"Los afanes de una vida"
Artículos en los semanarios jaqueses
"La Unión" y “El Pirineo Aragonés

JUAN LACASA LACASA

 

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TOULOUSE, LA GRAN VECINA PIRENAICA

11/04/1964

Estas líneas quieren ser una reiteración de la francofilia nuestra, del deseo de conocimiento y de amistad que los jaqueses, oscenses, aragoneses y españoles, sentimos hacia el gran vecino del Norte, a la enorme tierra llana y rica unida y separada de nosotros por el Pirineo, y que en etapas que llegan, se aceleran y corren. Es la forzosa ligazón de la España del Norte, de la total Península, a la gran Europa que se está alzando, pacífica, potente y hermosa, tras los dolores de la guerra.

Del Cantábrico al Mediterráneo, capitales hispanas se aproximan a la frontera hispano-francesa. San Sebastián, Pamplona, Huesca, Lérida, Gerona y algunas ciudades pequeñas, no muchas, acaso dos concretas, Seo de Urgel y Jaca, aun más la nuestra, próxima a la cordillera, inmediatas, a un paso, sienten a diario la llamada, la vocación permanente de lo fronterizo, de lo francés tangible.

Pero el mundo de hoy es de espacios abiertos, de más que Provincias o Departamentos, de viejas Regiones históricas al menos o de las naturales geográficas y económicas, partes grandes de las Naciones, sobre las que se planean, sin olvidar el ayer larguísimo, el desarrollo y el crecimiento las integraciones y las soldaduras. Una nueva ciencia está casi surgiendo, al dividir a los Seis del Mercado Común en zonas naturales. Simplificando, la soldadura España-Francia hay que concebirla, al menos, desde el Ebro al Garona. Lo nuestro, de Santander a Tarragona. Lo de ellos, de todo el Pirineo a Toulouse y Burdeos. El gran río francés, que nace en el Valle de Arán, se marcha al Noroeste y toca las dos grandes ciudades universitarias, junto a la cuales la primacía española es desde luego de Zaragoza. Ya sabemos que los complejos de Vasconia y Cataluña pesan mucho más que Aragón. Pero nuestro sentido unitario y españolísimo, nuestra vocación pirenaica central, mil razones, nos permiten sentir desde Aragón, en la línea Zaragoza-Huesca-Jaca, muy hondamente la marcha hacia el Norte, la penetración europea por Francia, abriendo más caminos, mejorando los actuales, densificando todo lo nuestro al tiempo que mejora el Sur francés.

Jaca alberga Cursos de Verano Universitarios, Estudios Pirenaicos y otros centros y medios, lo turístico, lo artístico, la vieja resonancia del románico, que la hacen adelantada. Los amigos más juntos, los de Olorón y Pau, los viejos luchadores de medio siglo en pro del Canfranc, son ya casi de casa. Los otros, Toulouse, Burdeos, se alzan un poco gigantescamente, como Zaragoza lo hace también en la demografía aragonesa.

Todo esto ha sentido el que firma, muy entrañablemente, en unas inolvidables jornadas vividas allá. La relación de muchos años, la sincera y recta estimación de lo francés, ha encontrado premio muy superior al merecido en la designación que la Academia de Ciencias, Inscripciones y Bellas Letras de Toulouse tuvo a bien hacerme. Es un fruto de años. Viejas relaciones, en especial la de mi padrino y proponente M. Jean Sermet, distinguido en este 1º de Abril con la Encomienda de Alfonso el Sabio, alumno en 1935 de la Casa de Velázquez en la Ciudad Universitaria de Madrid, viajero cien veces a Andalucía, autor de magníficos libros, en especial “La España del Sur", insuperable guía literaria y geográfica del turista Profesor de la Universidad, del Gabinete de la Prefectura del Alto Garona, me han llevado a esta honra.
Para él, para M. Henri Gaussen, Catedrático, botánico eminente, tan ligado al Dr. Albareda, para el Presidente de la Academia Dr. Gorsse, para el gran hispanófilo M. Henri Sarramon, Presidente de la Sociedad Cervantes y de la Cámara de Comercio, Consejero de Economía Nacional, mi gratitud imperecedera.

Dos cosas difíciles tenía yo que decir en Toulouse. En la Academia, mi pequeñez ante el cuadro humano, cultural e histórico, al que llegaba sin méritos. En el Centro Cervantes, de la Cámara de Comercio, presentado por Sarramon, la realidad española de hoy, sus objetivos económicos y sociales inmediatos y cómo nos sentimos respecto a Europa, con la máxima objetividad posible. Así intenté expresarlo, al exponer la explicación histórica de la guerra del 36, a la luz de los textos de los maestros de la meditación española. Ortega, Unamuno, López Ibor, o los más jóvenes y recientes. Sobre todo, el hecho fundamental de que España, en su tragedia, aprendió sus males esenciales: retraso técnico y económico, enormes diferencias sociales, necesidad de una gran acción cultural que fuera promotora de cambios definitivos en la mentalidad de todos, prenda de equilibrio político. Luego, con muchas cifras, la agricultura, la industria y los servicios, el turismo también. Y las promesas del desarrollo. Los índices eran para todos los gustos. Desde superioridad española en la repoblación forestal, en fuerte proporción y decoroso o aún brillante papel en las viviendas, hasta enorme inferioridad en automóviles o en acero. Yo querría llevar a unas páginas breves cuanto allí dije y entregarlas a unos amigos de allá y de aquí, en una pretensión aclaradora y de concordia de vecinos. Cuando acababa con palabras de Menéndez Pidal, les hablé de una España no de derechas ni de izquierdas, una España total y no totalitaria, una España unida y en orden, libre y abierta, equilibrada y segura, democrática sin anarquía y autoritaria sin dictadura, como le conviene a la agitada manera de ser nuestra, necesitada de reposo histórico, de muy largos decenios de trabajo en paz.

Toulouse me venía grande. Me abrumaba con sus recuerdos y sus realidades de hoy. Con su Universidad que arranca de 1229 y con sus Sociedades sabias. Con su Canal del Midi o con sus enlaces ferroviarios y aéreos. Con sus industrias de aviación que son decisivas en la producción del Caravelle o en las de abonos químicos. Con su Catedral, con tantas cosas. Y también, lo digo con una sincera emoción, con sus españoles trabajadores, llegados allí por mil razones, ya tras las guerras carlistas o tras de 1939. En ellos pensaba más que en nadie al andar por Toulouse, y quise cuadrarme, solitario y en silencio, ante el mástil con la bandera bicolor que tranquila y segura ondeaba en el Consulado, casi rezando por todos los miles que allí acuden, a buscar un papel o un pasaporte, o a curar su nostalgia, al margen de colores y sentimientos. Mi gesto era pequeño, pero lo era de paz. Y todo esto me pesaba suave y profundamente en el alma, al unirse mi gratitud sin límites hacia los amigos franceses con tantas inquietudes y tantas esperanzas españolas.

JUAN LACASA LACASA

 

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