"Los afanes de una vida"
Artículos en los semanarios jaqueses
"La Unión" y “El Pirineo Aragonés

JUAN LACASA LACASA

 

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ASESINATO MUNDIAL

30/11/1963

Menguado observatorio el de un semanario de provincias para glosar el inaudito crimen, de supersorprendente novedad sangrienta, el archiimprevisto suceso. Pero cuando la nave del mundo integra sus compartimentos todos, cuando la propia técnica americana puso al alcance de nuestros ojos, hasta el exceso, los detalles del público horror, las lágrimas familiares y el universal desfile de los grandes tras la imponente soledad del féretro con la bandera estrellada, parece como si un deber de ciudadanos de ese mundo, una avivada conciencia de los rumbos y los riesgos de nuestro destino común, nos obligase a hablar a todos.

En paradoja de Oscar Wilde, la juventud de América es su más vieja tradición. El monstruoso acontecimiento nos llega envuelto, con su fatalismo, su contenido espantoso, entre signos y maneras de lograda novedad, como el suceso de los sucesos, la ultranoticia para los titulares y el exceso sensacionalista de los locutores. Hasta para morir el Jefe, América del Norte nos presenta maneras desligadas de la solera, la noble ranciedad y el poso milenario de la materna Europa. Como apuntaba López Ibor al considerar la Guerra Española del 36, la tempestad descubre las raíces. En la imprevisión policiaca, la inevitable polémica sobre los móviles o fines, los fallos de un sistema que no puede hacer madura Historia sin pasos seculares, está también allí, patente cada instante, el equilibrio bipartidista, la continuidad peliculesca del juramento constitucional en el aire, la permanencia del camino en la política exterior, la fe en el mañana superador, la conciencia del liderato universal. En definitiva, los fallos y los méritos del sistema.

El amplísimo escenario, por fortuna y sin embargo, no nos oculta el Hombre, el protagonista de la tragedia griega o sakhesperiana. Ha caído el héroe joven, el excombatiente multimillonario, el apuesto con gracia y hasta con glamour, al que el Caudillo de España ha podido llamar gallardo y la Prensa Internacional calificar de rutilante. Kennedy ha sido el político nuevo que superaba a un tiempo la manera en exceso campechana de Truman y la forzosa seriedad militar de Eisenhower, al tiempo que hacía mucho más realistas las abstracciones rooseveltianas e impregnaba de practicismo el frío razonar del trust de los cerebros, que tenía a su lado corno otro mecanismo útil e inspirador, como otra máquina con pretensiones de infalible, pero que él debía completar en humano e intuitivo.

Casi veinte años de la Guerra II, peligrosa manera de iniciar cronología, como si la III fuera para mañana, han transformado el Universo, agigantado sus problemas enormes, llevado hasta el límite planetario el suceder y los conflictos. En un libro técnico y erudito, más sensacional para mí que una novela de ciencia ficción, “Marxismo y comer lo Internacional”, del economista español Funes Robert, se expone lúcidamente la tesis de que la predicción marxista de mediados del XIX no se ha cumplido por suerte en Europa. El inmenso aumento de riqueza ha servido, al revés que pensó Carlos Marx, para el común bienestar repartido, frenado el exceso capitalista por los movimientos sindicales, por la propia conciencia histórica cristiana plasmada en las Encíclicas, por la política social de todos los partidos.

Pero a escala mundial, va a tener Marx razón, pues podemos hablar de pueblos proletarios, objeto de la explotación de los bajos precios y de las discriminaciones raciales, con responsabilidad total de los pueblos antiguos en la civilización y ricos en lo material. Los precios de las materias de esos pueblos del hemisferio Sur, de América española o de Africa, del Sureste Asiático igualmente, el petróleo, los minerales o los alimentos, benefician también al obrero europeo y norteamericano y le hacen explotador, no por inconsciente menos culpable, de cientos de millones de hermanos de la especie. El propio concilio es como una llamarada, un descubrir enormes panoramas y continentales problemas, en un despertar acelerado de las razas comunicadas.

Pues ese mundo de problemas sin limites, esos tres mundos, aun mejor, el liberal capitalista, el marxistaleninista con atenuaciones coexistenciales a lo Kruschef, y la tercera posición expectante y exigente de cientos de millones de seres cuyos jefes ya vuelan, hablan por los micrófonos y votan en la ONU, ha sido el mundo de John Kennedy, la maraña extendida en su telar diario, el escenario de su acción. Por eso su dramática, su execrable caída, tiene eco larguísimo en el espacio y lo tendrá en el tiempo. Porque detrás del rifle telescópico del asesino puede haber mucho más que la versatilidad de un loco o la obsesión de un solitario. Habrá, al menos, la resaca de equivocadas doctrinas y la indigestión de falsas fraternidades, el tardío brazo ejecutivo de consignas que una vez lanzadas no se pueden retirar, el gatillo movido por muchas radios ululantes y por muchos manifiestos insolventes de intelectuales que son sensibles a asesinos anarquistas y de fría incomprensión para las víctimas, como en vibrantísimo artículo genial ha dicho Rafael García Serrano. Y, si Dios no lo remedia, acaso quede a El, no a la pintoresca Policía de Dallas, cubierta de sombreros tejanos y bloqueada por la imbecilidad del exceso periodístico y populachero, la clave del enigma.

En el fondo de nuestros recuerdos, alimentados por los titulares y las opiniones, los artículos de fondo a la usanza vieja o las crónicas impresionistas chilladas por los altavoces, queda un humano dolor, una profunda desazón de embarcados en la nave del mundo, un elevar a Dios la súplica por el alma del Caído y por la suerte de todos, de los que mandó Kennedy, de sus amigos y de sus enemigos. Como una línea casi obsesiva, nos persigue estos días la recriminación interior que nuestra conciencia de lectores de periódicos nos hace, y que aquí repetimos, del exceso de la noticia, de hacer barata lectura inquietante con alegatos de democracia y comunicación. Pero por esos mismos canales nos llegan también notas maravillosas, detalles humanísimos del universal suceso.

De un lado, la dignidad de la mujer enlutada y aguerrida, que ha pasado de ser la mejor vestida del universo a la más dolorida y más valiente, la de máxima capacidad de sufrimiento. Si nos dejásemos llevar, también nosotros, del cliché y el slogan, diríamos, como cuando a Mary Picford se la llamó la Novia del Mundo, que Mrs. Kennedy, a la que Juan XXIII llamó antiprotocolariamente Jacqueline, es hoy la Viuda del Mundo. Ella y su hijo de tres años, cerrando éste el noticiario televisivo con un saludo militar al féretro de su padre, son, al fin, el reposo frente a lo falso y partidista, frente a lo apasionado y peligroso, son lo eterno humano, lo verdadero, lo cristiano, lo que no fallará.

JUAN LACASA LACASA

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