"Los afanes de una vida"
Artículos en los semanarios jaqueses
"La Unión" y “El Pirineo Aragonés

JUAN LACASA LACASA

 

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MIRAL, MODELO ARAGONÉS

23/09/1972

Unos juegos numéricos, una cronología cifrada y en clave, nos traen exaltadamente a la memoria, a quienes le conocimos, la renovada y permanente presencia del doctor don Domingo Miral y López, cuyo Centenario promovemos los que nos sentimos discípulos y seguidores. Nació hace cien años, 1872, pero la cumbre de su hacer polimorfo, los Cursos de Verano de Jaca, arranca en 1927, primera inversión 72-27. Muere en 1942, y este verano actual se celebra el Curso 42.

Pero no excedamos en el juego guarismal, porque la acción de don Domingo tiene dimensiones inmateriales, extratemporales, permanentísimas, y cuanto sintió, expresó, quiso, intentó y logró, debe insertarse en la más constante de nuestras maneras, de nuestro carácter, de nuestra alma, de nuestra historia, de nuestra esencialidad.

Miral fue muchas cosas y siempre de manera total y en bloque, sin condicionamiento, sin salvedades, sin fisuras. Cristiano hasta la médula, español hasta las entretelas, aragonés tipo en lo físico y en lo moral, profesor como profesión y como vocación, amor y desprendimiento, hombre del XIX que se inserta briosamente en el XX y adivina increíbles lontananzas. Miral tiene algo de geológico, de roca pirenaica tallada por milenios, de expresión objetiva y casi milagrosa de muchas cosas inmateriales y subjetivas, de alma derramada en el hacer.

En su villa natal, en el rincón pirenaico de Hecho, este 4 de agosto, bajo el gris de las cumbres y sobre la canción del río, hemos estado con él, bajo su sombra enorme, en comunión con sus cenizas y con su escenario en evocación que nos lo hacía presencia vivísima. Queremos los universitarios y montañeses, espero que los aragoneses todos, que haya ocasiones, en Zaragoza, en Huesca y en Jaca, de dar forma aún más concreta y solemne a lo que estos días hemos empezado más cordial que metódicamente.

Voces fraternas y devotas de don Domingo han dicho en su pueblo su “curriculum”, desde la compañera y claustral de Sancho Izquierdo, personalizador de una época muy larga de la Universidad de Zaragoza; la discipular de Camón Aznar o la sencillamente amistosa, pura, pastoril y aun folklórica, de Jorge Puyó, pasando por el actual director de los Cursos de Jaca, Serafín Agud. Pero a quienes también allí osamos alzar la voz y sentimos a Miral de un modo exhaustivo, nos parece que la persona de don Domingo simboliza, sobre todo, la España crucial del final del XIX y del primer tercio del XX, con posturas, actitudes y maneras que le hacen paradigma de cómo deberían ser muchísimos españoles para garantía de una patria digna de la hora universal.

Frente al desastre, al retorno a la puridad peninsular en palabras de Ortega, perdido el soberano regir de mundos, pienso que las mentes más lúcidas de España se excedieron en lo meditativo y se quedaron cortos en el hacer. Es como una tremenda reflexión paralizante, como un asombro, como un no encontrar la senda modesta para un nuevo caminar. De Ganivet a Madariaga, por tomar extremos, pasando por Unamunos y Ortegas y llegando a los Laínes, parece dominar la lírica o el logos verbal sobre la dinámica y la decisión, la angustia y la duda sobre la certeza, la palabra sobre la acción. Es como un examen de conciencia sin propósitos de enmienda, como una catarsis permanente que suena ya a lamento inútil y sistemático, es como un buscar responsables fantasmalmente, como un diagnosticar y aún recetar pero sin ingerir la medicina.

Miral es lo contrario. Miral es encerrarse con el toro y torear de cerca, coger un diccionario alemán y hacerlo catecismo y clave para sus alumnos y seguidores, proponer una Universidad de Verano y levantarla sin dinero y sin expedientes, dar clases gratuitas a las ocho de la mañana o promover piscinas en 1927, poner su reloj a la hora de Oxford y Cambridge para que sus vacaciones inglesas coincidieran con el comienzo de las enseñanzas de Jaca, ser católico hasta el integrismo y convivir tolerantísimamente con todos los heterodoxos, ultras y matizados de su tiempo, desde Unamuno y Ortega a Morente y Maeztu; adivinar jóvenes con mensaje y respetar a los mayores de su tiempo. Miral es el concreto, el realista, el hacedor, el rígido con flexibilidades de acero, el soñador que arrastra equipos porque el sueño desciende a sus manos conductoras y se convierte en diaria hazaña.

Y todo eso, nada menos que todo eso, es lo aragonés también en el conjunto de lo español. Pensar con claridad y actuar con prontitud y desprendimiento, ver sencilleces y verdades de a puño, proclamarlas y darse a la acción sin petulancia cuando la hora lo pide, llámese 1808 ó 1936.

Aragón está en crisis. El empuje español del momento lo hace verse pobre y decaído, lento en el acelerado marchar de sus vecinos. Tomemos un modelo, tomemos a Miral y tras los discursos del Centenario obligadísimo, seamos miralianos cada día, con su sueño levantado y su tesón de roca pirenaica. Miral es el desafío, el seguidme si sois hombres, el no divaguéis, el uníos para pedir y exigir, el echad vuestro esfuerzo y vuestro sudor por delante sin pedir paga personal. ¿Nos absolverá así don Domingo? En su tumba de Hecho, en su paraíso de cristiano, lo imagino un poco socarrón y expectante. No le podemos defraudar.

JUAN LACASA LACASA

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