"Los afanes de una vida"
Artículos en los semanarios jaqueses
"La Unión" y “El Pirineo Aragonés

JUAN LACASA LACASA

 

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VIEJA EUROPA ENTRAÑABLE. ESPAÑA RENACIENTE

20/11/1969

Llega, lector, nuestra cita otoñal. En la pausa jaquesa entre calor y nieve, bajo dorada luz pirenaica, brota como un humo tranquilo la meditación de nuestras cosas, un poco españolas, un poco europeas, un poco universales. Te diré algo de unas jornadas, inició octubre en la vieja y sensacional Florencia; y otras del abrirse de noviembre, en la Ginebra suiza, expresión de una democracia-testigo, laboratorio de libertad política, económica y social que es el país de los Cantones.

Florencia es la flor de lo europeo. Sobre el fluir del Arno, ya justa en sus riberas, planta sus plazas, palacios y museos como alma de la latinidad, cumbre de Occidente, esbeltísima guarda del pasado que de tanto latir es aún presente. No es el Sur italiano impenetrable a la corriente igualitaria, duro folklórico y hasta bandido generoso, ni la Roma ecuménico, ni el Milán o Turín productivistas o la Venecia líquida y marmórea. Florencia es un rincón de medievales y renacentistas vivencias. Sentenciosas palabras del Dante inscritas junto al nombre de sus calles y éstas todo evocación, guardan las pisadas de genios a lo Galileo o Miguel Ángel, Maquiavelo, Rafael o Fray Angélico. Las galerías de pinturas son como una salvación, religión del arte frente a tanta materia, erotismo y cieno que osa pasar hoy por falso oro. Tanta dignidad muestran allí las Venus paganas como las Madonnas cristianas, éstas con un hálito de pureza y de exaltada virginidad. Todas las piedras, Catedral, Campanile, Baptisterio, todos los lienzos saben a primavera, a creadora fuerza, a goce de quien ve con ojos del espíritu.

El industrioso artesano de Italia vuelca allí su catarata de objetos que querríamos llevar con nosotros como huella del efímero pasar. Cuero, plata, esmaltaría, vidrio, sedas, estampados, madera, hasta paja trenzada, es la mercancía que se ofrece en liras o en dólares y sus centavos, a la muchedumbre visitante. Los montes no lejanos encuadran apacible horizonte. Se palpa la alegría de vivir sobre esta alfombra de recuerdos egregios.

Yo pensaba que aquí, en la Jacetania nuestra, románica, pirenaica, abierta a la vez a lo nuevo, nuestro secreto es buscar la exacta conjunción del ayer evocado y el pulidísimo presente. El Palacio de Congresos de Florencia, ultramoderno, con su sala de más de mil plazas, pródigo en locales menores, con lo último en traducciones simultáneas o en circuitos de Televisión interior, en la reunión empresarial a que acudí, me parecía una muestra de lo que aquí podemos hacer, pequeña pero ambiciosamente.

Mi viaje a Suiza tuvo una auténtica emoción ferroviaria. Mientras aquí languidece el Canfranc y queda en humo de una ilusión que fue, el Talgo que me llevaba de Barcelona a Ginebra en una soleada mañana de este 4 de noviembre, me parecía un símbolo de la marcha de España hacia Europa. La Estación Cornavin de la vieja capital de Calvino y de Rousseau, sede de la Sociedad de Naciones, de la Oficina Internacional de Trabajo o de la Unión Postal Universal, me parecía en la mano, alcanzada por sorprendentes letreros Renfe en amarillo sobre rojo fondo. El Talgo a cien por hora atravesaba Francia en impresionante rodar silencioso. En el restaurante impoluto los camareros españoles hablaban un francés impecable. El Talgo es ya un Transeuropa Exprés que nos llevó en bastante menos de siete horas de Port Bou a Ginebra, dejando atrás la Francia Sudoeste. Habíamos ya europeizado nuestros medios y querríamos que Europa españolizase sus fines, lo hemos dicho mucho, con unas gotas de austeridad de la mística, soñadora y religiosa España que le aportará dosis de alma.

Para mí, excusad tanta exaltación, viajar es meditar, filtrar para mi patria, y aun para mi pueblo lo que sea valioso en esta hora dinámica del mundo. Desde este Pirineo, nunca me ha parecido más grata, más reveladora, más sensibilizante, esta auscultación de lo europeo, por el maduro español que soy resistente al marchitarse de juveniles ilusiones.

JUAN LACASA LACASA

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