"Los afanes de una vida"
Artículos en los semanarios jaqueses
"La Unión" y “El Pirineo Aragonés

JUAN LACASA LACASA

 

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EUROPA PRÓSPERA E INQUIETA

28/05/1968

Unas circunstancias especiales españolas me han permitido un viaje realmente excepcional, al acudir quien firma a la capital sueca, Estocolmo, como único representante de España en una reunión de ochenta empresarios y expertos de quince naciones europeas, que celebraban su sesión primaveral acostumbrada de las Pequeñas y Medianas Empresas, más el Artesanado.

Y a mi viaje ferroviario por cinco países, unos seis mil kilómetros en diez días, se ha añadido por azar el espectáculo actualísimo de una Francia en crisis, que hemos contemplado con una mezcla de asombro y de deseos de lo mejor, de que halle pronto su camino de recobramiento la latina hermana fronteriza.

Entre el auto que devora asfalto y el avión que supera las nubes y borra hasta de la vista fronteras y paisajes, el tren, todavía, ofrece una mezcla de velocidad para distancias que aun llamaremos medias, y el recorrido Canfranc-París-Colonia-Hamburgo-Copenhague-Gotemburgo-Estocolmo, desde el Garona al Sena, Rhin, Elba y Mar Báltico me ha sido factible a base de no asustarse de horarios y empalmes ajustados y de prodigar las noches de coche-cama y no las de hotel.

Divídese hoy Europa en unas franjas ya claras y típicas, en torno a la gran mancha central del Mercado Común. Bajo él, lo Mediterráneo que envuelve a Italia a Este y Oeste, en ello nosotros. Por arriba, los cinco nórdicos de Suecia, Noruega, Dinamarca, Finlandia e Islandia ligados por muchos lazos. En el centro, dos neutrales no grandes, Suiza y Austria. Al Noroeste Inglaterra, al Este todavía el Telón y los emblemas comunistas.

Ese bloque de los cinco nórdicos en el que he penetrado tiene un total de superficie como tres veces España y una población de unos veinte millones, de ellos Suecia unos ocho, en cabeza de avance tecnológico, económico y social, urbanístico también. La documentación acumulada en mis carteras de papeles, el contacto con personalidades relevantes, el afán de esquematizar en cifras cuanto veía y escuchaba, me han llevado sobre todo a la sencilla conclusión de que en muchos aspectos el nivel sueco es nada menos que cuatro veces el de España. Gruesa afirmación esta, sería sin embargo apoyable al decir que nosotros con más de treinta y dos millones contra aquellos ocho tenemos en muchos aspectos volúmenes equivalentes, que naturalmente allí tocan a cuatro y aquí a uno.

El milagro de transformar en menos de setenta años un país agrícola y pobre en un emporio tecnológico y aun social lo atribuyen los propios suecos a tres causas materiales y a una intelectual: las tres primeras, hierro, madera y energía hidroeléctrica. La Inmaterial, el “know how” de la técnica, de la aplicación artesana e industrialista en amplísimo sentido de saber hacer de laboratorio llevado a las manos de toda la población activa. Y desde allí una potencia exportadora de productos de primera calidad a todo el mundo. Servan Schreiber pronostica en su consabido libro de que a fines de siglo serán América del Norte, Japón y Escandinavia los que irán en vanguardia de una era postindustrial, en que aparecerá el sector cuaternario tras el actual terciario de servicios, mientras que la Europa Central no alcanzará ese estadio hasta más tarde. Tendría muy largo que escribir y contar de esta experiencia, en la que todo no sería deseable para nuestra mentalidad, pero que no deja de llenar de asombro.

Por entrar en cuanto he escuchado en las reuniones empresariales, en las que tuve el honor de representar archiindividualmente a la Delegación Nacional de Sindicatos de España, Junta Central de la Pequeña y Mediana Empresa, diré que domina hoy en las mentes de los empresarios no grandes el deseo de penetrar ellos también en el mundo de las máquinas ordenadoras, mágicas informadoras estadísticas de los elementos internos de la empresa, hablándose de los miniordenadores, de la informática del lenguaje intermáquinas uniformable, de algo que puede parecer ciencia ficción a quienes regentamos modestos negocios españoles, pero que sin embargo está allí y nos espera también.

Y mirando a una tarea de unidad y de interayuda desde países desarrollados, o en vías de ello como el nuestro, hacia los países del Tercer Mundo, hacia América Centro-Sur, Africa y Asia, necesitadísimas de una red empresarial eficiente que hay que hacer nacer casi entera, el sentimiento de la enorme tarea española frente a la América que habla español.

Quizás tiene un sabor de regusto pasado, casi campoariano, de tren expreso ahora sin penacho de vapor, pero a ciento veinticinco kilómetros, de media horaria, el viajar como lo he hecho en el Trans Europa Exprés, el tren de las Cien Ciudades, que enlaza a la riquísima zona europea central que tiene a París al Oeste, a Marsella y Milán al Sur, a Zurich principalmente al Este y a Hamburgo al Norte, uniendo comarcas riquísimas de los Seis del Mercado Común más, Suiza y Austria, en combinaciones que permiten, por ejemplo, ir temprano de París a Ginebra, despachar allí al mediodía y regresar a París a la noche, de centro a centro de ciudad, sin el tráfago de aeródromos.

Pero ese juguete mágico, ese jugar a trenes realmente maravilloso, se me rompió en la frontera francobelga, cuando al regresar el sábado 18 de mayo me apercibí por los ferroviarios belgas de la magnitud del paro de la Red francesa, la gran SNCF, que tenía cerradas sus enormes estaciones parisinas, con unas simples cuartillas manuscritas anunciando la huelga indefinida de los “cheminots”. Quedé a la aventura de los autobuses de ocasión por el asfalto francés y en tres etapas pude ir de cerca de Lieja y Namur a Hendaya e Irún, recogiendo en tres fechas minuciosa impresión del ambiente galo, incluso en la Sorbona, donde junto a la venerable imagen en piedra de sabios a lo Pasteur ondeaban las banderas rojas y negras de una revolución cultural a la china. Para mí, me gustaría detallarlo, procuraré hacerlo, lo esencial casi era el juego de frases, de slogans y de diagnósticos de la crisis pronunciados por los personajes de Francia. Los líderes estudiantes: La imaginación ha conquistado el poder. Los mismos en menor nivel, en las pancartas manuscritas sobre los muros universitarios. Prohibido prohibir. El Arzobispo de Burdeos: El hombre puede remodelar al hombre sin Dios, pero le saldrá inhumano. Giscard, el líder de los Independientes: La mayoría de los franceses calla, pero deberá hablar para bien del país. El propio General Presidente: Sí a la reforma, no a la mascarada. ¿Son capaces los admirables franceses de arreglar un paro de diez millones de personas a base de sutilizar, de decir agudamente, lo que pasa?

Quede, en esta impresión europea azarosa vertida en un semanario provinciano entrañable, que contempla precisamente desde el Pirineo el acontecer de Europa, mi rendida gratitud a dos personas que representaban a España en primera línea: Al Embajador de España en Suecia, D. José Felipe Alcover, que me acogió benévolamente y me ilustró magistralmente del ambiente en que había de moverme, y al diplomático de la Embajada Española en París, Sr. Aguirre de Carcer, que a mi casi anónima llamada telefónica angustiada desde un bar de París, respondió con máxima eficacia haciendo llegar instantáneamente a mi casa noticias mías que vencieron el aplanador y masivo aislamiento.

Frente a esta Europa de altísimo nivel, pero en ebullición, como si presintiera en sus entrañas nuevas formas de vida, sólo un voto español: Que Europa encuentre caminos de paz social, de concordia entre todos, bajo las banderas inconmovibles de lo cristiano, su mejor nota.

JUAN LACASA LACASA

 

 

 

 

 

 

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