"Los afanes de una vida"
Artículos en los semanarios jaqueses
"La Unión" y “El Pirineo Aragonés

JUAN LACASA LACASA

 

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AL DEJAR LA ALCALDÍA

04/02/1961

He pedido estos días a mi inmediato superior que acepte mi renuncia a la Alcaldía, tras dieciocho años de gestión.

Mentiría si ocultase la emoción al despedir a mi ciudad, al Jaca que filial y apasionadamente quiero, que tantos años me movió a su servicio. Medio siglo de vida. Miro atrás, sin nostalgia y con conciencia del instante, y veo quemé un cuarto de siglo, 1936-1961, en actuaciones públicas que se enlazaron en la guerra y en la paz, en una embriaguez de jacetanismo.

Lejanía de otra España trágica, compleja y dividida, fresca juventud inquieta ante el mañana, tensión civil en primavera del 36 caminando a un verano sangriento, inviernos pirenaicos en armas, desfiles del 39, vida militar que seguía hasta Septiembre del 41. Y en el Noviembre inmediato, entraba en la Casa Municipal, la de todos, la que permite obrar para el común, entusiasmarse en el hacer colectivo, moldear al pueblo levantando aspiraciones, en cambiantes coyunturas administrativas.

Pensé que la victoria del 39 era en verdad de todos y que era perentoria la paz, en concordia, amistad y amor. Busqué para mi pueblo ideales colectivos que superasen la lucha civil, que le empastasen el hacer conjunto, sirviendo las más altas consignas cristianas y españolas. Creo que el tiempo me ha dado la razón. Pienso, al irme tranquilo al hogar en penumbra, que hemos cerrado cicatrices, que tenemos un Jaca españolista que quiere paz, trabajo y altas superaciones, unido a lo nacional con lazos cada vez más fuertes. Pensé, para esto y para todo, más en los bajos que en los altos, entusiasmado con lo social del movimiento.

Debo a la Providencia, que guía inflexible el aparente azar diario, haber entregado a la Ciudad un poco de mi vida, que quise activa, volcada, casi frenética en el afán jaqués. Viejos amigos universitarios, compañeros de guerra, políticos de la Administración nueva de Madrid, sirvieron, en cinco años de Ejército, en dos de Concejal y dieciocho de Alcalde para traer cosas a Jaca. Excusad mi monólogo y cualquier inmodestia en este examen de conciencia, esta primera persona en su hora autocrítica. Ante todo, quise aportar trabajo, programa diario, actividad en los obstáculos en la pugna deportiva por salvarlos, estimulado ante el tropiezo. Dediqué veinte mil horas a mi pueblo, presidí seiscientas sesiones del Concejo y de los vecinos, hice cien viajes a Madrid con mis medios, quemé mi gasolina en cien mil kilómetros viajando para Jaca, dicté miles de folios extractando expedientes, traté a veinte Ministros y a cincuenta Subsecretarios y Directores Generales, uncí a la tarea jaquesa a Arquitectos, Ingenieros de Caminos, Industriales o de Montes. Asistí en nueve años a las Cortes y escuché a los más grandes: Martín Artajo, Vallellano, Cabestany, Ruiz Giménez, Navarro Rubio, Ullastres, sobre defensa de la España Exterior, Hacienda o Montes, Arrendamiento o Suelo, Vivienda o Aguas, y quise extraer de aquello lo bueno para Jaca, conectándonos con ese mundo legislativo de los señores de la alta política.

Jugué las cartas obsesivas del pavimento o el agua, de las viviendas y de los montes, del Instituto de Previsión o los de Enseñanza Media, pude ver abrirse el Gran Hotel o el pequeño Correos y echar raíces inconmovibles a la Escuela de Montaña, amé a la Universidad incondicionalmente. Di la mano a los franceses y a cuantos llegaban aquí. Y en medio de la lucha, naturalmente, acumulé errores, di pasos atrás o malogré ocasiones, que también podrán inventariarse.

Pero esta tarea no ha sido mía. Para el bien se unieron a ella, ante todo, los equipos concejiles que soportaron mi incómoda insistencia, compañeros fieles de la tarea común. A ellos, antes que a nadie, va mi pensamiento en este adiós. Todos, quienes disentían o me daban el sí tantas veces, tienen mi más profunda gratitud. Fue el éxito de todos los organismos y autoridades locales, religiosas, civiles y militares, éstas con toda la Guarnición, porque todos se hicieron también jaqueses. De los funcionarios municipales, sin excepción, a los que molesté día y noche pidiéndoles acelerada labor.

Encontré en todas partes valedores de Jaca, inacabable lista. Barroso, García Valiño o Baturone en la Milicia, el Cardenal Bueno Monreal en la Iglesia, Jordana en lo social, Luis Valero en Vivienda, Sancho Izquierdo, Cabrera, Albareda, Vilas y tantos otros en la Cultura y la Universidad, la enorme baza de D. José Sinués en las Finanzas, Gómez Laguna y otros muchos en la política aragonesa. Todos los Gobernadores Civiles que me otorgaron su confianza sucesiva, todas las Oficinas de Huesca llenas de amigos, en Diputación, Hacienda, Obras Públicas, Previsión, Sindicatos, Vivienda, Montes, Cámaras. Las omisiones serán tan importantes, sin quererlo, como la lista. Jornadas inolvidables trajeron a muchos de éstos aquí, y nuestra gratitud no acaba hoy, sino que durará por vida.

Tiembla mi mano y se quiebra mi voz al despedir, en fin, a mi pueblo entero, que sufrió mi impaciencia y soportó las cargas, altos, medios y bajos, para pavimentar o pagar Empréstitos, para ceder terrenos, para lucir fachadas o atender caridades, para alentarnos cuando aplaudía o criticaba. Querría abrazar uno a uno a todo el Censo, al Sur y al Norte, a señores y humildes, sobre todo a éstos, estrechar sus manos o decir una palabra amistosa a los que en estas semanas me reiteraron sincerísima adhesión, balbucieron iniciativas y gratitudes inmerecidas por mí.

Y solo, al partir, queda una consigna: las personas no importan. Importan las ideas y sentimientos colectivos que se hacen carne popular. Jaca tiene un programa inacabable. Lo dice a diario la prensa, y todos los medios informativos, de Jaca, de Huesca, y de Zaragoza, a los que también digo mis gracias y mi adiós. Si se hicieron cien millones de obra, hoy veinticinco en marcha acelerada, se harán otros cien. Jaca, histórica y de hoy, pequeña de tamaño y grande en ambiciones, fronteriza, forestal, universitaria y turística, comercial y Dios hará que un día también industrial, seguirá su camino. Con Huesca, con Zaragoza, con Madrid, con Francia, y con Europa, con su comarca desde luego, con el fraterno Sabiñánigo, con los Valles todos, avanzará segura.

De alcalde fui novio y marido, nacieron mis hijos y lloré a mi padre muerto. Mi vida familiar mezcló sus inquietudes a las de mi pueblo y ya no podré nunca separarlas.

Al entregar la antorcha, no me voy como aquel hombre de Machado “que se alejó en silencio para llorar a solas”, sino que siento una enorme alegría. Pido perdón cristiano por mis errores o injusticias no queridas y perdono a mi vez a quienes me ofendieran. Y me siento, en fin, más inquebrantable amigo de todos que nunca.

JUAN LACASA LACASA

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