"Los afanes de una vida"
Artículos en los semanarios jaqueses
"La Unión" y “El Pirineo Aragonés

JUAN LACASA LACASA

 

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NOSTALGIAS Y ESPERANZAS EN LA NIEVE DE LA JACETANIA

28/02/1966

Los que portamos carga de años, evitemos el exceso evocador, el recuerdo de ayeres que más importan a nosotros que al resto. Sólo como explicación del presente y adivinación de futuro, sea lícito traer al PIRINEO ARAGONÉS de papel lo que hace más de treinta años hubo en el otro Pirineo, el físico, cuando Candanchú (Campo de Anjou, etimologó Don Ricardo del Arco) era una exótica palabra que empezó a sonar en los bares finos de Zaragoza y San Sebastián, para saltar luego a Madrid y se repite hoy en los partes del tiempo.

Era un campo raso cuyo verde veraniego y pastoril se hacía blanco hacia noviembre y en el que se acampaba bajo el cielo, pues nada desde la casilla de El Ruso, hoy extinguida, existía hasta el mojón pétreo y napoleónico de la frontera. Dos grupos inventaron albergues. Montañeros de Aragón, con directivos legendarios, Almarza, padre, Rábanos, Gil Marraco, algunos idos para siempre, levantan el Refugio primitivo, que perdura reformado, y albergó a campeones aragoneses llamados José Serrano Vicéns, encarnador de toda virtud montañera, Yarza, Gómez Laguna, Armisén, los Lozano, Almarza, hijo, Manuel Marraco, cuya elegante muerte blanca en la guerra hubimos de vivir y cantar. Junto a ellos, canfranqueses como Hijos, Bueno o Puente, y tensinos de la generación de Carbonilla, increíble atleta natural, o más tarde, ya 1940 y tantos, la de Aznar por ejemplo, que alcanza laureles nacionales y llega a las páginas de Marca.

El otro grupo fue el vasco-navarro. Lo personalizan también dos grandes fútbolistas: el fabuloso René Petit, verdadero Di Stéfano 1925, y Juantegui, el primero Ingeniero en Yesa y el segundo internacional frente a Austria y luego hotelero donostiarra. Abren ante el asombro general los cimientos del Hotel, que nos pareció un palace de la blancura, superador desde luego del rústico ambiente del refugio zaragocista. Vino la guerra, se cortó aquello, empalmó con la mundial, y henos en 1945 ya, a veinte años del hoy, cuando los que formábamos el Venga Horizonte, como unos Mayencos de hace muchos lustros, soñamos con mejorar el conjunto canfranqués y nos entusiasma el núcleo sallentino, que del valle solitario del Aragón salta al Gállego con estupendos proyectos y cuantiosas inversiones.

Pero Candanchú, además de esa historia, que es mucho nuestra, fue también para nosotros una maravillosa ventana paisajística, una ocasión de empaparnos de cielo y de nieve, de gritar en la altura y de llenar cuartillas cantando las mágicas y novísimas impresiones. Lancemos al quizás menos entusiasta y desfasado lector 1966 lo que dijimos algún día otoñal: En los cuartos oscuros de los deportistas están despertando de su sueño estival y paralelo los pares de esquís que nos quitamos en primavera.

En las mañanas de domingo hay añoranza de subirse a un monte y de entregarse a la bajada con la sonrisa entreabierta ante el batacazo. Sólo nos falta que el gris del cielo se densifique y, mientras las familias cuidan las calefacciones con un gesto ante el termómetro, nosotros requerimos el equipo de la blancura y nos marchamos a acariciar rudamente las curvas del Pirineo.

O, citando nada menos que a Ortega, en una crónica de la revista Campeón, de Prensa española, que hemos reencontrado ahora en la Hemeroteca de Madrid, decíamos que las montañas nos enviaban ideas y sacudían el fango romántico de nuestras almas.

Había cantos para las féminas que, emulando a la madrileña Margot Moles, baja y musculosa, y a la más etérea e intelectualizada Lilí Álvarez, venían de Zaragoza a esquiar. Triunfa la Elisa Sánchez, hoy madre de familia con cónyuge fútbolístico. Permanente vencedora, le dijimos aquello de campeona de Aragón, novia de los Pirineos, que en vértigo de bajadas das tu morenez al viento. Marinera de la barca de los esquís paralelos, el sol te escribe en la cara versos de un poema negro. Bordar curvas en la nieve en vez de bordar pañuelos. Estábamos en plena euforia metafórica y joven.

En Zaragoza contaban esto el inquieto, aún le dura, Narciso Hidalgo, el sesudo Miguel Gay y hasta el coplero Mefisto. Y ante la prueba anual Tobazo Standard, decíamos en verso mayor:

En el raudo descenso, dibujando heroísmos,
Rayaban trepidantes las laderas de hielo,

Burlaban con sonrisas el vértigo de abismos

Y eran furias con alas olvidados del suelo.

 En fin, es tremendo escribir el artículo de hacia fin de siglo con recuerdos del comienzo, pero al menos lo contamos tras tanto azar.

Y ante nosotros, el mañana. Es más que madura, casi sexagenaria, la generación que empezó todo eso y lo inventó como pudo. Hoy, en lugar de poetas, hay que llevar a Candanchú, a Sallent, a Benasque, al Pirineo todo, economistas y financieros que levanten a nivel europeo este panorama de enormes posibilidades. A ello queremos entregarnos. Y como refrescante incentivo para que no se nos vaya el entusiasmo, excusad que hayamos extraído, de amarillentas páginas olvidadas, tanto ayer, tanta ilusión, tantos nombres de amigos de este lado y del otro de la barca de Carón.

JUAN LACASA LACASA

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