"Los afanes de una vida"
Artículos en los semanarios jaqueses
"La Unión" y “El Pirineo Aragonés

JUAN LACASA LACASA

 

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EL ÚLTIMO ADOQUÍN

29/09/1951

Estos días recogemos una cosecha que tuvo larga siembra. Se están poniendo los últimos adoquines en las últimas calles del histórico y completo casco de la ciudad de Jaca. Cincuenta vías, por las que a diario caminamos, por las que van los bautizos y los entierros, las "bicis" de obreros que corren a comer a casa y los "haigas" transeúntes con matrículas extrañas, quedan perfectas, planchadas, impermeables, y sobre ellas la lluvia da brillante pulimento que las deja impolutas. En estos años pacientes, dos millones de adoquines, caramelos de piedra pirenaica, tallados con manos artesanas incansables, fueron llevando el gran tablero de veinticinco mil metros cuadrados, la red que secularmente se derretía en barro o se secaba en polvo. Es como si hubiéramos buscado para Jaca un cimiento concreto, decisivo, inconmovible, para el pie civil y redimido, para caminar sin mirar al suelo, con los ojos y la frente alzados hacia un más seguro porvenir. Desde aquellas calles en que "navegaban" los camiones, se quiso pasar a la vía afinada, a la calzada de adoquín y a la acera de loseta en cemento, sobre las que florecieran las viviendas y los trabajos de la paz.

En fin, allí está la obra, Y, aunque casi doliendo el tiempo para no dejar de pensar en otras nuevas, hay que volver la vista al decenio acabado. Enumeradas las calles una a una, salen exactamente cincuenta, desde la Mayor de la jota legendaria a la anónima y recién nacida calle P, muerta letra de un viejo plan urbano, vuelta a la vida, al ir ventilando barrios terribles y haciendo nuevas brechas radiales desde el clásico perímetro de la muralla. Y en esa lista completa hay de todo. Desde la evocación medieval, con Sancho Ramírez, Aznar o Zocotín y las de remembranza eclesiástica, como Obispo y Deán, hasta las de libre fantasía, Ángel, Rosa, Pez, Viento y las recientes de aire progresivo y decimonónico a la vez, con nombres aragoneses nuestros, Costa y Ramón y Cajal, para acabar en lo moderno, en lo que está en marcha por lo ancho, Avenida de José Antonio y Paseo de Franco.

Saltando de la Historia a la Economía y a la Estadística, comprobaremos que ha sido obra de la constancia y la paciencia, en un crescendo de contratas, de 1940 a 1948, "nullo anno sine subasta". Bajo el bondadoso y tenaz mando del alcalde Don Francisco García Aybar, se comenzaba con la calle Mayor y siete más muy céntricas, en aquella postguerra emprendedora; y en Septiembre de 1948 subastábanse más de veinte calles, las últimas del plan totalizador. En esa etapa se actuaba contra las más diversas coyunturas adversas, indiferentes al alza de los precios, a la escasez del transporte o a la difícil coordinación con otros servicios. Fue imprescindible anteponer una red de alcantarillado que faltaba en las calles modestas, con conducciones primitivas, y se logró con la ayuda generosa del Estado. Hubo compras de viejos inmuebles, para ensanchar o prolongar calles, como Santa Orosia o 7 de Febrero de 1883 (otro nombre local, la fecha del comienzo del Canal redentor). Se coordinó con Obras Públicas al tocar travesías carreteras, en la calle Mayor con cuatrocientos metros de trayecto, o en la carretera de Zaragoza a Francia, en seiscientos. Todo, desde un colosal papeleo hasta un permanente sonar de martillos en la cantera, fue tejiendo la labor.

 

Muy en esquema hemos hablado de dos millones de tacos, para veinticinco mil metros cuadrados de calzadas, unos ochenta por metro. La longitud total de vías alcanza la cifra nada corta de 5.100 metros lineales, con los anchos más diversos, desde Gil Berges con menos de tres metros entre fachadas hasta la amplitud de Ferrenal, con nueve, mas aceras; o el despliegue moderno de la doble vía de seis metros en Ronda de San Pedro, con andenes centrales de tres, al igual que en Primo de Rivera, paralelos a la carretera esencial. La loseta de aceras totaliza 7.300 metros y está cerrada por 10.042 lineales de bordillo de piedra.

El metro en cuadro costaba en calzadas hacia veinte pesetas al empezar, y ahora se ha hecho a ochenta y caminará hacia cien para obras futuras, porque el saco de cemento costaba siete pesetas iniciales y está hacia veinticinco oficial, y los jornales y los seguros, al igual que el transporte, con las gravas y arenas, se triplicó también. Pero, entre esos índices, se ha llegado al final.

¿Claves económicas? Dos muy justas. Los Impuestos de Lujo, sobre bares, cine, confiterías, que cedía el Estado en 1946, y las contribuciones a los propietarios de casas. En lo primero, el ideal era que el recargo de céntimos sobre el café y las copas pasase, como una exhalación, del bolsillo del turista o del habitual, al mostrador o a la barra, y de allí fuera a arcas municipales en la proporción justa, para llegar a manos del contratista del pavimento. Si de cada tres copas sale un adoquín, se trata de que sigan bebiendo.

Y de las Especiales, unos setecientos propietarios de casas han sido afectados en proporción a las fachadas, con ciertos casos de meros solares, en cuantías tan diversas como doscientas pesetas en cualquier calle estrecha y casa modesta, hasta 30.000 o 40.000 en las grandes longitudes y anchos de manzanas completas. Se ha pagado, en general, en cuatro plazos, con calma, frente a los humildes, a los de las antiguas rentas congeladas de pisos inmóviles. Esos propietarios merecen un aplauso colectivo, por su espíritu solidario y por su sacrificio.

¿Efectos? En las calles pavimentadas se han ido abriendo tiendas e higienizando bajos, mejorando fachadas y hasta elevando pisos. La mortalidad, con ésta y otras medidas sanitarias, baja del veinte al siete por mil. El censo de bicicletas pasa de 250 en 1942 a las 700 matriculadas en 1951, con una por cada catorce personas, en población de diez mil, empezando a parecernos a la cifra de los países densos y lujosos.

¿Aspiraciones? A través de la difícil financiación sucesiva, se tienen proyectadas y con presupuestos próximos algunas grandes líneas de los Ensanches, como "la marcha a la Estación", con un kilómetro en dos rectas con un ancho de ocho metros, venciendo postes telefónicos, riego o terraplenados de volumen, y la derecha del Paseo de Franco, en que quedaron insertos edificios tan valiosos como el Ambulatorio del I.N.P. (Instituto Nacional de Previsión). Gustaría poder financiar, con facilidades del contratista, la calle de la Universidad, tan transitada por extranjeros en los veranos.

La obra está acabada. Nunca dos y medio millones de pesetas se habrán gastado con más elegancia por un pueblo modesto, por esta isla urbana del Pirineo, por la ciudad medieval que rompió las murallas y que, día por día, ha ido trayendo la piedra que dormía y se despertó entre dinamita, para irse consumiendo, cuadriculada y segura, bajo las plantas de las generaciones de jacetanos.

JUAN LACASA LACASA

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