"Los afanes de una vida"
Artículos en los semanarios jaqueses
"La Unión" y “El Pirineo Aragonés

JUAN LACASA LACASA

 

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UN PRÓCER ARAGONÉS. D. RAMÓN LA CADENA BRUALLA

24/05/1965

Al morir Don Ramón La Cadena y Brualla desaparece figura zaragozana y aragonesa de primer plano, pero muere también algo nuestro, absolutamente jaqués, inserto aquí, enraizado por bienes en literal sentido y afincado igualmente por querencia, temperamento y adhesión.

La nobleza se hereda, pero también se pule y se recrea, haciéndola brillar. Todo lo peyorativo que en nobleza decadente haya, se cambia por superante cuando al apellido de pro, al nombre familiar de alto sonido, se saben añadir mérito y logros. Nobleza, algunas veces, dice facilidad de vida, proclividad a escasa acción, dejarse ir, estar en el ayer, con apellido como joya que otro compró. Pero nobleza obliga también. Y quienes la sienten, son de esos acrecentadores que, viéndose nacidos en la cumbre, afinan su especial concepto del deber. Nobleza viene de conocer, reconocer, apreciar, en lo alto, eminente y elevado, al patricio, primate o personaje.

Encauzó La Cadena, nuestro marqués, una vocación literaria polarizada variante, pero muy esencialmente en lo taurino y lo aragonés. En lo primero, halló merecidísimo reconocimiento español e internacional, fama justa y sólida, crédito en cada juicio y respeto para su noble pasión pepeluisista, pues no ocultaba que prefería la gracia sevillana a la dramática seriedad cordobesa. Don Ramón queda en la alta línea de las letras taurinas por su técnica profunda, empapada de ligereza humorística del mejor tono, pero a la vez su extrema probidad, en la que ya no había bromas. Un recuerdo de remota juventud: el escritor madrileño K-Hito, hacia 1935, invitó a todos los críticos taurinos españoles a una declaración de que nada recibían de los profesionales de la fiesta y que sus juicios no andaban influidos por la dádiva o el exceso amistoso, digamos por paliar. Solo el Marqués de La Cadena contestó a la delicada pregunta, con su rotunda afirmación. Un sospechoso silencio reinó entre el resto de los convocados.

Literariamente, Don Ramón hacía sin saberlo un alarde de puesta al día, de información y de hallarse «a la page», sin el menor gesto pedante, uniendo erudición a maestría descriptiva y caracterizante. Reincidentísimos lectores de páginas suyas, destaquemos nuestra personal preferencia por su volumen Retratos a Pluma, de literatos aragoneses de la vuelta del siglo.

Más todo eso, herencia, cultura, pluma prócer también, saber y pasión taurinos de la mejor estirpe, será glosado por expertos en más anchos ambientes. Quienes lo acompañaron desde Don Genaro Poza a Luis Horno, aun en estricto familiar viaje al jaqués cementerio, nos parecían una selección de ingenios aragoneses de amplia gama generacional. En sus manos queda, ya lo ha sido estos días, el apreciar cuanto La Cadena representa en el Aragón del último medio siglo.

Destaquemos aquí, obligadísimamente, y permitásenos que otra vez, privilegio de la edad y de una intensa vida, podamos hablar por propio testimonio, señalar la faceta generosa de Don Ramón frente a Jaca. No hubo ocasión en que al ser requerido no facilitase operaciones urbanísticas o de promoción de construcciones que en la variedad de partes de su patrimonio habían de asentarse. Siempre dijo que sí. En ocasiones, con patente regalo de ventajas a la Ciudad, por ejemplo en terrenos para el Grupo Escolar, hoy Instituto, en doble compra que benefició a las arcas locales.

Otra donación continua hizo, no por inmaterial menos valiosa, la de su permanente atención a lo nuestro. Desde alguna página de la módica historia taurina jaquesa, recuerdos de transitorias plazas, hasta su presencia en las páginas de EL PIRINEO, del que fue colaborador señaladísimo. Y, muy apreciada por quien firma, su asistencia, cuando algunos jaqueses dormitaban en requerida presencia, a la tarea universitaria. El Marqués ocupó cientos de veces su butaca, estupendo escuchador de conferencias, bien próximo al orador de turno, prácticamente en todos los cursos celebrados, hasta que su salud se lo impidió.

Es dramática, pero de humano destino inexorable, la hora del tránsito terreno. Más cuando quien se va es hombre de las humanas cualidades de nuestro Marqués, parece que la pena de todos se aliviase si al concepto cristiano de conocer su fe y sus obras se añade, como un bálsamo sedante, la presencia que se prolongará de cientos de sus páginas y la insuperable huella personal que nos deja. Por eso dichosamente, al tiempo que le dedicamos nuestra más ferviente oración, nuestro dolor se calma volviendo a releerle y reviviendo en la memoria, que durará como nuestra vida, su otra doblada nobleza: la de su pluma y la de su insobornable bondad.

JUAN LACASA LACASA

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