"Los afanes de una vida"
Artículos en los semanarios jaqueses
"La Unión" y “El Pirineo Aragonés

JUAN LACASA LACASA

 

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AQUELLA NIEVE

08/01/1943

La nieve deportiva es un viejo tema comarcal, que volveremos a explotar. Tiene demasiado encanto el clima de la estación de invierno para que podamos declararnos indiferentes a lo que ocurre en ella, a 25 kilómetros de nuestra “camilla”.

Le estábamos perdiendo un poco la pista a Candanchú y hemos vuelto a él, con un reiterado entusiasmo. Hay cambios en el ambiente. Conviene explicar que las primeras generaciones de esquiadores, situables hacia 1930, procedían, en el fondo, de peñas fútbolísticas en el mejor caso, y no eran extrañas incluso las reminiscencias taurinas en algunos. Pero se van los lustros y el domingo nos encontramos con un público, entre cosmopolita e indiferente, impersonalizado, urbanístico, entre el que casi era difícil dar con el viejo amigo primitivo.

Desde luego, puede apreciarse, para los del 30, nosotros, que nuestras chicas ya no son las chicas de hoy, y que nos quedan apenas las de ayer. Todo se marcha rápidamente y una muchacha puede anticuarse como se han hecho cursis los chalets cubistas. En fin, no analicemos.

Queda perenne sin embargo, el viejo e inmarcesible encanto de la naturaleza brava del invierno. Sabe lo mismo, a sano, el clima de la altura, y el aire es el mismo aire “vermut”, del consabido año 30, o sea que aconseja la comida copiosa y cuyo riego con blanco nos haga exclamar con un estilo influenciado por “La Codorniz” y el Conde de Pepe que “las botellas vacías son los cadáveres de nuestra alegría”, o que las chicas que se caen y nos interesamos por sus lesiones, nos contesten desilusionadas el timo de “eso se lo dirá usted a todas”.

Hay quizás, un exceso de frivolidad, sinceramente, en el gran plan turístico y deportivo del skí maravilloso a solo unos metros de la Francia hambrienta y trabajada por la demagogias.

Pero entre el plan merengue de cronistas de salones a el otro inquietante de corresponsales de la periferia de los beligerantes, puede ser posible encontrar el tono justo, el tono del entusiasmo noble por la Naturaleza y el humano de añorar los inviernos sin frentes para nadie.

Mientras, recogiendo al atardecer del regreso unas huellas cruzadas de la nieve, como un manojo de serpentinas, dan ganas de hilarlas un poco en la maniática disciplina del soneto:

   Montaña cierta y fiel, mi amante muda,
con tu alba nieve mis negruras tacho;
y bebiendo tu azul, de azul borracho,
tu claridad me absuelve de mi duda. 

   Abandona tus velos, alma viuda,
y, libre de la niebla del despacho,
conquistaré en la cima aquel penacho
de ventisca irisada en la luz cruda.

   Mediodía en la cumbre, sol, virajes,
velocidad, elixir del olvido;
volando, al descender, el mal se aleja;

   se va el pensar hacia soñados viajes
y suelto, liberado, redimido,
canta en mi pecho un pájaro sin reja.

JUAN LACASA LACASA

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