"Los afanes de una vida"
Artículos en los semanarios jaqueses
"La Unión" y “El Pirineo Aragonés

JUAN LACASA LACASA

 

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CUENTO RARO. ACADEMIA DE AFEITADO

20/03/1943

Yo leí aquel anuncio en penúltima plana, con los de específicos y esos otros en que un señor de mi edad escrutadora nos ofrece el porvenir, escribiéndole con sello para la respuesta. Pero este era más serio: “¿Un perfil correcto, una clara sonrisa? Los logrará, si acude a nuestra Academia de Afeitado”.

Aunque conocía cursos de baile por correspondencia y otras estrambóticas pedagogías, me asombró aquel texto y pinchó mi curiosidad de varón preocupado con la oscura selva periódica que nos ennegrece la efigie. Y acudí.

En la clase había una blancura y un silencio de clínica. Los pupitres-lavabo y la cátedra eran un triunfo de la asepsia, edificado en metales ligeros, vidrio y porcelana. Se recordaban, como de la edad de piedra, las barberías con sillón de rejilla y oficial verboso.

Los alumnos ocupábamos nuestras mesas-tocador alineadas frente a la del maestro, que, elevada y con un curioso dispositivo de espejos, nos permitía seguir en todos los planos su técnica excepcional en el difícil tema de la barba.

Llegó el catedrático, con cómoda chaqueta de pijama. Saludó levemente y entró en materia. “Me permitirán, comenzó, antes de la práctica, un prólogo doctrinal”. El afeitado es un signo de nuestro tiempo. Unamuno afirma que el hombre de hoy es superficial y aborrece lo superfacial. Fisiológicamente, la barba es un sudor sólido y cilíndrico. Era una buena caracterización, antes, para llegar a Premio Nobel. Confiemos que en adelante se dará a hombres de rostro liso.

Pasemos a la técnica. Debo, ante todo, condenar esos productos, no logrados, de depilación, que prometen hacer morir el jabón y la brocha. Impersonales e innobles, tienen la tristeza de la guerra química frente a la gallardía del arma blanca. En el laboratorio he sometido el pelo a todas las temperaturas, encontrando la fórmula que nos da los grados para el afeitado perfecto. Son función directa del radio del pelo y su densidad por centímetro cuadrado e inversa de su longitud. De modo que T = R x D : L.

Yo creo que la hoja de afeitar ha de caminar paralela a la piel. Está en total descrédito la doctrina, ingeniosa por cierto, según la cual debe seguir la bisectriz del pelo con la cara. La he combatido en Congresos extranjeros y, más ampliamente, en mi monografía «El contrapelo».

El se enjabonaba con método, consultando un cronómetro. La fórmula de trazo de los brochazos nos la prometió para la lección tercera. Antes de blandir la hoja epilogó: Al afeitarnos, parimos con dolor un gesto nuevo. Hay que dejar en el lavabo la cara antigua con un mínimo de dolor. El pan puede ganarse con el sudor de la frente, pero la simpatía hay que ganarla sin este sudor negro de la faz. Tal es el lema de este curso.

Nosotros habíamos seguido su grave peroración, acariciándonos seriamente la mandíbula. Él ponía en práctica su doctrina y hacía desaparecer con la navaja la blancura esponjosa del jabón como si borrase de la pizarra una ecuación recién descubierta. Ya, al levantarnos, advirtió: Déjense la barba los alumnos para el ejercicio práctico de mañana.

JUAN LACASA LACASA

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