"Los afanes de una vida"
Artículos en los semanarios jaqueses
"La Unión" y “El Pirineo Aragonés

JUAN LACASA LACASA

 

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CANDANCHÚ Y SU NIEVE

06/03/1943

La guerra, que suprime tantas cosas, nos ha hecho abandonar un poco ese paraíso próximo, que tenemos olvidado. Cuando aún quedan por ahí carteles del gran turismo exótico, playas de canela, ciudades con ruleta, montañas gris y blanco, habrá gentes que ignoren nuestras pistas fantásticas, sobre las que se habla en los bares de Bilbao, en los despachos de Barcelona y en las peñas bien (algo hay que llamarlas) de tantas capitales.

La nieve está allí como siempre; primaveral casi ya en este Marzo, nieve de seda y de cristal, no aquella nieve algodonosa de Noviembre, que fue un artículo único adelantándose a los acontecimientos. Lo de ahora es la nieve preparada para el deslizamiento elegante, y para el vértigo, para la huella fugaz y para la foto instantánea.

Una nieve amable y amiga, taza lejana de la nieve de dramón convencional decimonónico y de la nieve sucia de las ciudades.

Sí, amigos, es preciso vencer a la pereza propia y a la pereza de los autos reumáticos y domingueros, y llegar a las cumbres vecinas. Puede irse en gran plan elegante: vagón-cama, hoteles, aperitivo y poker, o en el plan austero y sencillo: refugios, botas prontas, fiambrera y buen humor. O en el simple plan curioso de llegar, ver y volverse. La nieve lleva entre nosotros ya quince años de moda y sería terrible que se pasase, como una corbata cualquiera, sin haberla estrenado.

Hubo un tiempo lejano en que la nieve nos lo pareció todo: skiar hasta la embriaguez y después morirse. Era cuando creímos buenos los días peores, y en que nos resultaba artrítico y despreciable todo el que no viniera.

 Era el tiempo precursor y estupendo en que todo el mundo era novato y en que los jóvenes de buen corazón se detenían para auxiliar a infelices jóvenes que no sabían ajustar sus ataduras. Era un tiempo rosa y esperanza, era el tiempo feliz del «Venga Horizonte». Era cuando estudiábamos primer curso en la carrera del ski y nos consumía la impaciencia de la reválida.

Hemos ido dándole vueltas al camino y quisiéramos detenernos un poco: parar el tiempo, frenar su ritmo enloquecido, gustar sin prisa el sabor maravilloso de la montaña blanca, pasar la mirada por las cimas agudas, hacer parar el Sol en el Poniente irisado y elaborarnos una montaña suave y hacedera, una montaña para familias.

Al llegar a este punto de la película puede el director presentar un calendario que abandona al viento sus hojas: 1930, 31... 43. Estas líneas que eran para recordar a todos la nieve, como se recuerda la obligación de aquella visita ineludible que vamos retrasando, resultan un leve movimiento personal retrospectivo. Y cuando decimos que la nieve se marcha, es que nos marchamos nosotros. Hay demasiada proximidad desde el deporte a la nostalgia.

Pero no importa; leímos, ya hace tiempo también, que la vida comienza mañana, y mañana es domingo. Por eso, dejaremos a los lectores del PIRINEO de papel con su pequeña dosis de melancolía y nos iremos, con la sonrisa y cierta caradura, al Pirineo de piedra con asfalto de armiño. Allí están los hoteles y los concursos; allí están los amigos y allí están el ayer, y este minuto transeúnte y el grave tiempo del mañana incógnito. Lector querido, me decepcionaría no encontrarle mañana en Rioseta.

JUAN LACASA LACASA

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