"Los afanes de una vida"
Artículos en los semanarios jaqueses
"La Unión" y “El Pirineo Aragonés

JUAN LACASA LACASA

 

<<volver

ÚLTIMA HORA

31/12/1943

El artículo de Año Nuevo es difícil, porque todos hemos leído ese día demasiados números extraordinarios y visto muchas veces los dibujos del anciano encorvado y con barbaza, que se marcha dejando paso al niño desnudito y con cara de no saber por dónde se entra.

La cuartilla ha de afrontar peligros y abandonar la falsa melancolía de decir que el día de Año Nuevo el periodista descubrió su primera cana, pues ya salió con lo mismo en 1933.

El final de año está lleno de cascote literario en las revistas y hay que saber buscarse la pista nueva y recién planchada, para piruetear por ella, con una euforia de recambio, desde las cero horas del año entrante.

Lo bueno del fin de año es todo eso que tiene de saltarse la tapia y entrar pisando alegremente en el huerto ajeno del nuevo año; Parece que debería haber un poste indicador que explicase: “Al año 2.000, 56 kilómetros”, pero los calendarios son más aburridos que los mapas Michelín y tienen menos colorines, pues sus números son de un negro funerario, entre el que menos mal que va saliendo la bola roja de algún domingo.

Las doce campanadas del 31 tienen algo de doce puntos de sutura en la cicatriz que amenaza abrirse entre los dos años. Hay que tomar en serio esa hora grave, en que le sube la fiebre al tiempo y se puede delirar y confesar, sin querer, lo más remoto de nuestras almas.

Yo no me divierto con lo de las uvas, porque siempre me ha parecido el invento de un concejal de Almería y, además, porque creo que se indigestan quedándose insolubles como doce aceradas bolas de cojinete.

Resulta un milagro que en los cines no se te corte la cinta a las doce de la noche de San Silvestre, porque entonces es cuando tiene más ganas de salir el relampagueante letrero de “Descanso”. Esa noche los trenes, aunque vayan cuesta abajo, empiezan a jadear y a subir penosamente el último repecho del año, y los viajeros comprueban alarmados su billete, creyendo que les harán pagar doble, por no haber avisado que llegarían el año que viene.

Es estupendo el cambiazo de las cifras, que nos sirven sencillamente, como si a Cronos le gritásemos: “Mozo, traiga otra copa” y nos la aporta sin subsidio y todo. Tiene algo de abandonar el viejo cuaderno de tapas manoseadas y estrenar el de nuevas cubiertas impolutas. Al principio decimos nos equivocamos cuando escribimos otra vez “1º de Enero de 1943”; pero no es el error, sino el subconsciente, que

querría empezar y que no valiera la partida del año perdido; divierte, al fin, cambiar definitivamente el 3 de retorcidas gafas de vieja por el 4 de nariz en mala caricatura.

Desde el día 1 nos sentimos en otro clima, y la palabra Enero, bañada de luna, tiene un optimismo de salida de túnel, de aclararse el vozarrón que gritaba “Diciembre”, y hasta a 5 bajo cero, hay ya una intuición de lo que serán las lluvias de Abril y las playas de Agosto. Como ha dicho Gómez de la Serna, ya los rosales secos están inventando en secreto las rosas que tendrán en primavera. En Enero el día lanza cada vez más alto y lejos al amarillo disco del sol.

La noche del 31 es peligrosa y difícil, porque hasta las estrellas pueden salir justificando quinquenios, y los personajes de los que se celebrará el centenario empiezan a bullir en sus retratos sabiendo que ellos darán que hablar.

El día 1º es la primera reacción después del estacazo de no habernos tocado la Lotería y todos creen que en el otro año les va a tocar algo, aunque no jueguen. Los perezosos esperan también arreglar sus vidas ese día, diciendo refranes y querrían recomponer su ingenuidad infantil recogiendo y armando los pedazos ratos, pero enseguida ven que no funciona.

Adán, al que emocionó la primera noche del Universo, debía pasar sosamente sus Años Nuevos, pues tememos no se enterara de las vueltas elípticas de la Tierra.

Desde luego, yo prefiero pasar la noche vieja tomada en serio, y no correteando idiotamente por un salón de fiestas con una trompeta de cartón, dándoselas de juerguista que se ríe del tiempo; es mejor pensar en dos o tres cosas fundamentales, de las que dijeran Séneca, Kempis y otros altísimos meditadores. “No es importante pensar cuándo moriremos, sino cómo se hallará nuestra alma al morir”. “Es vanidad desear largos años de vida, si no se piensa dedicarlos al bien obrar”. O, al menos, lo que decía aquel sobrio castellano, Enrique de Mesa, gozando de la luz de la meseta:

Un día así para mi muerte;
el cielo azul, caliente el sol;
y al darme tierra, gozaré la suerte

de ser cadáver español.

JUAN LACASA LACASA

 

subir^^
siguiente
>>