"Los afanes de una vida"
Artículos en los semanarios jaqueses
"La Unión" y “El Pirineo Aragonés

JUAN LACASA LACASA

 

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CAMPEONATOS DE ESPAÑA DE SKI EN CANDANCHÚ. (15-19/03/1941)

20/03/1941

El pasado

Extraigamos del estante una vieja revista y contemplaremos -1930- a aquellos grupos de precursores: son los deportistas, nos parecen ingenuos, del primer campeonato de Aragón de skis. Acaso nos hagan sonreír con sus equipos de ocasión: bufandas, cascos de automovilistas, piernas vendadas como momias, y con su gesto altivo de descubridores. Otean el horizonte próximo -El Tobazo, La Raca, El Campanal de Izas,- y les cosquillea en el alma la emoción geológica de tanta piedra vertical y fría.

El tiempo no perdona y nos ve pasar impasibles. A una década de distancia, los hombres y las mujeres de la nieve 1930 pueden emparejarse con los velocipedistas del jersey a rayas sobre el alto sillín de la gran rueda y con los turistas de guardapolvo que oyeron los primeros estampidos de la “nafta”.

Nos gustaría conocer la primera huella que un atrevido trazaría en Candanchú en la mañana de 1.92... Habría que vaciarla en cemento para que quedase como primera firma en este álbum periódico que escribimos en invierno y se borra en verano. Sería como un monumento a la planta de Colón en la blanda arena americana o como la bandera de Amudsen en los hielos del Artico al pasar del paralelo 85.

El presente

Han pasado muchas cosas; unos españoles, en 1936, intercalaron sus nombres modestos en las listas olímpicas de Garmisch, tras los nórdicos, los alemanes, franceses e italianos.

Estos días, la nieve de Canfranc, ya nieve de moda que se sonríe de la del Guadarrama y sueña con Garmisch o Cortina, ha visto a cántabros, vascos, castellanos, catalanes, andaluces, aragoneses... Es curioso medir con un cronómetro el alma y los músculos de estos hombres de tantas patrias chicas. Hemos visto al método catalán, su seguridad reflexiva en el descenso, con frío cálculo de resistencias; el estilismo madrileño de las “vedettes” de Alpino y Peñalara, que siguen manteniendo su brillantez tradicional; la modestia ejemplar y correcta de los norteños, un poco solitarios de la cadena cantábrica, la improvisación granadina y el ímpetu y el brío aragonés, demasiado noblote y directo, demasiado rectilíneo y arriesgado aún para que pueda resultar ya lo mejor.

Y al margen de las pistas, el tiempo ha pasado también velozmente. Ya no es preciso vivaquear en torno a la tortilla que se desvanecía de frío en el disco metálico de la fiambrera, ni portar la rústica bota o el aséptico termo en bandolera. En los hoteles hay manteles a cuadros, donde el sol saca un rayo argentino a los cubiertos y la gente sonríe hasta la hora de la factura. Los devotos de Baco pueden elegantizar sus mareos en la barra del bar con banderitas. En las terrazas se hace un poco de sociedad y se vocea a los amigos que pasan palmoteándose con un optimismo de altura. Candanchú ha sido civilizado; los frailes de Santa Cristina, que ardían en caridad cristiana sobre los hielos de antaño, no lo conocerían. 

El porvenir

A pesar de las dificultades de dentro y del drama de fuera, la gente sueña. Candanchú está cerca de los madrileños que se acuestan en el tren en Atocha y despiertan en las bambalinas de pinos de Arañones; de los catalanes, que toman su autovía en un subterráneo barcelonés y ascienden por cuarenta duros -todo comprendido- a tres días de magia en cumbre aragonesa y de los vascos, que se complacen en a cocina navarra de su tránsito. Los de Zaragoza ya son de casa y descubren que el Pirineo es, sólo, el borde alto de la ribera del Ebro, a la que se llega en tres horas de vaivén entre hojalata roja y ferroviaria.

Y se piden más cosas: el teleférico que nos lleve a los 2.500 por unos reales, más hoteles para albergar multitudes y la gran propaganda que vocee que aquí hay también nieve de ensueño, organización y comodidades.

 Resumiendo

Candanchú, que es también una década de nuestra propia vida, nos ha hecho conjugar su verbo; el pretérito, imperfecto, el presente, indicativo de halagüeñas realidades, y el futuro perfecto, con un rotundo “haremos” hasta las lejanías de 1950.

Algunos detalles

La prensa diaria y la deportiva especializada dirá a ustedes con quintos de segundo lo que ha ocurrido. Un triunfo catalán en el descenso: quizá demasiados pasos obligados y demasiadas gotas de habilidad, favorables a las viejas escuelas de Barcelona y Madrid; a pesar de ello, Aragón coloca hombres en el 5º, 6º y otros próximos lugares, entre más de 60; Aznar, Osán, Pérez, L. Urieta -la segunda generación de Sallent- apunta una bravura y una estabilidad en el vértigo que habrán de conducirles a la cima con un poco más de reflexión y de pensamientos conservadores.

Triunfo madrileño en relevos y habilidad y anulación, nos dijeron ayer los federativos, de la carrera de fondo, que se trazó corta y con complicaciones innecesarias y no permitió a los cronómetros, tras el lío de despiste y cortes, decir quien fue el mejor. Los aragoneses siguieron apuntando gas acelerado y reacciones magníficas en lo que vimos de carrera.

Concursos femeninos: Lilí Álvarez, vieja y joven estrella del deporte español, la de Wimbledón y de Cannes, impuso sobradamente admirable y fácil estilo al resto del lote, logrando la veteranía de Ernestina Herreros un segundo puesto; honorabilísima actuación catalana. Las aragonesas, como los hombres, se jugaron la cabeza y todo el tipo en el trazo vertical de salida a meta; pero no basta, hay que jugar con el batacazo y ganarle la partida.

JUAN LACASA LACASA

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