"Los afanes de una vida"
Artículos en los semanarios jaqueses
"La Unión" y “El Pirineo Aragonés

JUAN LACASA LACASA

 

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ANTE EL AMIGO MUERTO. M. ROGER TUR

18/11/1972

Temo que el hecho, de tan difícil calificar, sorprendente, inexplicable, violento, vil, execrable por cualquier persona normal, pase demasiado deprisa en la vorágine diaria, en la acumulación de títulos de prensa que amontonan horror sobre horror. Pero una sencilla conciencia cristiana (ahora lo llaman laicamente motivaciones, condicionamientos) nos reclama la reacción, la protesta, la condena sin atenuantes, el clamor anticriminal.

No por mayores de edad dejamos de tener visión de instante histórico del Mundo. La Providencia permite que haya miles de millones de hombres y que todos quieran elevarse intercomunicados por una técnica sorprendente, se han agrandado las dimensiones de los problemas y todo parece estallar, acelerarse, hacerse campo único de cósmica dimensión.

Pero también ocurre que el Bien, con mayúscula parece quedar solo como táctico fermento que mantenga la esperanza, mientras que el Mal, sin paliativos, proclama sus fueros y se impone, en una guerra civil universal, en un elevar el atraco como técnica reivindicadora desde las esquinas de los pistoleros a las cabinas de los reactores.

En ese cuadro, en que la más vulgar delincuencia intenta disfrazarse de idealismo renovador, hay que colocar la tragedia, de unos muchachos de estamentos privilegiados que acometen, tan cerca de nosotros, en suelo aragonés, al amigo, al inerme, que además de ser un caballero intachable, un cristiano, representa nada menos que la soberanía, la bandera, la historia y el presente de un país fraternal.

M. Roger Tur, desde su Francia meridional, tan soleada y mediterránea, había hallado en Zaragoza otro hogar. Le habíamos visto en mil ocasiones, porque también en la casa de quien firma había ondeado largos años, en momentos difíciles, una bandera tricolor, tan sagrada para mí en su rojo, blanco y azul como la roja y gualda de mi España. Por última vez fraternizamos en Formigal, en agosto último, rodeados de amigos bearneses, sobre la misma raya fronteriza y unitiva. Sabíamos con él que, por encima de transitorias tensiones, de ideologías o de conflictos menores, algo permanente y milenario nos unía, por abreviar la Fe y la Geografía.

Hemos repetido que aquí, en el Pirineo, nos concebimos como la sensible piel de España que apercibe aún antes que Madrid el latir europeo y desde luego el francés. Así es también, dolorosamente, ahora. El grito de protesta quiere hacerse oración. Desde esta, desde la súplica de quien fue hace dos mil años la Suprema Víctima, se alza también la reacción. Quienes no hayamos perdido la cabeza tenemos obligación más que nunca, de intentar el Bien, la Fraternidad, el Amor, la Moral, hacia todos y siempre. No prevalecerán. Pero Dios necesita de nuestras almas y nuestros brazos para que el Mundo no se suicide.

JUAN LACASA LACASA

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