"Los afanes de una vida"
Artículos en los semanarios jaqueses
"La Unión" y “El Pirineo Aragonés

JUAN LACASA LACASA

 

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ULLASTRES O LA CLARIDAD

25/08/1962

Dijo Ortega, en Estudios sobre el Amor, que el hombre se define eligiendo. Es perfectamente aplicable a la Política esa definición. En veinticinco años, el Jefe de Estado ha elegido unos setenta españoles, en unos catorce puestos de Ministro, a cinco años más o menos, los hubo de uno o de quince. En una España dinámica, activísima, cada uno mostró lo que llevaba, lo que pensaba de España, como intentar en cada parcela superaciones de lo español.

Sería muy fácil señalar en ellos al impetuoso, al ponderado y eficaz, al apasionado técnico, al orador o al silencioso. El Ministro de Comercio merecía este título: Ullastres o la claridad. La elección de Ministros es una concreción decisiva del pensamiento del Caudillo, de fluir tendencia, su altísima manera de concebir lo nacional, hacerlo realidades. El político es el técnico de los técnicos, el que valora, capta y estima en los especialistas al que lleve en la mochila el bastón de mariscal, el que dará de sí. ¿Quién conocía, en febrero de 1957, a Don Alberto Ullastres? Muy pocos españoles, los que leían gruesos libros de Economía. Pues ese desconocido, extraído por la mano intuitiva de Franco, adivinándolo, es una de las claves del bienestar nacional, de las posibilidades españolas ante lo europeo.

El hombre no tiene nada de espectacular, de una delgadez para pasar inadvertido y de una seriedad que bordea la tristeza. No intenta convencer con sonrisas cliché sino con plácidos argumentos. No se apasiona ni grita, no redondea un párrafo que arrastre como una bandera agitada. Profesoral, su único objeto decorativo son unas gafas de concha tras las que considerar más objetivamente los temas del día. En el espectáculo de las de las grandes mesas de personajes, de figurones que se sientan delante, parece no querer estar el primero. Una gran observación de Luis Gómez Laguna: Con dos iguales y dudando, pon el tonto a la derecha y quedas bien con los dos. Parece querer marcharse a la pizarra, acercarse al alumno, descender al léxico sencillo sin perder la exactitud. Si a alguien recuerda, no es al gordo Erhard, con su cigarro del optimismo, sino al concentrado, casi escéptico Salazar.

No sé si muchos españoles se molestan en leer las columnas de prensa que, con tipografía más o menos penetrable, traen los discursos de Ullastres. Yo recomendaría a todos, ricos, medios o modestos, que hicieran esa meditación española. De mí diré que sigo a Ullastres como otros a Di Stéfano o Antonio Ordóñez. En un plano virtual de aislamiento, fuera de grupos y tendencias, de intereses que siempre se dicen legítimos, Ullastres, en Ferias de Muestras, Sindicatos o Cámaras, en Madrid, Barcelona, Bilbao o Zaragoza, sin tardar mucho pero sin prodigarse ni descubrir Mediterráneos cada minuto, lanza su visión del instante. No oculta la complejidad de los temas ni pone en pie el huevo de Colón, pero sabe quitar el susto al profano y rehuír la pura técnica inaprehensible, con la que quieren deslumbrar los engreídos. A veces habla a las amas de casa de la merluza o las frutas, con paciencia y pensando que no se abarata la vida con palabras, sino con ágiles medidas. Las más, se enfrenta con los cuerpos responsables y más vivos, los empresarios, banqueros o inversores, los que tienen en la mano el grueso devenir económico.

Este 14 de agosto, vengamos a lo actual, el Ministro de Comercio ha hecho en Bilbao una lección magnífica, su discurso de “Las tres circunstancias”, que me atrevo a decir puede quedar como clásico. Lo que se había dado el lujo de predecir, de profetizar, de esperar en el fondo de su ánimo de Profesor que confía en la verdad, va aconteciendo. El cambio realista del verano del 59 produjo la reserva de divisas y reconstituyó posibilidades españolas esfumadas desde la Guerra Civil. Este hombre pausado ha puesto en las cajas del Banco de España, en buena parte en oro, 1.000 millones de dólares, 60.000 millones de pesetas. Ha hecho de ellas, desde la peseta de papel, una moneda sólida y estable desde la inflación autárquica forzosa una apertura económica a derecha e izquierda. Cada mes, publica minucioso y sincero, el Balance de Divisas, su marcha porcentual.

Esas tres circunstancias estaban pensadas muy expresamente desde el comienzo para dichas a los modestos, para pensadas hacia abajo. El lector tiene la sensación de que viejos, eternos problemas nacionales se están haciendo vida en minutos. La Revolución desde arriba, escuela y despensa, rotura de compartimentos estancos, España para los españoles, europeizarse sin dejar la raíz... Lo que eran artículos de fondo, ensayismo, aspiración imposible con políticas inoperantes puede acometerse ahora, no para remotos decenios aun siglos, sino para muy pronto, para cualquier año inmediato.

La relación con el exterior, primera circunstancia, está pasando de la nada a pesar casi una mitad en nuestra vida económica. Con 500 miles de millones pesetas, tachemos ceros para ser claros, el producto nacional se va intercambiando cada año ya en 200. Cada mercancía, cada turista, cada dólar, dijo gráficamente, es un hilo que nos ata al exterior. Pesarán cada vez más en nosotros, están pesando, los salarios y los precios internacionales, nos estamos embarcando, sin ahogarnos, en el gran hacer económico de un mundo que se supera.

La segunda circunstancia es el pleno empleo español, no solo de las cosas de trabajo sino del equipo y de los capitales. Ni una mano española está quieta ni una peseta en la calceta, ni un taller en silencio. Eso sí, los talleres piensan en transformarse o en desaparecer, en concentrarse o en cambiar, en ser productivistas. La mano de obra se mueve hasta la exageración, en corrientes interiores y exteriores. Cada patrono está oyendo como pagan en Alemania o en Suiza y piensa como podrá pagar así. O, mejor para España, los capitales extranjeros planean su fijación aquí.

Y la tercera circunstancia, entra ya en el meollo más hondo de la Economía Española. No somos ni desarrollados ni subdesarrollados, sino ambas cosas. Como en la Historia tantas veces, diremos nosotros. Celtas o Iberos, Romanos o Cartagineses, Cristianos o Musulmanes, Tradicionalistas o Liberales. Somos desarrollados en unas cosas y subdesarrollados en otras. Esto, incluso para el frío Profesor Ullastres, implica complejidad. El Plan de Desarrollo se lanzará, no lo dudemos, a atacar las grandes deficiencias nacionales, se llamen Carreteras o Vivienda, Agricultura atrasada o Minifundio Industrial también. Muchísimas cosas cambiarán, más revolucionariamente las atrasadas.

Yo, español de la calle, siento una gran tranquilidad ante lo económico y lo social cuando oigo hablar, siempre que puedo, o cuando leo a Ullastres, siempre sin excepción. Recorto columnas, las subrayo y las archivo, junto a los grandes libros de una vida que pasa deprisa: España Invertebrada, defensa de la Hispanidad, genio de España... muy bien, gran sueño de los grandes, programa casi lírico, diagnósticos y tratamientos desde suprema altura. Pero es mejor descender a la materia sin olvidar el alma. Transformar a España en todos sus estamentos, hacer una inmensa clase media digna y estable, con españoles con pan y hasta con lujo que podrá llegar, con hogares de lumbre inextinguible, con superaciones sociales prenda de seguridades políticas.

Todo eso, enorme, soñado por los que hicimos la guerra, por quienes tenemos en el fondo de nuestro ánimo tremenda exaltación española, lo está logrando, un español gris, soltero, que no grita, que plantea en la pizarra su verdad. Como dijo hace un año el actual Embajador en Washington, Antonio Garrigues, tras el anterior discurso de Bilbao, merece don Alberto Ullastres el respeto de los españoles por lo que ya ha realizado y su aliento para lo que le queda por hacer.

JUAN LACASA LACASA

 

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