"Los afanes de una vida"
Artículos en los semanarios jaqueses
"La Unión" y “El Pirineo Aragonés

JUAN LACASA LACASA

 

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JACETANIA DE LUTO. D. VEREMUNDO MÉNDEZ

02/01/1969

La Jacetania ¿es ayer, es hoy y aun mañana? ¿Es recuerdo histórico o realidad tangible, mero estado de espíritu o pueblo todavía con misión pirenaica? Veámosla, y acertaremos, como haz de factores físicos y psíquicos, desde el suelo al paso del tiempo, desde las piedras románicas a los descensos de Candanchú, del tintineo pastor a los humos fabriles de Sabiñánigo, unidos por la Jaca culturalizada y universitaria. Que Jacetania no es mote, es evidente. Pero ¿cual es su esencia y su sustrato? Jacetania son hombres. Y sin ellos, ni el Aragón hubiera sido bautizado ni el bravo perfil de nuestro monte se llamaría Pirineo.

Algo pues de Jacetania acaba de morir y nuestro luto es jacetano. Porque Veremundo Méndez Coarasa, cheso de raigambre, noble especialista desde el laboratorio de su casa montañesa, supo ser el literato de un idioma casi en extinción, al hacer eje de su vida el amor a la fabla chesa, al cultivarla tantos años en el incansable romance cordial en que exaltaba lo que sin hombres como él no sería ni paisaje a contemplar con ojos transeúntes.

Veremundo no ha sido un mero coleccionista de modismos dialectales ni un juglar del habla de su rincón que lanzase al aire y recogiera graciosamente el objeto fonético con que los suyos aun se expresan. La lengua, dice Ortega, es un sistema de signos verbales para entenderse sin previo acuerdo. Pero este sistema es un alma, un contorno, en que las raíces y los apéndices que las modulan trae desde el fondo pedazos auténticos del ser de quien habla y comunica su cosmovisión, su Weltanschaung.

No es un azar el paralelo de quienes hoy reposan en entrañable vecindad definitiva, Domingo Miral y Veremundo Méndez. Miral, profeta, iluminado, conductor, entre severo y afectivo, exigía compromiso a su tarea. Algunos nos creemos vinculados a cuanto tan altamente soñó y pidió que se siguiera. Era emotivo el acudir de Méndez, tantos años, al jardín de la Residencia cada 4 de agosto. Sabíamos, cuando sus ojos enfocaban las consuetudinarias cuartillas, casi lo que iba a decirnos. Siresa, Peña Forca, Boca del Infierno, la Val chesa y el Ansó vecino, extranjeros y nacionales, Jaca, Huesca, Aragón. Pero lo hacía con amor incansable, sin desaliento ni rutina, y en la autenticidad de su fabla pastoril sonaban nuevos los asonantes de siempre. En 1946 él mismo, Jorge Puyó y quien firma, con universitarios zaragozanos y oscenses, revivíamos la memoria de veinte años de labor. Y casi ayer, en 1966, me atrevía a decir que Veremundo, Jorge Puyó y yo mismo nos sentíamos los Tres Mosqueteros del D’Artagnan que fue Miral. Ya ha caído una espada. Pero con brazo que va cediendo o con acero menos templado, sabemos siempre que el corazón nos manda.

Veremundo deja una obra dispersa, dilatada, redonda, en que el monoritmo de su verso alcanza ecos de romancero y en la que espigando habrá perfiles decisivos de su pueblo. En estas columnas de EL PIRINEO basta abrir por cualquier parte para hallar el canto montañés del amigo. Nada lejanas son sus palabras a quienes escribimos aquí o su último envío a la memoria de Miral, ya sin su presencia.

Junto al dolor con que le acompañábamos, en las calles empedradas de su Hecho maderista y fronterizo, en su iglesia, en el camino hacia el Campo Santo, con el blanco Pirineo al fondo, sentíamos un emotivo gozo al verlo encuadrado para siempre en cuanto amó. Veremundo Méndez, abierto espíritu, profesional cultivado, jugó instintivo y consciente la carta de quedarse en el terruño. Y fiel hasta el fin se entregaba al nativo suelo. Su espíritu cristiano está entre quienes le conocimos como veta permanente de la Jacetania. Que estas líneas, que empañan lágrimas fraternas, comiencen el homenaje que en vida, aun deseándolo, no hemos alcanzado a rendirle.

JUAN LACASA LACASA

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