"Los afanes de una vida"
Artículos en los semanarios jaqueses
"La Unión" y “El Pirineo Aragonés

JUAN LACASA LACASA

 

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CUIDEMOS A SAN JUAN DE LA PEÑA

20/08/1970

Queremos hacer una eficaz llamada a la acción para cuantos sienten lo aragonés, oscense y jacetano y se preocupan, por encima de lo diario, de nuestro pasado, presente y futuro. No se trata de evocar glorias remotas ni de clamar fáciles contra el abandono ¿de quien? en que, en muchos aspectos, yacen los Monasterios, sino de avivar las conciencias de todos y evitar un Fuenteovejuna, una muerte en manos de diluida irresponsabilidad.

Entre el tiempo originario del Monasterio Bajo y el nuestro median más de mil años de transformaciones. Los motivos de quienes allí vivieron eran absolutamente diferentes de los nuestros. Aquellos monjes y guerreros pensaban en Dios desde un paisaje que parecía llamarles a Él y soñaban una España por hacer. Estaban a muchos siglos del Vaticano II o del Mercado Común, de las autopistas y de la productividad. Pero fueron los fundadores de una gran raíz que integró la patria y, a despecho de cambios y olvidos, nos hacen evocar y sentir.

¿Qué se ha hecho en un siglo, 1870-1970, por San Juan de la Peña? Yo creo que muy poco respecto a lo obligado y con gran discontinuidad. Momentos estelares, tal las visitas de Alfonso XIII en 1903 o del Caudillo Franco con el Santo Grial en 1959, carretera por Bernués, hospedería por la Caja de Ahorros, “Días de Aragón”, restauraciones del Monasterio Bajo, disposiciones oficiales, gran labor de Bellas Artes, Arquitecto don Fernando Chueca, en el Monasterio Alto, generosa ayuda de la Diputación de Huesca en presidencia de don Fidel Lapetra.

Y problemas que parecen insolubles, como qué hacer en serio con la mole en ladrillo del Monasterio Alto, que nadie parece poder llevar en sus brazos, o el no logro de la carretera por Santa Cruz, que en este tiempo motorizado y tras el laudabilísimo asfaltado de Jaca-Bernués-San Juan-Anzánigo y el descenso al Monasterio Viejo parece imponerse. Tal es el debe y el haber de quienes han, hemos, intervenido en San Juan de la Peña.

La postguerra española fue una reapertura de esperanzas para muchas empresas pendientes. En San Juan plasmó, el 25 de agosto de 1950, con la elección canónica de la Hermandad de Caballeros, que mortecina, pero con continuidad mantiene viva una llama. Bastante es, en veinte años que ahora cumple, hacerse presente cada mes de agosto y dar estas voces discretas, pedir algo, evitar el olvido definitivo.

Pensemos seriamente en los remedios. Hay una palabra clave, coordinación. Pero añadiéndole otra, voluntad férrea de alguien, no sé quién, ojalá estas palabras levanten una vocación latente, que se alce en dictador de San Juan de la Peña, que se embale en la acción, que arrastre a todos, que no deje vivir ni estar quieto, que se imponga, a lo Miral a lo Silva Muñoz, tirando para adelante, clamando, exigiendo, molestando, desde un puesto oficial adecuado que le de plataforma y tarjeta de entrada en todas partes, que se mire en el espejo doble de Poblet y de Leyre y haga para Aragón lo que otros, sin duda mejores que nosotros, no sólo más ricos, han hecho en Cataluña y en Navarra.

Este domingo 30 de agosto de 1970 vamos a reunirnos una vez más unos optimistas que esperamos morir en la brecha. Haremos recuento de presentes y ausentes. Nos lamentaremos con palabras amables, levantándonos con una melancolía azorinesca, con un agridulce pensar en la suerte de otras regiones y de nuestro Aragón entrañable, el más unitario, el incondicional de lo español. ¿Será capaz este Aragón de olvidar la tumba de sus abuelos gloriosos, la joya románica sin par, el paisaje mirador hacia Europa desde la entraña española? Tan solo el preguntarlo nos acongoja el corazón.

JUAN LACASA LACASA

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