"Los afanes de una vida"
Artículos en los semanarios jaqueses
"La Unión" y “El Pirineo Aragonés

JUAN LACASA LACASA

 

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REGRESO TRIUNFAL

09/07/1949

Inalterable, paternal y sonriente, con la naturalidad del español que no se asombra, el Dr. Bueno Monreal, nuestro Prelado queridísimo, nuestro amigo de todos, cerraba ayer, en un mediodía claro, lleno el aire de campanas y la calle de jacetanos que le aplaudían, un periplo de decenas de miles de kilómetros.

En el umbral de su palacio daba el último paso de su colosal excursión, de veintitrés etapas en aviones, por Madrid, Nueva York, Perú, Chile, Argentina, vuelta a Chile, Bolivia, Ecuador, Panamá y Norteamérica de nuevo, para regresar a Madrid y tomar el camino de su Diócesis.

Congresos Eucarísticos de Cuzco y Quito; visitas a Colegios, Comunidades, Seminarios, Misiones, entre Presidentes hispanoamericanos, Cardenales, representantes de España, medios intelectuales de todo orden, el Obispo de Jaca ha pasado con su sonrisa, con su entusiasmo y con su catolicismo a la española por una ruta que hoy es alta y rapidísima, sobrevolando océanos y cordilleras, pero que había sido hecha, denodada, inverosímil, fabulosamente, por los españoles de hace cuatro centurias.

 Como ha dicho el Prelado, para conocer a España es preciso ir a América. Pero también ello es necesario para que América nos conozca. Y ninguna embajada mejor elegida que esta del Obispo de Jaca, que ha dejado, en las iglesias y en los salones, en las universidades y en los despachos, realidades hispanas de hoy, claridades donde había oscuros prejuicios y entusiasmos fraternos donde apenas se encontraba correcta indiferencia.

Volvió ayer a su Catedral, a su sede y asiento, y lo sentíamos recuperado y más nuestro, aragonés y jacetano hasta el fondo de su alma, amplio de visiones cosmopolitas y de cruceros continentales, pero invariable, imposible de perder, ligado a nosotros de por vida, vaya a donde vaya y suba a donde suba, inscritos en su corazón los afectos diocesanos y los paternales lazos que le atan a su Catedral, a su Santa Orosia, a su Seminario, a tanta cosa de él y de nosotros.

Al bendecir a su grey, recogíamos todos, en el vuelo de su mano, el saludo cristiano del padre a los hijos. Y pedíamos para él el reposo, la calma, el silencio, la paz de su Diócesis pequeña, en la que le deseamos todo el tiempo, cuanto más largo mejor, hasta que el servicio de Dios y de España nos lo arrebaten.

UAN LACASA LACASA

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