"Los afanes de una vida"
Artículos en los semanarios jaqueses
"La Unión" y “El Pirineo Aragonés

JUAN LACASA LACASA

 

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BANDERAS FUNDIDAS SOBRE COMÚN CANCIÓN

30/08/1965

Geometría distinta, colores divergentes, funde Europa sus banderas entregadas a los comunes mástiles en serie. Hermosa herencia de ayeres violentos hechos recuerdos unitivos. Leones, águilas, osos, heráldica viva, sobre rojos de sangre, verdes de prado, amarillos de oro, azules de cielo y de mar. Es bello recoger al azar banderines como virutas de historia, dejados arrebatar gratamente como otrora se arrancasen de enemigas almenas. De las guerras nació, ¿para siempre?, milagro, providencia, destino, la paz. ¿Prodigio mecánico de los autos y las rutas de asfalto, mezcla cordial bajo los soles del verano, riqueza en expansión, hospitalidad industriosa, turismo, vueltismo, curiosidad por lo ancestral tras el aburrimiento de la técnica? Un poco de todo, y todo bueno, laudable, grato.

Siento a Jaca como ciudad nada proletaria, leída, histórica, hasta erudita sin pedantería, más mente-factora que manufactora, juego orteguiano del vocablo. Y eso, al menos a mí, me enorgullece, da calidad y categoría. De la cantera pirenaica hicimos capiteles hace mil años y bautizando un río nos salió un reino que rayó el Mediterráneo, bajó al Ebro el ímpetu nuestro. Por ello, a la hora de recibir peregrinos por renovadas seculares rutas, Jaca es por el lugar de parada, aposento, reposo, meditación inicial de lo español entregable al extranjero penetrador.

Y por eso mismo, nada menos que por todo eso, le va exacto a Jaca el Festival Folklórico, que no es sólo el sonar, acuciante o melancólico, agresivo o apacible, de gaitas, tambores, maderas o espadas, sino exteriorización de muchas maneras de ser y sentir, de pensar y hacer, expresión de viejos ritos y modos humanos: galantería y amor, guerra y conquista, afirmación frenética de vida, simple alegría báquica y pánica. Así, en las gaitas de Quimperlé o en las castañuelas de Logroño; en el valsar a golpe de bombarda de los cerveceros de Estrasburgo; en el brazo alargado como un ala de seda y de aire que prolonga el vivo pañuelo de las mujeres de Granada, o en las flores de los figurantes de Nimes, entregadas en un minué salido del salón a la plazuela a las siluetas más que esbeltas de sus compañeras, adelgazadas, columnísticas, cuellos de cisne rematados por delicadas cabezas de sonrisas a lo Gioconda; en socarrona obesidad del guitarrista apaisado de Valderrobles o en la bravura austera del cantador turolense, en el cruce de estacas pastoriles de los resecos mozos de Yebra, en el pisar suave de gato silencioso de los espléndidos hombres de La Coruña, delicadamente requeridores de sus féminas con pamelas de paja que recataban el mirar.

Sobre el tablado de tres noches, mejor para mí en la calle, los Grupos del III Festival de los Pirineos eran el empaste de una humanidad fraternal y concorde, puesta en su punto de alegría irrazonada, del baile por el baile y canción porque sale de dentro, jugando en la propia violenta jarana y jolgorio, provocación, reto, majeza, entusiasmo picado en castañuelas o monorritmo dulzón, nostalgia, dulzura, evocación, recuerdo, sabor de ayeres y también de esperanzas en el tamboril aldeano que baja el tono, en las guitarras y en las gaitas.

Todo eso vimos los jaqueses en inolvidables jornadas que queremos se repitan. Nos sabemos pequeños y quizás un tanto solitarios en nuestro esfuerzo, que aún deberá superarse. Pero ahí está el logro inicial, llegando en su tercera vuelta a una geografía que se dilata desde el Rhin al Darro y del gris atlántico de Bretaña al azul levantino español de Valencia, en extendido abrazo de nuestra montaña a los remotos mares.

Sobre el alarde de vestidos, danzas y giros, rondas y canciones, magnífica fue la impresionante marcialidad de guerreros al día de los paracaidistas franceses en su atronadora banda de noventa tambores y el arriscado dirigente, que lanzó, en genial bastonero, su garrota hacia las nubes de la calle Mayor. En cambio, excusésenos la sinceridad, nos parece menos a tono, aunque nos dé gotas de cosmópolis y ponga al día con San Remo o Benidorm, el melodismo uniforme y sin sal de ellos y ellas, con smoking o traje largo, excedidos a veces en un tono menor de companaje y broma, casi al borde de la tomadura de pelo al público provinciano. Salvemos, entre todo eso, la delicada feminidad de Marisa Medina, la habitual sonrisa rubia de la pequeña pantalla española.

En fin, ahí queda, cuando apunta el cierre del verano 65, este logro jaqués. Deseable será que quienes con tanto acierto y especialísimo entusiasmo lo han promovido, obtengan colaboraciones nacionales, provinciales y locales en la esfera oficial. Las de la calle ya están patentes.

JUAN LACASA LACASA

 

 

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