"Los afanes de una vida"
Artículos en los semanarios jaqueses
"La Unión" y “El Pirineo Aragonés

JUAN LACASA LACASA

 

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POR NUESTRA CORDILLERA: EN EL ANETO (3.404 METROS)

02/08/1934

El pireneista va al Aneto como el católico a Roma o el atleta a las Olimpiadas. A la máxima cumbre, al último peldaño. A darles a los picos un vistazo definitivo desde el más levantado mirador. Nosotros, además, fuimos al Aneto a que el más alto y fino viento del Pirineo nos batiera sobre el pecho la camisa roja de la Agrupación Deportiva de Jaca.

Unido a la entusiasta “Peña Guara” de Huesca, cuyos directivos y miembros tuvieron para mí una acogida que no sé como agradecer, realicé el viaje en autobús hasta Benasque. Desde allí la marcha de seis horas por camino que empieza muy bien y se va empeorando, se remonta el curso del Esera, al que muchas veces llega el agua después de trazar en las vertientes una elegancia de cascadas. Más amplio que “nuestros” valles de Ansó, Hecho, Canfranc y Tena pero, a fuer de sinceros, sin la finura que verdura y piedras muestran frecuentemente en éstos. Una opinión que no ofenderá a nadie, por la categoría inofensiva del opinador.

Al final del camino, La Renclusa. El más estratégico refugio pirenaico, al pie mismo del macizo de los Montes Malditos. El actual edificio se construyó por iniciativa y trabajos del Centro Excursionista de Cataluña. Y es imposible seguir relatando sin que salte a la pluma la impresión más punzante de la excursión. En el número de visitantes y frecuentadores de estas cumbres, Aragón va en último lugar. Es como un señor que no va por sus tierras y quizás protesta de que les interesen a los demás. Un cálculo ligero, a la vista del álbum, permitirá afirmar que son un 50 por ciento de franceses y otros extranjeros, un 40 de catalanes y un 10 de aragoneses los turistas o escaladores que llegan a la Renclusa. A su libro llevan los alemanes hasta un rastro de su lucha interior. En una página las líneas de un rabino que canta a la Naturaleza como a su gran patria en el destierro; y poco más allá una cruz gamada adorna las palabras de un teutón.

Unos dibujos de skiadores en el descenso muestran la impresión que el paisaje invernal ha producido a los vascos del Ski Club de Tolosa. Los franceses hacen literatura fácil o discuten la toponimia de una cima. Y, raramente, la firma de un zaragozano o la aún más rara de un oscense. Aragón ignora sus cumbres como ignora sus hombres. Y basta de elegía.

La ascensión al Aneto, después de 2 horas de metódico andar ganando altura tiene la originalidad de su glaciar, el más extenso, por donde camina la cuerda de excursionistas sorteando las grietas que son un silencioso abismo blanco. El Cuello Coronas es el final de la gran etapa de 2 o 3 horas sobre la nieve y ya a la vista y casi al tacto de la cúspide el paso de Mahoma es la emoción de la jornada. Piedras estrechas, pero firmes, en 30 metros de cresta vertiginosa.

Hablando de este abismo cita Silvio Kosti, aquel raro y lírico oscense, los versos de la Atlántida de Verdaguer. Y Lana Sarrate, en su folleto del “Circuito Pirenaico” adjudica a este paso su máxima impresión en el otoñal y nevado día de su primera excursión a la cima. Un Cristo de hierro dice el lugar donde el rayo alcanzó a dos hombres. Verdaderamente, la tormenta nunca los hallaría de más fácil presa. Después de firmar en el cuaderno del Centro Excursionista de Cataluña, el descenso de la caravana. Veintitantos oscenses apretando el talón en la pendiente que se helaba. Y tras saltos en piedra y deslizar en nieves, La Renclusa; es decir la comida, el reposo, la tertulia, la civilización.

Unos cuarenta montañeros nos habíamos reunido en la cumbre. De todos el más bravo un “sesentón” general francés que alcanzó los 3.404 sin descomponer el magro y rasurado rostro, con el leve adorno gris de su bigote.

JUAN LACASA LACASA

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