreve a negar y la incomprensión ante nuestro sistema que, al menos, se justifica históricamente por esa eficacia. Hay como una cerrazón ante nuestra independencia, ante nuestro persistir en el camino elegido.

Y, ya de veras por último, mi admiración de pirenaico por el paisaje alpino grandioso y ultracuidado. Tras varios intentos otras veces fracasados, por el mal tiempo o la falta de fechas, esta vez dediqué un fin de semana a la subida ferroviaria a la Jungfrau, a 3.500 metros de altura con tracción de cremallera, por laderas y collados inverosímiles, hasta el mar de hielo y el espectáculo increíble de ski masivo en pleno calor de Junio. Y en medio de los restaurantes elegantes o los autoservicios rapidísimos, una proliferación de trabajadores españoles de los dos sexos, que resultan decisivos para la hostelería helvética que si un día se retirasen en masa por cualquier conflicto dejarían sin manos a esa rama decisiva del turismo.

Como botín intelectual, un manojo de libros inquietantes. “Utopía o destrucción”, “La ciencia y la dicha del hombre”, “La Francia lanzada a 1980”... Sociólogos, economistas, técnicos, religiosos, se inclinan y meditan ante los problemas de la hora. Con toda esa carga de impresiones y de pensamientos, regresé al hogar pirenaico, a la vez admirador de Europa y orgulloso de ser español.

JUAN LACASA LACASA

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