"Los afanes de una vida"
Artículos en los semanarios jaqueses
"La Unión" y “El Pirineo Aragonés

JUAN LACASA LACASA

 

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LA FRANCIA ETERNA Y EL ENORME PARIS

12/11/1970

Un viaje otoñal y activo, no mero pasar turístico, a la capital de la Nación nortepirenaica actualiza nuestras preocupaciones aragonesistas, europeizantes a la vez, desde esta entrañable frontera de la Jacetania. Vayan unas notas mezcladas para el benévolo habitual lector de EL PIRINEO ARAGONÉS.

En seco otoño, los bosques en descenso desde la frontera ensayaban los matices de oro forestal bajo la fuerte luz azul. El modesto autobús de Bedous, excusad el pareado, nos conducía en una radiante media, de Canfranc a esa estación francesa que hoy es el límite del tren, tres personas: el conductor, el revisor y el viajero firmante. Sonrojaba un poco llevar en el bolsillo un billete turístico de la SNCF, digamos Renfe francesa, y tener a nuestro solitario servicio todo el vehículo, divagando con esos amables funcionarios galos, que no impedían hablar al conductor, sobre el futuro del Canfranc.

Me entregué a las notas y a los horarios. Hice Canfranc-Burdeos, 300 kilómetros escasos, a una media de 60, unas cinco horas. De Burdeos a París la velocidad media se dobló, 600 kilómetros casi en cinco horas, acercándonos a los 120. Desde la estación de Jaca podía optar por salir, a once y media mañana, para llegar a Madrid a diez noche en el Talgo desde Zaragoza o subir a París por Pau para alcanzar París casi a la misma hora, sobre diez y media noche. Pero la distancia a París es prácticamente doble, 1.000 kilómetros contra 500 a Madrid. Perdón por tanta aritmética que creo expresiva.

París es una sinfonía en gris. Ferroviario impenitente, mis localizaciones preocupantes eran la Gare Austerlitz en la llegada desde España, la de San Lázaro para ir un día hacia Versalles y la de Lyon para seguir a Ginebra. Sena, pavimentos, muros, un delicado cielo de discreta luz matizada. Y lo de siempre: museos, bulevares, nombres napoleónicos, magasins. Una gran novedad cerca de Versalles.

Un “shopping center” a la americana o a la sueca, cerca de Versalles, con cuatro colosales almacenes y cien tiendas de alto nivel, entre ellas Cristian Dior. Paraíso de las compradoras, horario elástico continuo de once mañana a diez noche, espectáculos nocturnos allí mismo, 3.000 aparcamientos gratuitos. 

Participación financiera de muchos bancos, azafatas que colocan su texto prefabricado, cifras anuales, fórmula de propiedad en los almacenes y alquiler en las tiendas para el grupo promotor con el 5 por ciento de la venta diaria. Volumen de negocio de 3.000 millones de pesetas, 240 millones de francos fuertes, en el primer ejercicio. El pequeño comercio tiembla y casi llora, el tendero de la esquina se siente condenado a pesar de la literatura pequeña empresa, en muchos casos. Pero todo tiene muchas circunstancias y mucho casuismo.

Sensación de que la batalla francesa de fondo hoy es social mucho más que política y los que pintan sobre la escena son mucho más las sindicales tan varias, jaleo de siglas y matices de comunismo a los independientes, y las grandes entidades patronales, más el Estado como gran patrón de superservicios. Una huelga de carteros dejaba las postales en los buzones mientras el Parlamento discutía los sueldos 1.971 para Correos y se subían el valor de las cartas. Preocupaciones por el coste de la seguridad social.

El Louvre una vez más, Victoria de Samotracia, Venus de Milo, Gioconda. Mañana espléndida de Todos Santos. Una tentación no lograda, ver la tumba del ruso ajedrecístico Alekine en un céntrico cementerio, por falta de tiempo. Misa en la Madeleine, gran organización y hojitas impresas, de los tradicionales antiprogresistas a la salida del templo.

A la tarde de un domingo, salida hacia Ginebra. Un público excelente en los vagones. L'Exprés, la revista de Servan Schreiber, trae una encuesta vivida por tres periodistas, París, Lyon y regreso de oficina a oficina, 4 horas en avión, 6 en coche, 8 en el tren mío. Pompidou inaugura la gran autopista Lille-Paris-Lyon-Marsella, Mar del Norte a Mediterráneo, suprimidos los semáforos rojos en 1.100 kilómetros.

Me vuelvo por Suiza a la Jacetania. Dejo a un lado la meditación Ginebra. Atravesaba el suelo de Francia sin saber que vivía sus últimos días el gran Charles de Gaulle. Para él y para su pueblo mi admiración de europeo y de vecino. Tras tanto amable sabor de la dulce Francia, no quiero que perdamos el Canfranc.

JUAN LACASA LACASA

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