Juan Lacasa Lacasa

 

Juan Lacasa Lacasa
 

Reunión en "La Cadiera". Zaragoza

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Visiones de un fronterizo

Septiembre de 1962

Pensando en la forma de presentar a mi abuelo Juan, recordé esta pequeña publicación donde mi padre se perfilaba a sí mismo y rememoraba a sus mayores. Se ofrece un breve extracto de este bello escrito. Paz Lacasa

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Raíz familiar

Soy yo y mi circunstancia, impenitente lector del filósofo madrileño. Mi yo, un español nacido en 1910, preludios de la guerra del 14, y al que la vida ha respetado hasta, al medio siglo, haber leído la salida de los primeros vehículos extraterrestres. Mi circunstancia, ese confín pirenaico, ese Norte Aragonés que nos suelda a Europa, a través de la Francia Eterna, definible con Giménez Caballero: "¡admirable Francia, enemiga admirable!". Larga raíz familiar me daba ya querencia francesa, llamada curiosa, atractiva, sentimental, fascinante, desde el otro lado de mis montañas, mi horizonte vital, grises de roca, blancos de nieve y azules de purísimas transparencias celestes.

El padre de mi padre, Mariano Lacasa, español decimonónico, canfranqués y jaqués, servía a caballo, entre ventiscas y hielos, o en el polvo pegajoso de los Agostos, como Veterinario en Jaca y en Canfranc. Jinete instintivo, temperamental, infatigable. En lo político, estampa liberal y romántica, liberal de Isabel II, demócrata exaltado que renunciaba al "de" que ostentaba en el nombre su padre, mi bisabuelo Juan de Lacasa, que aún así consta en una lápida funeraria del Cementerio jaqués orientada al Poniente navarro. Francófilo, europeísta de hace un siglo, recogí de mi padre la memoria de un viaje de ese abuelo, hacia el 76 del XIX, para comprar en la comarca de Bayona, quizá en San Juan de Luz, caballos y pertrechos de cabalgar que vendían los Carlistas derrotados en la última contienda civil, tras el casi profético "volveré" de su caudillo. Aún anda en nuestros desvanes una montura de pieles claras que cabalgara un general carlista. Y hasta dimos hace poco al párroco de la Catedral de Jaca una campanillas, argentinas y titntineantes, de aquellos arneses de exaltado católico origen, para que avisen la presencia de Dios por los siglos.

Mi padre, Juan Lacasa Sánchez-Cruzat, vive el Pau finisecular del XIX, en una familia bearnesa de comerciantes donde va a brillar una estrella política de magnitud primera, la de Louis Barthou, que llegaría a Presidente del Consejo de Ministros francés, y al que mi padre, en un "lendemain" electoral, le avisa que ha salido elegido, su primer cargo, Concejal de Pau. La vida de mi padre se liga luego al objetivo del Canfranc, muy "siglo del vapor", redención aragonesista soñada, lograda y malograda. Vive los años cumbres 1910-1912, de la perforación del túnel de Somport. En 1927, besa llorando, en Arañones, la primera locomotora francesa que pisa suelo español. En 1928, está allí mismo con Barthou, que lo llama Juanito, junto a Alfonso XIII y Doumergue, junto a Primo de Rivera y Guadalorce.

Recibe, en honorífico premio, el nombramiento de Agente Consular de Francia en Jaca y Canfranc. Lo desempeña con ilusión y celo. Pero alcanza las complicaciones, nada gratas, de la Francia "front populaire" de 1936. Como se siente mucho más franquista aún que francófilo, resiste lo desagradable hasta 1939 y deja el cargo voluntariamente en manos del ingeniero M. Lamit, que trabaja el aluminio en Sabiñánigo, cooperación hispano-francesa.

Yo mismo, ya

De la mano de mis mayores, yo mismo ya, me he asomado, remota lejanía de cuarenta años a la Francia de los felices veintes, con flecos de un pasado que la Guerra arrebató: calma de dulces inviernos soleados en el Boulevard de los Pirineos de Pau, Hotel de France, pequeño Palace de provincia, ingleses "sejournantes" que van, ya casi en mascarada, a la caza del zorro, o al golf y al hipódromo, pioneros de la Aviación en los terrenos militares del Regimiento 36. Ciudad de "retraités", de pequeños industriales aburguesados, hasta de librerías y de tiendas de arte maravillosamente silenciosas y azorinescas.

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JUAN LACASA LACASA


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