"Los afanes de una vida"
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DEPORTES24/03/1932 |
La nieve No hubo el día 20 concurso internacional. La lluvia y el sol habían ido limando previamente los límites de la gran capa y hubiera sido no muy fácil hallar un recorrido de gran fondo - 16 ó 18 kilómetros - para ofrecerlo a los corredores. Pero hubo asistencia numerosísima de los que, aun dudando de la nieve, querían prolongar otro domingo los goces del deslizamiento, en el último metro cuadrado de blancura o donde fuera. Y evocaron sin saberlo la fiesta de las palmas, con los skis al hombro, en larga fila hacia las pistas. El Pirineo nos atrajo hacia adentro, a la reconditez de sus valles más lejanos. Y la gente se dio a descubrir pistas insospechadas y de todas las alturas a la vista, bajaban durante el día como torrentes, hasta el fondo, avenidas de patinadores. Por la tarde, en la vertiente oriente del Tobacho se concentraron las patrullas aisladas, para gozar de una nieve absolutamente a punto. Fue una apoteosis de bajadas de vértigo y de vuelta a escalar, incansables, las alturas. Los ases se entregaron al dibujo de la curva afiligrada y las caídas de los novatos, a 40 por hora, eran más gloriosas. El eterno femenino Un éxito de concurrencia del sexo... menos fuerte. En los habituales de la región, en los vascos y en los franceses había una proporción muy alta de skiadoras. Parecía un acto de afirmación del sexo, de una secreta cita para acudir a manifestarse, a ratificar el derecho electoral, por ejemplo. Para mí fue la expresión de un más allá femenino, de una superación de las viejas creaciones literarias. ¿Cómo oponer a cualquier patinadora la rubia de la sonatina de Rubén? Me resulta ésta inevitablemente una pretuberculosa frente a una mujer que baja las montañas ágilmente, dominadora de sus resortes físicos, espiritualizada por la velocidad. Y desde luego éstas, en lugar de esperar sentadas al príncipe del caballo con alas, salen al aire libre a ver si pasa para complacerse en dejarlo atrás en su carreta triunfal. Notas Al mediodía disminuye, hasta apagarse, el tráfico de patinar. La gente se sienta en una piedra y, fatalmente, saca de su mochila algo amarillo. La tortilla, es, sin disputa, el plato turístico nacional. Habla un forestal silencioso. El traje de pana, la gorra de plato. Muy serio se calzó unos skis. Y alguien observó: ¡Qué desalmado! camina sobre dos pinos muertos – dos hijos suyos, casi –... y no llora. No hay palabra de onomatopeya suficiente para expresar la caída del skiador. Ese fragor de tablas y bastones, esa turbulencia de nieve necesita una combinación, aún inédita, de cuatro o seis letras que nos evoquen el batacazo en toda su densidad. A la vuelta persistía la imagen de los skis plantados en la nieve, y los postes eléctricos parecían los skis suntuosos de los consejeros de la Telefónica Nacional. |