"Los afanes de una vida"
Artículos en los semanarios jaqueses
"La Unión" y “El Pirineo Aragonés

JUAN LACASA LACASA

 

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IV CENTENARIO DE LA UNIVERSIDAD DE ZARAGOZA: LOS CURSOS DE VERANO DE JACA

23/06/1983

(De “Heraldo de Aragón”, 26/05/1983)

El año 1927, para España, plácido en apariencia, pudiera ser visto ahora, a más de medio siglo, como un tiempo de crisis, de transformación honda, de virajes que vendrían con rapidez, agotando la dictadura de Primo de Rivera como apéndice de la restauración canovista de 1876, dando paso a la República y a la guerra civil, a los largos decenios franquistas y al presente de la monarquía democrática y parlamentaria, con un fondo de sociedad totalmente distinto y apto para estas formas anchamente pluralistas.

En aquel ambiente andaba entre sus cincuenta y sus sesenta años un aragonés excepcionalísimo. Se llamaba Domingo Miral y López. Había nacido en Hecho en 1872, de ramas labradoras sus cuatro ascendencias. Inició y culminó formación eclesiástica, sin llegar a consumar la ordenación sacerdotal. Combinó esos estudios, de máxima profundidad y brillantez, con los de la Universidad Civil, en Tarragona, Barcelona y Madrid. Ganó cátedra universitaria en la Salamanca de comienzos de siglo, en el ambiente unamunesco, y llegó a la Facultad de Filosofía y Letras de Zaragoza en 1913.

Miral era, creemos que sin saberlo, un clásico hombre del 98 español, jeremiaco ante los males nacionales y la decadencia que parecía señalar un “finis hispaniae”. Pero con una nota distintiva: unía a eso una tremenda voluntad, unas maneras dinámicas, activas, esforzadísimas, que impregnaban su personalidad de maestro, de transmisor y pedagogo. Miral era pensamiento, pero tanto o más era acción, concreta, inmediata, exigente, eficaz. Iba participando en iniciativas universitarias, como la primera residencia de estudiantes en Zaragoza, la revista “Universidad”, la Escuela de Idiomas naciente.

Impresionados nosotros por aquel estilo, que tenía toques contradictorios de algo frailuno, y a la vez, deportivo, de clásico y de europeísta, de pensador tradicional y al mismo tiempo enormemente comprensivo y tolerante, llegamos a decir, en nuestra adhesión a su persona y a su obra jaquesa, que tenía las virtudes de algunos grandes aragoneses: el hacer de Fernando el Católico, la agudeza y concisión de Gracián, la rudeza de Goya, la voluntad increíble de Cajal.

Este hombre concibió, arrancando en aquel 1927, una obra original y precursora, una manera española de enlazar con lo europeo y lo universal, los cursos de verano para extranjeros. Y eligió el marco jaqués, el suyo nativo, en que encontraba simbolizado y presente,

 el paisaje pirenaico, en la enorme huella del Románico, en el abierto sentir fronterizo, en unos siglos medievales con perfume no desvanecido, todo lo que él pensaba que caracterizó el Aragón primitivo.

Sin medios materiales, con una audacia de soñador que exigía a todos yendo él desprendidamente por delante, anunció los cursos, los comenzó sin residencia, dio forma a ésta, movió una y otra vez al presidente del Gobierno y, sucesivamente, a políticos de todos los colores; dirigió los cursos él mismo, los vio suspenderse por las guerras y renacer en 1941. Murió en 1942. En el jardín de la Residencia de Jaca, el busto de Félix Burriel, entre piedras y flores, hace vivir en bronce, con aires de inmortalidad, la reciedumbre de su físico desaparecido.

Muy de ese tiempo tornadizo o cambiador, de final de los veintes, más concreto de 1930, es el texto clásico de José Ortega y Gasset “Misión de la Universidad”. Dice el filósofo madrileño, ahora festejado en el centenario de su nacimiento, que la Universidad tiene tres misiones: formar profesionales, crear ciencia y avance del conocimiento mediante la investigación, y transmitir cultura, concebida ésta como sistema de ideas vivas y vigentes en cada tiempo.

Y nosotros, miralianos incondicionales, al juzgar la obra de Jaca, pensamos que Miral añadió, para la ahora cuatricentenaria Universidad cesaraugustana, una nueva dimensión o misión, la de refractar para Europa y el mundo el sentido de lo español, las razones de nuestro ser en la historia, los grandes trazos de nuestra espiritualidad y nuestras hazañas extracontinentales. A la vez, con su obsesión por los idiomas, muy concretamente por el alemán, que supo enseñar genialmente claro, quería que los españoles nos aproximáramos a otras culturas. En eso su huella fue decisiva y muchos de sus alumnos selectos, por ejemplo José Camón Aznar, fueron traductores para la gran obra divulgadora de la Editorial Labor barcelonesa.

Aquel impulso de Miral, con sus equipos originarios llenos de nombres de las facultades de Zaragoza, con la presencia de otros de la ciencia y la cultura españolas, Unamuno, Morente, Maeztu, Lorca, la mera visita del propio Ortega, ha sabido durar más de cincuenta años y se muestra tan florido y vitalísimo que no dudamos en pronosticarle centenario al menos. Más de 7.000 extranjeros de más de 50 países, de los cinco continentes, han pasado por Jaca. Las etapas han estado impregnadas del espíritu de los sucesivos directores, Camón, Gómez Aranda, José María Lacarra, ahora Serafín Agud Querol, obsesionado éste con la formación de profesores de español para Europa y el mundo en general, con el crecimiento de la edad media y los grados de titulación previa del alumnado.

En lo material, la orientación de don Domingo dibujó en el ensanche poniente de la pequeña urbe jaquesa la semilla de un campus universitario que ha sabido crecer, en unos 30.000 metros de cuatro manzanas de primitivos planes, con la presencia allí de todos los grados formativos: enseñanza básica, bachillerato en el Instituto Miral, cursos de verano universitarios más actividad invernal muy varia y sostenida, Investigaciones científicas. Aquellos arranques fundacionales suscitaron otras iniciativas, aseguraron el hacer educativo y culturalista de la vieja capital del minúsculo reino del siglo XI y fueron la chispa de cosmopolitismo, de apertura y de atracción a la antigua cabeza de la Jacetania. Era todo casi milenarios archivos, de hechos como el camino de Santiago, de agudizado sentir fronterizo europeísta. Y fueron llegando las actividades investigadoras como el Centro Biológico Experimental del Pirineo, con una biblioteca de 30.000 volúmenes de estos temas multidisciplinarios, con la revista “Pirineos”, con los congresos hispanofranceses. Y más tarde el Palacio de Congresos de Jaca, espléndido marco que quizás hubiera asombrado al propio y ambiciosísimo Miral.

Al volver la vista atrás y contemplar la aventura de Jaca, nos quedamos petrificados, sino extasiados, estimulados y aun atónitos, al pensar en la potencia de lo moral, lo espiritual, la acción del intelecto. Miral fue un universitario egregio, usemos el adjetivo tan orteguiano, un abanderado, un conductor, un líder y un maestro, adivinador de jóvenes con mensaje, respetador de los mayores de su tiempo. Él fue modelo siempre, olvidemos por esta ocasión el “No ser ejemplo” del reiterado don José Ortega, como alumno y como profesor, como decano y como rector en breve gestión de marzo de 1931. En la enorme lista de cuantos hay que honrar en el IV Centenario de lo que iniciara Pedro Cerbuna aparece Miral con letras de duro y duradero relieve, entre un tiempo de lejanos rectores que arrancaran con Ricardo Royo Villanova al empezar Miral en Zaragoza y acabaran con Gonzalo Calamita al morir Miral. Prototipo y modelo nos queda en un nombre de gran superviviente, el del doctor don Miguel Sancho Izquierdo, distante un par de decenios de Miral. Y miraliano es también, por seguir su obra, el actual rector, doctor Federico López Mateos.

Desde la alta tierra jaquesa, desde el Pirineo que contempló arrobadamente en el misterio de la Selva de Oza, tan suya, recordemos emocionadamente a Miral, lo pasamos de nuevo y siempre por nuestro corazón de aragoneses y universitarios.

JUAN LACASA LACASA

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