"Los afanes de una vida"
Artículos en los semanarios jaqueses
"La Unión" y “El Pirineo Aragonés

JUAN LACASA LACASA

 

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SE ACABARON LAS FIESTAS

04/07/1942

El consabido señor pesimista ya no podía más. Por la mañana le atropellaban los chicos huyendo ante los cabezudos. Por la noche, cada cohete lo levantaba en vilo y, de madrugada, la diana era el blanco de sus maldiciones. Creyó en el silencio, como en un paraíso, tras el bombardeo de la traca y volvió a enloquecer al oír después la despedida de la música. No iban a acabar nunca.

Reconoció, no obstante, ya recobrados la quietud y el seso, que, si él sufría, la gente se había divertido. Pensaba el señor, dándoselas de sociólogo, que estos días en Jaca había sonreído el alma de la muchedumbre. Decía también, en un ensayo histórico, que la juventud de veinte años había estrenado el sabor de las verbenas, pues solo las vieron, de catorce, desde un balcón antes del Movimiento.

Hablaba con ardor de los fuegos artificiales, pareciéndole naturales las 3.000 pesetas de su importe. Censuraba tan solo la velocidad de la quema, aludiendo al pirotécnico, que saltaba de poste en poste como un tigre de Bengala.

El ping-pong no llegó a conmoverle. Le parecía pueril venir de Barcelona seis personas con una bolita de celuloide, cuando lo natural ahora es irse uno a Barcelona con seis jamones. Y es que olvidaba que en el sport, como en el arte, el quid está en la suprema belleza de lo inútil. Indicaba, empero, recargando la metáfora, que aquellos chicos de las palitas le parecían, en sus saltos aéreos, unos ángeles disputando entre nubes un merengue.

El señor pesimista, que en el fondo era un ingenuo, pidió el libro de reclamaciones para protestar por la falta de puntualidad de la "IV Vuelta a España ciclista” pues sin tiempo en la semana para leer la prensa sentóse a las 6 horas del día treinta (que él decía eran las cuatro antiguas) en el cruce de carreteras mirando hacia La Arbesa con un catalejo solo regresó a la población cuando creyó que le quemaban la casa con las antorchas de la retreta.

El señor se acercó tímidamente a los bailes de los Casinos, recordando los tiempos del rigodón y los valses apuntados en el carnet. Circuló por el Ferial, apreciando que allí cualquier número era más caro que todo el programa junto. Y cuando se dirigió a la fiesta más pacífica, a la Novena, creyendo ir con alma limpia, aterrorizóse al sorprender sus propios labios silbando inconscientes el sonsonete de “todo va bien, señora baronesa” que se le había pegado de la música. Y con un desolado ¡cómo están los tiempos! cerró su comentario de las fiestas.

JUAN LACASA LACASA

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