"El Heraldo de Aragón”, 12 de enero de 2004
"El Pirineo Aragonés”, 16 de enero de 2004

JAVIER CALLIZO SONEIRO
Un ciudadano ejemplar

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Don Juan Lacasa Lacasa se nos ha ido. Lo ha hecho con la naturalidad y la discreción que en él eran su divisa más preciada. Se ha ido, bien lo sé, con la esperanza que, como cristiano ejerciente (¿se puede ser de otra manera?), le acompañaría en sus muchos y luminosos días de peregrinación por este valle de lágrimas que él quiso más habitable para los suyos y sus semejantes.

Aragonés, que por serlo de cepa, era y se sentía doblemente español, amaba apasionadamente a la Jacetania, a Aragón y a España. Hombre de leyes, de letras y de empresa (y eso quiere decir también de a pie de obra, o a pie de mostrador, como bien recordarán muchos de sus vecinos), lo fue también de múltiples saberes y de una curiosidad en verdad ilimitada (su bien abastada biblioteca sobre el ajedrez, por no citar sino una de sus muchas pasiones, amén de sus conocimientos teóricos y prácticos sobre dicho juego, no tiene par en muchos kilómetros a la redonda). Dotado de una inteligencia penetrante y nada común, don Juan pudo haber hecho una brillante carrera en el foro, pero fue mayor -mucho mayor- la atracción casi telúrica que sentía por sus amados valles jacetanos y sus habitantes, a los que acabaría entregando lo mejor de su talento –que fue mucho- y de su bonhomía –que no fue menos-. Virtudes que la erosión del paso inexorable del tiempo y su cortejo de molestas crujías y alifafes no lograría menoscabar en ningún momento: todavía recuerdo con particular emoción mi última entrevista, hace unos meses, en que, junto al presidente Eiroa, tuve ocasión de apreciar de nuevo sus muchos y vibrantes ejercicios de erudición histórica y sus siempre lúcidos y ponderados juicios acerca de las grandes cuestiones que preocupaban a los aragoneses. Nadie pudo haber oído de sus labios un lamento, jamás una mueca o un aspaviento, menos un denuesto: tal era su elegancia; tal, la hondura de su compromiso. Y sin embargo su pasión y su tenacidad fueron proverbiales cuando tuvo que defender causas que hoy siguen siendo un problema pendiente para la definitiva vertebración de Aragón, como es el caso de la reanudación del ferrocarril Pau-Canfranc, por la que tanto y tan destacadamente luchó desde el día mismo de la rotura del puente de l’Estanguet.

Con tacto, sí,  pero también con firmeza (en el año que pasé como profesor invitado en la Universidad de Pau, pude comprobar hasta qué punto se le seguía respetando y queriendo en tierras bearnesas).

En la dilatada hoja de servicios de este varón imprescindible (esos que luchan toda la vida, como quería Bertol Brecht) no podemos olvidar su capacidad de anticipación sobre el papel que la bipolaridad Jaca-Sabiñánigo debía jugar en el sistema urbano aragonés: la primera como ciudad histórica, comercial y turística; como dinámico foco de industrialización la segunda. Supo mantener a su ciudad natal al socaire de una industria de base que a la postre se hubiera revelado no ya insostenible, sino directamente incompatible con la vocación turística a que la llamaba su rico patrimonio cultural. Hoy ya nadie duda que eso fue un acierto del alcalde Lacasa, pero algunos se lo reprochaban hasta hace bien poco.

La gran transformación de la Jaca de nuestros días ha sido obra entre otros de los concejos presididos por Benigno Fanlo y Armando Abadía, pero la formulación conceptual tiene desde luego la impronta del hombre al que hoy lloramos. Como suya es también la reivindicación de cuanto San Juan de la Peña significa en la génesis de nuestro viejo Reino; del Camino de Santiago como espina dorsal de la civilización occidental; del impagable acierto que supuso la decisión del rector Miral al crear la Universidad de Verano o del papel que Jaca estaba llamada a jugar en la sutura de la discontinuidad fronteriza, en el marco de la nueva Europa. Causas, todas las citadas y no pocas más que omitimos, a las que don Juan Lacasa se entregaría en cuerpo y alma, con tanta sindéresis como generosidad; con tanta liberalidad como humildad. Con la humildad que hace todavía más grandes a los grandes de corazón.

“Dios mueve al jugador y éste, la pieza/¿Qué dios detrás de Dios la trama empieza/de polvo y tiempo y sueño y agonía?” Don Juan Lacasa, que conocía bien el soneto borgiano que ese terceto abrocha, ya ha descifrado el enigma. En su caso, le fue descifrado en realidad con las aguas del bautismo hace ahora noventa y tres años.

Descanse en paz y brille para él la Luz eterna.

JAVIER CALLIZO SONEIRO
Viceconsejero de Política Territorial del Gobierno de Aragón.
Caballero de la Hermandad de San Juan de la Peña

 

 

 

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